La presentación del presidente Martín Vizcarra la noche del martes 18 (“Nada está dicho”, RPP) se pensó como una suerte de cierre de la negada crisis ocasionada la semana previa. Pero tuvo que competir no solo con el partido Melgar-Nacional de Potosí por la Copa Sudamericana –en emisión radial simultánea–, sino con una serie de hechos dados durante la semana, que pusieron sus declaraciones en un segundo plano.
Por ejemplo, la declaración del ministro del Interior, Carlos Morán, –acostumbrado protagonista de los psicosociales aparentes o reales, de tiempos recientes– sobre la seguridad para los congresistas entrantes. Morán fue partícipe de la deportación de ciudadanos venezolanos, con presencia presidencial en junio del 2019, y promotor de la brigada especial dedicada exclusivamente a la lucha contra la criminalidad que involucre a ciudadanos extranjeros, el mes pasado.
Mientras Morán hacía un generoso despliegue mediático, integrantes del sector que hoy dirige mostraban gran indolencia e indiferencia ante la desaparición, por más de tres años, de Solsiret Rodríguez. Esta semana, como se sabe, se hallaron los restos de la joven. El jueves 20, Morán le pidió perdón en nombre del Estado Peruano a los padres de la víctima, por la “negligencia e insensibilidad”.
Negligencia e insensibilidad que no fueron exclusivas de Morán y su sector, sino que llegaron a varios de sus predecesores y a otros eslabones de la cadena que debería servir para proteger al ciudadano. Lo anotaba con precisión Marisa Glave, al resaltar “el cristal patriarcal” prevaleciente en los operadores de justicia (“La República”, 21/2/2020).
Como si fuera poco, una reveladora nota de Enrique Vera reportaba la existencia de una mafia –que involucraba al presidente de la Junta de Fiscales Superiores de Ucayali, Luis Jara Ramírez– en la asignación de puestos en el Ministerio Público en ese distrito fiscal (El Comercio, 18/2/2020). El trabajo demuestra que, cuando se lo propone y no se deja ganar por la negligencia, la PNP puede resolver con celeridad casos complejos.
La entrevista al mandatario tuvo un intercambio que, en otros momentos y con otros personajes, habría sido tema de portada por varios días: Vizcarra negaba ante Jaime Chincha su calidad de jefe del Estado. “Soy jefe del Gobierno, no soy jefe del Estado”, dijo Vizcarra (RPP, 18/2/2020), queriendo resaltar la autonomía que tienen los procuradores. El presidente desconocía, claramente, el artículo 110 de la Constitución que, a la a letra, dice: “El presidente es el jefe del Estado y personifica a la nación”.
El dislate, además, podría graficar otra particularidad de la gestión presidencial de Martín Vizcarra: preferir al candidato sobre el mandatario. Se siente más cómodo cuando percibe que está en campaña, cuando lanza arengas desde una tarima real o imaginaria o cuando tiene contacto directo con la gente, sobre todo, fuera de Lima, o en su bucólica Moquegua, donde se refieren a él solo con su nombre de pila. Cuando se viste de jefe de estrado.