El presidente Martín Vizcarra no es un populista, pero va quedando claro que tampoco es un estadista. (Foto: Presidencia de la República)
El presidente Martín Vizcarra no es un populista, pero va quedando claro que tampoco es un estadista. (Foto: Presidencia de la República)
Eduardo  Dargent

Varios analistas y políticos califican a de populista. El presidente usaría su popularidad para apabullar a sus rivales y evitar controles democráticos. Lo hizo en el referéndum, por ejemplo, al aprovechar el desprestigio del para arrinconarlo. Lo volvió a hacer al cerrar dicha institución arropado en las encuestas. Además, su objetivo de mantener a toda costa su popularidad lo pintaría como un evidente populista.

Creo que estas miradas son erradas y estiran abusivamente lo que significa ser populista. No discuto las interpretaciones alucinadas del Vizcarra chavista. Evalúo simplemente la opinión de que se trataría de un presidente que usa su vínculo directo con la población como una estrategia para expandir su poder.

Sí, Vizcarra es popular y carece de vínculos que medien su relación con la población. Pero eso no define al populista. Es más bien construir y utilizar dicho vínculo con la población como arma política lo que hacen los populistas de izquierda y derecha. Vizcarra no construyó esa relación “no mediada” con el pueblo. Era lo único que tenía, pues carecía de bancada y partido. Ser popular, o cuidar dicha popularidad, no basta entonces para ser un populista. Hay que comportarse como tal.

Y más bien Vizcarra no usó la popularidad ganada por el apoyo a la lucha anticorrupción para concentrar poder. No hubo llamados a la población a movilizarse por el cierre del Congreso ni voluntad de usar ese apoyo para controlar los poderes del Estado. Se nos llamó a votar en un referéndum sobre reformas políticas que no beneficiaban al presidente y a elegir un nuevo Congreso donde el gobierno no tendría una bancada. Es más, Vizcarra propuso una elección anticipada donde dejaría el cargo. Bien distante de un populista buscando expandir su poder.

Sin embargo, estos años sí dejan noticias preocupantes sobre el riesgo populista en el país. A diferencia de todos los presidentes recientes, incapaces de mantener una popularidad decente incluso en años de alto crecimiento económico, Vizcarra sí logró engancharse con el hartazgo de la población. Demostró que sí es posible ser popular, la base del poder populista. Lo logró respondiendo a demandas ciudadanas, lo cual es bueno, pero sabemos bien que esas demandas no siempre son democráticas.

Hay que reconocer que parte de esa popularidad tiene una base autoritaria. La aprobación de Vizcarra no solo se construyó con quienes vieron el cierre del Congreso como un acto constitucional. También nos muestra que muchos compatriotas celebrarían un cierre alejado de formas legales. Más allá de la legalidad de la medida en esta ocasión, el uso abusivo de la confianza para controlar al Congreso se ha vuelto una posibilidad para presidentes expansivos que engancha bien con el sentir de dicho sector de la población.

Lo que más lamento es que esa popularidad no se haya usado para hacer el tipo de reformas que precisamente reducen el riesgo populista. Sin dejar de reconocer el mérito de derrotar a fuerzas muy negativas para el país y algunos cambios impulsados, la deuda reformista de este gobierno es amplia. Vizcarra no es un populista, pero va quedando claro que tampoco es un estadista.

Contenido sugerido

Contenido GEC