Joshua Bell es desde hace muchos años uno de los más reconocidos intérpretes del violín en el mundo. Ciertamente, ya era una figura muy importante cuando un viernes del 2007 entró al metro de Washington vestido con una camiseta y una gorra de béisbol y empezó a tocar algunas de las obras más poderosas del repertorio clásico. Durante 43 minutos Bell estuvo ahí, parado en la estación con su violín Stradivarius de 1713, tocando con el mismo virtuosismo con el que impresiona constantemente en varios de los escenarios más importantes del globo. En esos 43 minutos pasaron frente a él un total de 1.070 personas. De todas ellas, solo 27 dejaron caer dinero sobre la gorrita que Bell había dejado volteada a su lado. La mayoría de estas 27 personas ni siquiera se detuvo más que para dejar caer sus monedas. En total Bell ganó 32 dólares. Solo tres días antes había llenado uno de los teatros más importantes de Estados Unidos –el Boston Symphony Hall– a 130 dólares la entrada. Hasta “The Washington Post”, que había reclutado a Bell para el experimento, no salía de su asombro.

Pues bien, recorrer la exhibición que acaba de inaugurar Mario Testino, con las fotos que desde el 2007 ha tomado de trajes tradicionales de las 13 provincias del Cusco, da buena ocasión para pensar en Bell y en su experimento. Ahí están, subrayados en todo su esplendor por el ojo dotado de Testino y causando impacto general, trajes que muchos de los visitantes de la muestra ya habían tenido oportunidad de ver en vivo y en directo y que sin embargo la enorme mayoría parecía recién estar descubriendo. Descubriendo, al menos en su calidad de verdaderas obras de arte y, ciertamente, de “alta costura”, como con acierto los ha calificado el propio Testino. Para casi toda la concurrencia, hasta no haberlos visto destacados por el famoso fotógrafo, el deslumbrante refinamiento, la innata elegancia y la exquisita técnica de este tipo de trajes parecerían haber pasado tan desapercibidos como la música de Bell en el metro.

Naturalmente, puede pensarse en muchas repercusiones positivas para la famosa marca país y para el turismo de una puesta en valor como la que ha hecho Testino. Después de todo, la comida peruana existía mucho antes de Gastón Acurio y, sin embargo, nadie hablaba de un ‘boom’ gastronómico hasta que él (junto con algunos otros pioneros) usó su talento para pulir su presentación y ponerla en vitrina. ¿Cuántos tesoros semiocultos al mundo –y a muchos peruanos– no seguirá guardando un país con una tradición cultural tan rica como la nuestra?

A nuestro parecer, sin embargo, no es esta la veta más importante que Testino ha abierto a gran escala, gracias a su fama y su don, con esta exposición. Lo verdaderamente importante de la misma –al igual que de las similares iniciativas de menor repercusión que la han precedido– es la reivindicación histórica que se hace en ella.

No es por pura coincidencia que tantos peruanos parecerían estar descubriendo la riqueza de la moda andina recién de la mano de Testino (y de personas como el admirable Leonardo Arana, fundador de la Asociación Filigranas Peruanas y preservador de la colección de vestidos que ha retratado el fotógrafo). Es imposible desligar de esto a la historia del Perú y a la consiguiente subvaloración y postergación a la que, con honrosas excepciones, el país “oficial” ha sometido al mundo andino, vuelto por esta mirada secular una especie de gigantesco “metro de Bell”. Imposible desligarlo, esto es, de la deuda de reconocimiento que el país sigue teniendo pendiente con el mundo andino y su legado cultural (más allá de cómo el Perú ha avanzado en su camino por concretarse en ese país orgullosamente mestizo que siempre debió ser).

La exposición de Testino atiende por todo lo alto esta deuda y esta misión cuando retrata, con el mismo lente con el que el fotógrafo celebra los trajes más sofisticados del mundo, el vestido tradicional del Cusco lucido con justificado orgullo por jóvenes cusqueños. Y el legado cultural andino, por su parte, prueba cómo este reconocimiento es simple cuestión de justicia cuando sus trajes salen absolutamente airosos de la mirada de este lente, demostrando ser una obra artística tan rica en contenido, tan elaborada y tan bella como la que más.

Esta iniciativa de Testino, en fin, tendría que ser profusamente imitada. Por lo demás, el derroche de refinamiento y perfección que recoge su exposición demuestra que esta es una de esas deudas con cuyo pago tiene más que ganar el deudor que el acreedor.