“Seré un presidente implacable a la hora de luchar contra la corrupción que envenena el alma de nuestro país”. Así asumía el poder, el 28 de julio de 2001, el entonces presidente Alejandro Toledo. Con la banda presidencial en el pecho, investido en el Congreso de la República y ante nutrida audiencia, marcaba una nueva era en la vida democrática del país. Más de 23 años después, se confirmaría que sus palabras eran una quimera; una más en su haber.
Tras el régimen de Alberto Fujimori, el entonces líder de la ‘chacana’ logró enarbolar, de cara al inicio del nuevo siglo, el sentimiento de un país que ansiaba un cambio, una reconstrucción nacional. No solo de instituciones y el aparato estatal, sino también moral. Y, con esa promesa, se consagró desde la oposición y dio el salto a Palacio de Gobierno.
“La separación de poderes será una realidad. El Legislativo será respetado y el Judicial —incidió— hará la justicia que demanda el Perú” (El Comercio, 29/7/2001).
Paradójicamente —o no— esa justicia que invocó en su primer mensaje que dirigió al país como jefe del Estado fue la que, décadas después, lo sentó al banquillo y lo halló culpable. Este lunes, Toledo fue condenado a una pena de más de 20 años y 6 meses de cárcel por los delitos de colusión y lavado de activos.
Luces y sombras de un “error estadístico”
Desde 1995, Alejandro Toledo había tentado ser presidente del Perú y llegar al poder. Lo logró recién a la tercera vez. Primero postuló con la alianza CODE–País Posible, obteniendo apenas el 3,2% de aprobación, quedando en penúltimo lugar. Las otras fueron con el membrete de Perú Posible, que lo acompañó hasta su ocaso electoral en el 2016.
Nacido en Cabana (Pallasca, Áncash) el 28 de marzo de 1945, Toledo logró cautivar con la imagen del niño que lustraba zapatos, que vendía loterías y periódicos y que pasó a ser educado en los Estados Unidos (EE.UU.). Y que ahora estaba en su patria, junto a su esposa, Eliane Karp. Como repitió en innumerables ocasiones en antaño, incluso ahora ante la sala que lo condenó, un “error” en la estadística.
“Soy un error estadístico. Vengo de una familia de 16 hermanos y hermanas y he sido el único que tuvo el privilegio de poder salir a estudiar en el exterior, de haber llegado a los niveles más altos, académicamente y profesionalmente. (...) No entiendo que el amor a mi país me traiga aquí”, indicó el último 16 de octubre.
En el 2000, Toledo alcanzó su mayor popularidad en la escena política, al ser el rostro visible de la denominada ‘Marcha de los Cuatro Suyos’, que motivó la movilización de todos los rincones del país, cuando Fujimori forzaba un irregular tercer mandato.
Tras la difusión de los ‘vladivideos’ y la caída del régimen, el líder de la ‘chacana’ se abrió paso y fue elegido en la segunda vuelta electoral de junio del 2001 con el 53,1% de votos, imponiéndose a Alan García, gobernando el país hasta el 2006.
Pero la vida de Toledo siempre estuvo plagada de la mentira, los escándalos y los excesos, antes, durante y después de su gobierno, que consumieron al personaje político que perfiló ser.
Tuvieron que pasar 14 años para que pudiera reconocer, en octubre del 2002, a su hija Zaraí, tras promesas de una prueba de ADN que nunca llegó y por la presión política.
Difícil olvidar el supuesto “secuestro” cuando iba a una reunión de trabajo de lo que en realidad fue una desinhibida y costosa incursión con mujeres en hoteles como el “Melody”, de Surquillo, y que quedó plasmado en documentos policiales.
La instauración de “la hora Cabana”, por sus constantes tardanzas a las actividades oficiales y que generó malestar entre propios y extraños; su “afición por el trago” que lo llevó años después incluso a ser arrestado en California (EE.UU.).
La vez que dijo en televisión que su madre había muerto en el terremoto de Áncash de 1970, cuando no era así; cuando dijo desenfadadamente que iba a recibir un premio Nobel en la India; cuando se negó a sí mismo ante un periodista de este Diario... y así, un innumerable rosario de mentiras, incluso en los casos Ecoteva y Odebrecht que hoy lo llevaron a una condena. Todo fue una quimera.
Reflexiones y un sinsabor
A dos décadas, hay sentimientos encontrados entre quienes acompañaron a Alejandro Toledo muy de cerca en su gobierno.
El exministro de Trabajo Juan Sheput apuntó que Toledo representaba la esperanza no solo del retorno a la democracia, sino la reivindicación de cómo una persona que venía de muy abajo, marginal, se coronaba como jefe del Estado.
Sin embargo, hace una diferencia entre lo que fue el gobierno entre 2001-2006 y las acciones individuales que hoy merecen una sentencia. Destacó el crecimiento económico que se registró y la designación de ministros con trayectoria que permitieron sortear tensos momentos políticos.
“[Toledo] surgió con muchas expectativas por el retorno a la democracia y, lamentablemente, culminó con esta corrupción. Pero la historia va a diferenciar el gobierno, de lo que considero ha sido corrupción en las alturas. Nadie puede negar que el gobierno de Alejandro Toledo es, tal vez, el mejor de este siglo en términos de resultados”, indicó en diálogo con El Comercio.
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“Encontró el país en recesión, hizo las últimas reformas económicas (…) fueron 60 meses de crecimiento económico. Y nadie puede negar también que siempre tuvo ministros que se pueden considerar de primer nivel que permitieron separar lo que era la performance individual de Toledo y un pequeño grupo de ciudadanos y lo que ha resultado su gobierno como tal”, agregó.
Igualmente, el exministro de Vivienda Carlos Bruce indicó que hubo una disciplina fiscal, a pesar de la inestabilidad política, la crisis y los “errores de imagen” de Toledo que afectaron su popularidad, a tal punto de llevarlo al dígito de aprobación en el 2004, hacia el final de su gobierno.
“En general, se hizo un buen gobierno. En un país inestable, con una crisis económica encima, se dejó un país estabilizado con sus instituciones democráticas afianzadas que habían estado destruidas en la época del fujimontesinismo. Como gobierno, fue un buen gobierno. Obviamente, nadie sabía las cosas que después se han sabido”, apuntó Bruce.
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Para David Waisman, excongresista y segundo vicepresidente de Toledo, es una doble decepción. No solo como peruano sino porque fue el propio Toledo quien lo buscó, al culminar una conferencia en Chiclayo, y lo convenció a enrolarse en política con Perú Posible en 1999, cuando él era presidente del Comité de la Pequeña Industria en la Sociedad Nacional de Industrias. “Es una decepción terrible”, indicó.
Sin embargo, para Waisman, la reciente condena merecía abrir la puerta a que otros casos con indicios de corrupción puedan investigarse. En su mente, aún conserva el encargo que le hizo Toledo para la compra de un helicóptero ruso, un proceso del cual luego lo apartó inusitadamente y advirtió irregularidades. También recuerda la celeridad con la que se buscó impulsar la Carretera Interoceánica, adjudicada a la brasileña Odebrecht.
“La justicia tarda, pero llega. (...) Hay una larguísima lista y estoy seguro que, en procesos aparte, se debe de investigar. Nada debe de quedar oculto. Para que nos sirva de ejemplo a todos. Porque es bien triste tener varios presidentes presos, es bien triste para un país”, puntualizó a este Diario.
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