El Perú figura como el país de los gobiernos más inestables de América Latina, con diez presidentes, cuatro mandatos inconclusos y múltiples crisis políticas en solo 21 años. De las otras 19 naciones del subcontinente, ocho también han tenido bajas presidenciales, entre renuncias, destituciones, golpes de Estado y hasta un magnicidio [ver infografía].
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En el caso peruano, se registró una vacancia en el 2000, luego de que Alberto Fujimori abandonara el cargo en medio de la revelación del primer ‘vladivideo’. Aunque los posteriores presidentes sí llevaron a término sus períodos, en el último quinquenio se sumaron nuevos escenarios de inestabilidad. Primero, la renuncia de Pedro Pablo Kuczynski, tras conocerse de una presunta compra de votos en el Congreso; luego, la polémica vacancia de Martín Vizcarra por supuestos vínculos con el caso ‘Club de la Construcción’; y por último, su breve sucesor Manuel Merino dimitió tras una escalada de protestas ciudadanas.
En diálogo con El Comercio, la politóloga Kathy Zegarra consideró que la fragilidad de los últimos gobiernos se origina, principalmente, del uso abusivo del poder por parte del Ejecutivo y el Legislativo. “No ha habido cambios legales o constitucionales que hayan dado más o menos poder a alguno de ellos, pero lo que sí se ha dado es el uso político irresponsable de las herramientas [como la vacancia y la cuestión de confianza]”, expresó.
Para la internacionalista y politóloga mexicana Diana Luna, la política peruana no ha dado señales de fortalecimiento pese a las continuas lecciones: los partidos continúan débiles, la polarización alcanza topes peligrosos y la actual gestión de Pedro Castillo no traza el norte requerido para producir confianza. “En Perú están presentes todas las condiciones para una tormenta perfecta. Si bien hubo un terremoto político en los últimos cinco años, no se perciben los cimientos que debieron construirse para que eso no vuelva a ser posible”, indicó.
Sobre este punto, Zegarra añade que existen corrientes globales que también impactan como un elemento para la inestabilidad política. “Al inicio de los 2000, hubo una lucha en el Perú para retornar a la democracia, pero luego de 21 años este proceso no se ha consolidado lo suficiente. Y es así que nuevos elementos lo debilitan más y muy fácilmente. Uno de ellos es la tendencia de que la democracia ya no esté tan valorada para los políticos y una parte de la sociedad. Esto se acerca a un fenómeno global, donde discursos altamente antidemocráticos están teniendo cada vez más fuerza, vocería y aceptación”, dijo la especialista.
Contrastes de liderazgo
Durante sus 16 años, la gestión de la saliente canciller de Alemania, Angela Merkel, no experimentó ninguna turbulencia política que pusiera su continuidad en riesgo. Merkel es una de las dos personas que más ha durado en el cargo desde 1949, es decir, en todo el tiempo de ese país como República Federal (Helmut Kohl —de su mismo partido, la CDU— también se había mantenido como canciller por 16 años, entre 1982 y 1998).
Este 26 de setiembre, los alemanes votarán por un nuevo Parlamento que, como ocurre cada cuatro años, dará pie a una coalición para formar gobierno. Como ya lo había decidido y anunciado en 2018, la canciller Merkel no se presenta a la reelección.
En entrevista con El Comercio, el politólogo alemán Günther Maihold recalcó que una diferencia principal entre el modelo de gobierno alemán y el latinoamericano es que en el primero no existe competencia de legitimidad entre los poderes.
“En el sistema político alemán, no hay un presidente popularmente electo y un Parlamento popularmente electo que se disputan protagonismos. El gobernante no se elige directamente, sino con una coalición de votos a través de los partidos. Entonces, esto ha hecho que los partidos políticos tengan el verdadero papel protagónico y desarrollen más perfil programático, en lugar de ser representaciones personalistas de líderes de turno”, explicó el también director adjunto de la Fundación Ciencia y Política (Stiftung Wissenschaft und Politik).
Salvando las diferencias de la distribución del poder, Maihold también resalta que lo que ha mantenido por tanto tiempo a Merkel como una opción de consenso en la democracia parlamentaria alemana es su propia habilidad política.
“Con su estilo de gobernar, nunca buscó un protagonismo demasiado fuerte para resolver conflictos internos en las diferentes coaliciones que la reeligieron como canciller. Ha resuelto problemas sin pleitos expuestos que dieran un reflejo negativo o de gobierno desordenado ante la población. Eso, en cualquier parte, genera estabilidad y confianza”, indicó.
Diana Luna, quien además es asesora de América Latina en la Fundación Friedrich Naumann para la Libertad desde Berlín, agregó que la centrista Merkel ha sabido “oler a la opinión pública”. “No tomaba ciertas decisiones si no estaba segura de que serían mayoritariamente respaldadas. Ahora, también hay que decir que ella goza de una mayor popularidad en el exterior que en la propia Alemania. Por supuesto que también es criticada por no conseguir ciertas reformas, sobre todo en materia económica y tributaria”, enfatizó.
La crisis de partidos como un punto clave
Para la politóloga peruana Kathy Zegarra, el debilitamiento de las organizaciones políticas —sin renovación de líderes ni militancia activa ni construcción de ejes programáticos— es un punto de partida para las crisis de gobierno. “Generalmente, con partidos débiles, los políticos tienden a levantar miradas cortoplacistas. Sin embargo, particularmente en el Perú, no es el único motivo por el cual haya existido esta alta inestabilidad presidencial, pues los partidos ya eran débiles mucho antes que en los últimos cinco años”, remarcó.
La politóloga mexicana Diana Luna señaló que un ingrediente desestabilizador de la política en América Latina es la apuesta cada vez más cerrada por un sistema caudillista, en donde las marcas personales de los políticos que acaban como gobernantes eventualmente se desgastan. Esto no solo se origina dentro de los propios partidos, sino que se alienta y naturaliza.
“Cuando la mayoría de países latinoamericanos superó dictaduras y pasó a tener modelos presidencialistas o semi-presidencialistas, no se priorizó a los partidos políticos como organizaciones clave de esas transiciones democráticas. Más bien, se fue fortaleciendo una dependencia de ‘cabezas’ o liderazgos que, con el tiempo, también se debilitan”, enfatizó. Luna remarcó que, como consecuencia de sus propias limitaciones, la mayoría de partidos en Latinoamérica son mejores en agudizar las crisis que en plantear y concretar salidas saludables inmediatas.
Opinión: “Parte de este juego ( ‘democrático’ )”, por Carlos Meléndez
Ser presidente es una ocupación de alto riesgo. Eso se sabe en Perú y en otros países latinoamericanos. Si bien, según las normas de cada país el cargo debería durar cuatro, cinco o seis años, la “esperanza de vida” presidencial puede ser muy baja. ¿Cuáles son los factores que están relacionados con caídas presidenciales en América Latina?, se han preguntado desde la academia. Algunas respuestas parecen obvias, pero no son tan determinantes (malestar social generalizado y movilizado); otras no tendrían por qué serlo, pero están presentes ahí donde ha habido una caída presidencial (mayorías opositoras en el Legislativo).
Propongo enfocarnos en la voluntad de los actores, tanto Ejecutivo y Legislativo, para entender las razones de tanta inestabilidad. Gobiernos que tienen la vocación de llevar adelante sus propuestas programáticas llegando a consensos con sectores moderados, difícilmente generan tensiones que desequilibran el balance de poderes. Parlamentos que fiscalizan al oficialismo sin ánimos de restarle legitimidad, contribuyen a la estabilidad.
La polarización –ya sea distancia ideológica o afectiva- entre poderes pone a prueba las credenciales democráticas de ambos bandos. Cuando predominan los extremos, no importa tirarse abajo la institucionalidad con tal de quitarle piso al rival político.
Es así como Perú se ha convertido en un caso de alta inestabilidad presidencial. Si revisamos el pasado reciente, inquilinos de la Casa de Pizarro terminaron sus contratos a pesar de ínfimos niveles de aprobación (Alejandro Toledo), de aguda conflictividad social (Alan García II) y de un Congreso “aprofujimorista” (sic) de oposición activa (Ollanta Humala).
¿Por qué desde PPK en adelante se agotó el modelo “exitoso” de la democracia sin partidos? La polarización afectiva (no ideológica) entre fujimoristas y antifujimoristas hizo añicos nuestra endeble institucionalidad, ha legitimado en las mentes de los actores políticos medidas excepcionales como “normales”. Hoy, lamentablemente, el derrocamiento presidencial (y el cierre del congreso) es parte de este juego “democrático” en Perú, como lo ha sido en Ecuador, Bolivia y Argentina.
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