La traición ya no es lo que era. En el Congreso ha alcanzado la mayoría simple. En el Ejecutivo el piso es igual de resbaladizo, pero hay un código que se cumple, un pequeño seguro temporal que cubre de silencio a los despedidos súbitamente: El despedido se calla la boca mientras dure el régimen. El mutis será compensado más adelante, cuando la puerta giratoria lo reciba campante con fajín en su CV.
Sin embargo, hemos empezado a ver exministros bocones. Eso sí, por regla general, todos han sido antes maltratados o desdeñados, pero no se vengan dramáticamente, sino con calculadas dosis de despecho. No hay sobredosis de ningún tipo en el cuento de Alberto Otárola confirmando lo que toda la cuenca del Pacífico sabe: que Dina se cambió la cara. Sin embargo, ‘Juanjo el intenso’, el ministro del Interior Juan José Santiváñez, quiso saborear un concepto épico y dijo que Alberto “es una persona desleal”.
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Alberto le respondió en unas líneas no épicas sino propias del esperpento de la política nacional: “Decir la verdad no es ser desleal. Acorralar y traicionar a buenos policías, implementar por encargo seguimientos ilegales y aferrarse al cargo ante rotundo fracaso en la gestión; eso sí es deslealtad”. Fin del único round. Fíjense como Otárola, de paso, reafirma su convicción de que está siendo reglado por esbirros ‘dinistas’.
“Fue ella quien lo apartó cuando oyó otras voces que le susurraban ‘Otárola te apantalla’ y la instaban a preguntarse ante el espejo, ¿quién es la presidenta, quién es la bonita? Salió del trance con nuevo rostro y nuevo premier”.
Dina no puede ser víctima de traición de Alberto ni de nadie porque no ha cultivado lealtades para la gobernanza. Si alguna fidelidad le queda es la consanguínea, la de su hermano Nicanor; porque a los ministros los quema sin pena. Por ejemplo, a Hania Pérez de Cuéllar la botó sin siquiera hablar con ella. A Álex Contreras, el ex MEF, lo reunió con otros tres despedidos para un ‘chau, chau’ protocolar y se ahorró explicaciones personales.
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Alberto, nuestro personaje de la semana, sí se reunió con Dina pero solo para pactar la forma en la que él mismo anunciaría una salida con la que no estaba contento. No era para menos. Él fue quien lideró la hazaña de hacerla viable como presidenta del Perú ante una mayoría congresal que contaba con los votos para inhabilitarla antes de vacar a Pedro. Ese era el plan que parecía inexorable.
A mí me dejó de parecerlo cuando hablé con él, abogado de la entonces vicepresidenta, y ví tanta seguridad en su rollo y estrategia que me convenció de que la salvaría.
Una vez juramentada lideró su alianza con la derecha imponiéndose ante Nicanor y el entorno progresista que le marcaba una ruta caviar inviable. Con cierta modestia, no peleó por el premierato sino que pidió el Ministerio de Defensa. Tras las primeras protestas con muertos y la caída de Pedro Angulo, mientras los ministros progresistas desertaban, Alberto se convirtió en PCM y confirmó la alianza de derecha. Y ayudó a convencer a Dina de que no renuncie frente a las protestas que él estigmatizó con más énfasis que ella.
Otárola no puede ser un traidor a Dina, sino, acaso, a su formación en la izquierda moderada del PSR (Partido Socialista Revolucionario) y a su trabajo en el sistema interamericano. Y quizá fue irresponsable por haber convencido a su socia de mantenerse en el poder con muertos y heridos y ser manirrota con el Congreso. Pero eso es política contrafáctica. La realidad es que no hubo adelanto y Alberto no la abandonó. Fue ella quien lo apartó cuando oyó otras voces que le susurraban ‘Otárola te apantalla’ y la instaban a preguntarse ante el espejo, ¿quién es la presidenta, quién es la bonita? Salió del trance con nuevo rostro y nuevo premier.
Alberto, el ex PSR que había seguido en la órbita de la izquierda cuando fue ministro de Defensa de Ollanta Humala en el 2012, renunció ad portas de una censura y se las arregló para volver a la palestra como jefe de Devida; se convirtió en el garante de Dina ante el Congreso anti izquierdista, en su eficaz pararrayos y mejor vocero. Ha empezado hablar desde que Hania Pérez de Cuellar lo sindicó como posible chismoso de los Rolex, pero se mide. Cada dosis tiene este interlineado: ‘esto no es nada, imaginen si digo todo lo que sé’.
Su límite no está en el cariño o respeto que mantenga por Dina sino en el reconocimiento de responsabilidades propias y en el riesgo país tal como lo puede concebir un posible pre candidato a -¿diputado, senador, alcalde?- de Somos Perú.
‘¿Desleal, traidor yo?’, se repetirá masticando las palabras y la respuesta está en una crónica entre rosa y roja: Deslealtad y traición es lo que ha sufrido en manos de Yaziré Pinedo, la chica interceptadora que lo hubiera grabado aunque se la llevara a una isla desierta.