La profesora Isabel Soria Reátegui, que radica en Suecia y fue coordinadora de la campaña de Perú Libre allí, quiere ser embajadora en la vecina Noruega. Nuestra cancillería, en un memorándum de la Dirección de Protocolo, le pidió a la embajada en Oslo que proceda a solicitar el ‘agreement’ (beneplácito) a la cancillería noruega. Es un procedimiento formal, donde solo se pide una protocolar aquiescencia ante una designación soberana y libérrima.
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Solo en casos extraordinarios, uno entre miles, el país receptor se queda mudo. No necesita decir ‘no’ para rechazar a un embajador. Deja pasar 40 días o dos meses –no hay un plazo establecido- sin responder y se asume que no lo quiere y no se habla más del asunto.
He consultado a 3 memoriosos amigos diplomáticos y solo recuerdan un caso sin respuesta, en las postrimerías del régimen de Fujimori. El embajador de carrera Gabriel García Pyke, luego de haber tenido una misión borrascosa en Alemania, donde se le investigó por irregularidades; fue designado para nuestra embajada en Tel Aviv. La cancillería de Israel no respondió y, por lo tanto, se frustró su misión. Los siguientes años estuvo investigado por su relación con Montesinos y el SIN. Más tarde, García Pyke fue embajador en Panamá entre el 2009 y el 2011.
Tras ese caso único en décadas de diplomacia, Pedro Castillo ya lleva dos embajadores sin agreement. El primer caso es el de Richard Rojas, que esperó varias semanas a que la cancillería panameña le diera el beneplácito; pero esta quedó muda. Sin lugar a dudas, tomaron nota de las investigaciones penales contra Rojas, exjefe de la campaña de Castillo, por lavado de activos. Luego quisieron enviarlo a nuestra embajada en Venezuela, pero el Ministerio Público pidió impedimento de salida y le frustró el viaje.
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El segundo caso perturba a la maestra Isabel, porque se trata de su hermano Eliseo Soria Reátegui, quien fue candidato para nuestra embajada en Suecia. En octubre del año pasado, la cancillería esperaba el beneplácito que nunca llegó. Según me reveló una fuente diplomática, esta vez sí hubo una respuesta, lo que es insólito dentro de lo insólito. Suecia cuestionó que Soria tuviese, además de la peruana, la nacionalidad sueca. Para la representación diplomática, la gran mayoría de países exijan que el embajador no tenga la nacionalidad local. Por otro lado, con esa objeción formal, la diplomacia sueca se ahorró mayores comentarios sobre el perfil bajo del también profesor Soria. Tristemente, este episodio coincidió con el cierre de la embajada sueca en Lima. ¿Noruega dará el beneplácito a la caprichosa designación de una ciudadana sin pergaminos, hermana de un candidato a embajador que no tuvo el ‘agreement’ en el país vecino? En unas semanas lo sabremos.
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Le relación entre los palacios de Gobierno y Torre Tagle siempre ha sido tirante, pero muy sutil. El presidente sabe que, en cualquier momento, los embajadores le pueden jalar la alfombra roja del protocolo y dejarlo mal parado ante la comunidad internacional, sin enterarse de cómo ni porqué. Recuerden que, fuera de las Fuerzas Armadas, la diplomacia es el único cuerpo con su propia jerarquía y sus claves secretas.
El cuerpo diplomático francés es uno de los más célebres del mundo. Es más, se tiene a Francia por el gran referente de la doctrina de las relaciones exteriores. Pues, vaya que los franceses están viendo un encontronazo de su diplomacia con el poder político. El presidente Emmanuel Macron, días antes de terminar su mandato (no sabemos si será reelegido); ha decretado que los altos funcionarios diplomáticos pasen a una bolsa común de la burocracia de Estado. Esto significa, en la práctica, la supresión parcial de la autonomía de la cancillería. Marine Le Pen, su contendora, ha dicho, según se lee en Le Monde: “[Macron] quiere reemplazar a imparciales servidores del Estado, por el amiguismo”.
Nuestra tirantez entre políticos y diplomáticos no llega a tanto. Nuestros presidentes suelen recibir este consejo de oro: ‘respeta el manejo que hace Torre Tagle de la política exterior, que lo hace bien; pero búscate cancilleres políticos, ajenos al cuerpo diplomático, para que tengas un poco de control y no te envuelvan’. Ese fue, por ejemplo, el consejo que recibió Ollanta Humala y por eso tuvo, de primer canciller, al sociólogo Rafael Roncagliolo. Alan García había tenido mejor suerte, pues José Antonio García Belaúnde era tan buen diplomático como amigo suyo, y manejó la cancillería sin sobresaltos por cinco largos años. PPK pretendió algo parecido con su viejo amigo, el embajador en retiro Ricardo Luna, aunque la amistad se interrumpió antes que su gobierno.
Martín Vizcarra fue práctico, decidió confiar en policías, militares y diplomáticos; para que cada cual se ocupe a fondo de lo suyo mientras él improvisaba su gobierno de sucesión. Torre Tagle se sintió cómoda en esas temporadas; a lo sumo, soportó la colocación de algunas embajadas políticas. Esto es una tolerada e institucionalizada intromisión del dedo presidencial en los fueros diplomáticos. Sucede en muchos otros países y en Torre Tagle no se ha exagerado en número, pues no llegan a una decena. No hay límites ni perfiles claros, pero la cancillería ha establecido algunas previsiones no escritas: evitar, si es posible rogando a los presidentes, que eviten nombrar a cualquiera en las delicadas embajadas de los países vecinos; y tener libres dos o tres embajadas sin mucha importancia para enviar allí a los desplazados cuando a un político se le antoja ese destino.
Castillo desafió el primer principio, al pedir que se nombre en Bolivia a Carina Palacios, ex encargada de relaciones internacionales de Perú Libre. Embajadores en retiro del ala izquierda la cancillería tomaron embajadas importantes, como Manuel Rodríguez Cuadros en la ONU, Harold Forsyth en la OEA, Luis Chuquihuara en Ginebra, y Oswaldo de Rivero en Washington. En rigor, son designaciones políticas, pues son diplomáticos jubilados; pero la cancillería no resiente su institucionalidad como si se llenara de civiles intrusos. Con un canciller político que respete el fuero y se deje orientar por él, como César Landa, se sienten tranquilos.
El mayor problema con las embajadas políticas no es solo de Torre Tagle, sino del presidente que las designa. Así como se las dan de premio a sus buenos amigos; también las usan para mandar lejos a los amigos incómodos. Si quieren un solo ejemplo pasado, recuerden cómo PPK mandó a Vizcarra a Ottawa. En realidad, esa distancia fue funcional a su sucesión. Dina Boluarte tendría el sex appeal sucesorio que hoy no tiene, si estuviera físicamente distanciada de Pedro Castillo en alguna embajada.
España dijo sí, pero…
Por si fuera poco, tener los dos únicos agreements frustrados del milenio, no es el único triste record de la injerencia de Pedro Castillo en la diplomacia. Tenemos el caso estrambótico de un agreement que sí ha otorgado el gobierno de España, y que el Perú, ha ignorado. O sea, lo pedimos pero ya no nos interesa, es el mensaje tácito a los españoles.
El desconcertado candidato a embajador, me ha contado los detalles. Se trata de Rafael Belaúnde Aubry, ex líder y candidato presidencial del partido Adelante e hijo del dos veces ex presidente Fernando Belaunde.
Belaunde Aubry me contó la historia desde el extrajenro: “Óscar Maúrtua, el ex canciller, fue secretario general del despacho presidencial de mi padre, somos amigos. Él me propuso que sea embajador, que se lo había consultado al presidente y este le dijo que su padre era acciopopulista, y que recordaba bien la figura de mi padre. Yo le dije a Óscar todas mis objeciones al gobierno [se extiende en una larga lista], pero si se trataba de servir el Perú, porqué no, y acepté”.
¿Qué pasó después?, le pregunto a Rafael. “Pues, Óscar me contó que en el Consejo de Ministros, hubo objeciones, sobre todo de Mirtha Vásquez”. Valga aclarar que, en nuestra normativa, todas las designaciones de embajadas son refrendadas por el Consejo de Ministros que, por regla general, respeta lo dispuesto por Torre Tagle, o por el presidente, si se trata de embajadas políticas. Rafael ignora si el presidente hizo algo para respetar su prerrogativa; pero podemos presumir que se desentendió de ella como de tantas otras cosas que avala o a las que adhiere sin pensar.
La historia tiene una coda. Al suceder el canciller César Landa a Maurtua, Belaunde fue convocado a Torre Tagle. Landa le dijo que ya contaban con el ‘agreement’ del gobierno español pero había que volver a consultar al Consejo de Ministros. Rafael Belaunde zanja el tema. “Le repetí a Landa las mismas objeciones que le había comentado a Maúrtua y acordamos en que mejor dejábamos allí el asunto”. He aquí el primer gobierno al que le rechazan dos embajadores y que consigue un beneplácito que no usa. Esperemos que el caos nacional y la política exterior vayan por cuerdas separadas.
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