MARÍA JOSÉ CORREA
En las alturas del distrito de Huarmaca (Huancabamba), a casi 3.000 m.s.n.m., la familia Bernilla hizo lo mismo que los Buendía en la ficticia Macondo: sentar las bases de su hogar.
Pero a diferencia de la ciudad de los relatos de Gabriel García Márquez, el caserío Chilcapampa –uno de las varios que se ubican en Huarmaca– y fundado por los Bernilla se alza en medio de una geografía accidentada, a más de diez horas de viaje desde Piura.
Llegar a Chilcapampa no es una tarea fácil. Luego de cinco horas en camioneta (una de ellas sobre camino de trocha), llegamos al centro poblado Tallacas, donde nos recibió el tierno amanecer de la sierra.
Pero el camino no termina ahí. R ecorrer los cerros verdes desde Tallacas hasta Chilcapampa tomó casi seis horas de caminata. Por nuestro guía nos enteramos de que los pobladores hacen el mismo recorrido en la mitad del tiempo, sobre todo para llevar a los enfermos a la posta más cercana.
Los Bernilla La historia de la familia Bernilla se pierde entre las montañas y la mala memoria. Aunque la mayoría no se pone de acuerdo en la fecha ni en por qué emigraron, se sabe que algunos miembros llegaron a Huarmaca caminando desde la comunidad de Totoras, ubicada en el distrito quechuahablante de Incahuasi, en la provincia de Ferreñafe (Lambayeque).
Los pobladores que se asentaron en ese lado de Piura empezaron a llamar a Chilcapampa por la abundancia de la chilca (‘Baccharis dracunculifolia’), una planta medicinal con propiedades antiinflamatorias y antirreumáticas.
“Cuando yo hablaba, los demás se preocupaban porque me escuchaban hablar en quechua, pero yo nunca dejé de expresarme en mi lengua”, dice orgulloso Porfirio Bernilla Barrios, un sucesor de los fundadores.
Al igual que el resto de su familia, Porfirio tuvo que aprender el castellano a la mala, pues en Tallacas y Jacapampa –los centros poblados donde alguna vez vivió– la gente no se comunicaba en quechua.
En el 2009, gracias al esfuerzo de la comunidad, se construyó la Institución Educativa 20811 en el caserío. En octubre del 2012, una comitiva de funcionarios de la Dirección Regional de Educación llegó a la zona. La población pidió un profesor que dictara clases en quechua. Frente a este clamor popular, este año se contrató a un docente de Incahuasi.
“Para poder detectar qué variante del quechua se hablaba en Chilcapampa, tuvimos que hacer un recorrido por las comunidades de Cajamarca. Llevamos videos para compararlos, pero no encontramos algo similar. Luego viajamos a Incahuasi y allí pudimos determinar que era el mismo”, explica Emilio Córdova Chumacero, especialista en educación y responsable del área de educación rural de la Dirección Regional de Educación.
Vida entre las montañas En la actualidad, el árbol genealógico de Chilcapampa ha crecido y se ha bifurcado hasta llegar a 22 niños, 25 jóvenes y 20 adultos todos quechuahablantes.
Ahora también habitan en el caserío los Manayay, los Leonardo y los López, pero todos se consideran parte de una sola familia.
Marcos Rodríguez Díaz es el único profesor del colegio al que asisten los 22 niños que cursan diferentes grados de primaria. Rodríguez es natural de Incahuasi y, gracias a que su lengua materna es el quechua, puede difundir una educación bilingüe entre los más chicos. Pero pronto dejará el caserío por una mejor oferta de trabajo, y una vez más, los piuranos del lejano Chilcapampa se quedarán a su suerte, entre la neblina y el frío que habitan en las montañas.