Por Carlos Cabanillas
Un abogado pepecista que le dio trabajo en su estudio lo recuerda como un abogado mediocre pero un “gran gestor”. “Empezó Alda en un garaje con su esposa”, recuerda. Como regidor municipal pepecista de Miraflores su labor fue más bien discreta. Pero en 1989 la coyuntura presidencial lo volvió la ficha ideal del Fredemo para ser dos veces alcalde de Miraflores. En ese entonces –y como siempre– la alcaldía estaba sujeta a la popularidad presidencial, dependiendo de si el alcalde entraba al inicio de un gobierno o en las postrimerías de una gestión. El arrastre presidencial ayudó a Orrego (1981) y Del Castillo (1987), pero ser oposición benefició a Barrantes (1984), Belmont (1990) y al propio Andrade (1995), quien renunció al PPC y fundó Somos Lima con miras a las elecciones del 95. Ser opositor lo ayudó a vencer a Jaime Yoshiyama, quien prometía gobernar Lima “con todo el apoyo” del entonces todopoderoso presidente. El timing ayudó. Fujimori se había impuesto en la reelección de abril del mismo año al candidato opositor Javier Pérez de Cuéllar, entre escándalos de chuponeo y rumores de fraude. Pero lo cierto es que había ganado en primera vuelta, tras el affaire militar con Ecuador y un CCD que había hecho una Constitución a la medida del autócrata. Andrade ayudó a nuclear una oposición dividida y desconcertada que no había organizado un aparato sólido más allá del Foro Democrático de 1993.
Durante la remodelación de la Plaza de Armas, se rescató un cañón de las guerras por la independencia. Simbólicamente, el cañón fue ubicado en el balcón del Palacio Municipal, apuntando a Palacio de Gobierno. Aquel gesto simbólico resume el tono de su gestión. Porque, a pesar de su conservadurismo pepecista, Andrade confrontó abiertamente a Fujimori como pocos. Y lo hizo siempre con su estilo criollo, con su ingenio tradicional y su pícara cunda limeña. Fue el contrapeso ideal frente al frío tecnócrata oriental de Palacio.
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Y como buen barrioaltino pero “de la puerta para adentro”, como él mismo confesaría en una entrevista, supo priorizar el epicentro de la capital. Siendo el hijo de un militar y una profesora, defendió el orden, la limpieza y la seguridad. Tres factores extrañamente abandonados en el Centro Histórico por el propio populismo fujimorista. Según un viejo periodista, ese desapego al centro respondía a su áspero trato con la prensa, y es que tres redacciones de medios de oposición se ubicaban cerca del Damero de Pizarro. La prueba de fuego de todo alcalde de Lima siempre ha sido el embellecimiento del Centro Histórico, donde se ubica el 70% de todo el legado arquitectónico virreinal (parte del 30% restante está en el Rímac, ese vecino olvidado). Y tal vez por todas esas razones el rescate del centro fue el gran legado de Alberto Andrade.
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No solo fue un tema de ornato al privatizar la limpieza de Lima y reordenar el comercio ambulatorio. Andrade implementó un plan de gestión cultural que incluyó la creación del Centro de Artes Visuales de la Municipalidad de Lima, fundado por Luis Lama. Un organismo encargado de organizar las bienales de Lima (la Bienal Iberoamericana de Lima y la Bienal Nacional de Lima). También se inauguró el Centro de Artes Escénicas, fundado por Karin Elmore, que llevó a cabo el Festival Internacional de Danza y Teatro de Lima. Paralelamente, como gran comelón, instauró la cultura gastronómica en el Centro Histórico años antes que el propio Gastón Acurio, con festivales de comida y vivanderas. Y hasta ayudó a rescatar postres de la vieja guardia. Algunas de estas tradiciones quedaron como un clásico de los gobiernos futuros.
La campaña Adopte un Balcón, por ejemplo, fue luego adoptada por otras gestiones limeñas, y también por las del Rímac (donde 45 fueron declarados en riesgo). Andrade logró restaurar 72 balcones con una inversión de US$711.550. Lamentablemente, Luis Castañeda no continuó la gesta con los 1.217 balcones restantes. Pero la obra no solo se abocó a los balcones. Andrade comprendió que había 1.899 inmuebles protegidos como patrimonio cultural por su valor arquitectónico. Y que solo con los ingresos por concepto de turismo se podría refinanciar todo el centro de la capital. Recordemos que era 1996. El Perú se abría de cara al mundo luego de varios años perdidos. Y en toda Latinoamérica los centros históricos se ponían en valor. Y tres años antes, el propio Mario Vargas Losa había publicado “El loco de los balcones”, una obra teatral inspirada en Bruno Roselli, un profesor de historia del arte dedicado al cuidado del patrimonio de Lima.
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En la memoria digital aún puede verse cómo Andrade orquestó el gran desalojo de ambulantes del Centro de Lima. Paralelamente, Fujimori había dado la orden a la PNP de defender a los ambulantes y atacar al serenazgo y la policía municipal.
Un observador aclara que ninguna de estas obras necesitó del apoyo del Gobierno Central. Reordenamiento, ornato, cultura y mucho orden. Pero no fue solo cosmético. Andrade no fue ajeno al cemento y a las obras emblemáticas. Además de inaugurar la vía expresa Javier Prado y el ‘by-pass’ del óvalo Higuereta, remodeló parques y plazas que crearon una escuela de raigambre miraflorina en toda la capital. Reformuló la recaudación tributaria limeña, tecnificó la burocracia edilicia y se benefició del extraordinario crecimiento de los 90. Y hasta sentó las bases del Lima Bus, el futuro Metropolitano de Castañeda. Cuando se creyó lo de sus posibilidades presidenciales, su trabajo decayó. Y el electorado, finalmente, se inclinó por Castañeda, quien luego fue contagiado por el mismo virus presidenciable. La dictadura se encargó de triturar la imagen de Andrade y Castañeda, y luego apareció Toledo en las encuestas. El resto fue historia. Andrade fue un alcalde gestor y conservador, pero transparente y opositor al autoritarismo de entonces. Tenía una visión tradicional pero con amplitud de criterio y mirando siempre al futuro. Con mucha obra privada y cemento pero también con mucho legado cultural. Una combinación justa y necesaria de la que el flamante alcalde de Lima tendrá que aprender.