No me sumo a los conspirativos que ven en Martín Vizcarra a un líder que busca concentrar poder y reelegirse. El último chisme de hace unos días indicaba que, en alianza con el Congreso, extendería su mandato. La convocatoria de elecciones acalló el rumor. Por ahora. La verdad, estas versiones afiebradas ya son infalsificables. Si no se dan los zarpazos autoritarios es porque las denuncias detuvieron al autócrata, no porque no haya habido un plan macabro.
Sin embargo, en las últimas semanas veo otros riesgos para la libertad que creo sí merecen atención. Riesgos que tienen que ver más con el debilitamiento económico de una serie de actores sociales como resultado de la pandemia. Ello ha llevado a un aumento del poder relativo del Gobierno frente a ellos. Y eso puede ser problemático, incluso si el Gobierno no ejerce esa ventaja.
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Teóricos del republicanismo, como el historiador Quentin Skinner o el filósofo Philip Pettit, denominan “libertad como ausencia de dominación” a la libertad de la que gozan los individuos o sociedades que no se hallan bajo el control discrecional de algún poder. Critican al liberalismo por una supuesta visión incompleta de la libertad que le impide apreciar esta dimensión más amplia. En palabras de Skinner, “vivir en una condición de dependencia es en sí mismo una fuente y una forma de limitación”.
¿Por qué? Pues porque la posibilidad de una intervención arbitraria por parte de dichos poderes dominantes hará que la conducta de personas y asociaciones que se saben vulnerables se adapte a lo que esperan de ellos. Se restringe la crítica y aumenta el temor a importunar a quien puede dañarnos. No hay necesidad de actuar.
No me convence la supuesta novedad de este concepto republicano de libertad, pues creo que distintas versiones liberales ya se enfocan en los efectos de la concentración de poder en la libertad. Pero sí hay algo muy poderoso en la idea de que el aumento de poder por sí solo lleva a cambios en nuestras conductas que pueden afectar la libertad.
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Recordé a Skinner cuando me encargaron conducir, junto a David Rivera, algunos programas en TV Perú durante el 2014 o 2015. Nadie nos decía qué hacer o qué decir, puedo dar fe de la total libertad de la que gozábamos. Pero cuando alguno de los invitados lanzaba críticas duras al Gobierno, o cuando se pedían transmisiones de las actividades del presidente en momentos en que estábamos por grabar, se sentía en el set, entre camarógrafos y productores, el peso del poder. TV Perú depende funcionalmente del Ejecutivo.
Pues bien, la situación económica actual ha precarizado a medios de comunicación, ONG, empresas y otros actores sociales mientras que el poder relativo del Gobierno ha crecido. Sus recursos económicos y su cercanía se vuelven más atractivos para quienes andan en caída económica. Más si construye alianzas con otros actores para avanzar en intereses comunes. Se vuelve más tentadora la servidumbre voluntaria.
Entonces, no me sumo al coro de quienes gritan autoritarismo, pero sí a la preocupación de que la pandemia abra la puerta para menos libertad de crítica y fiscalización. Justo ahora que más que nunca necesitamos de vigilantes independientes para corregir errores, demandar explicaciones y evitar que la emergencia sirva para esconder corruptelas. Y ya ni hablemos de quien puede ser elegido en el 2021.
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