La historiadora, nacida en España pero de madre argentina y padre francés, ejerció el periodismo y ahora es diputada por Barcelona. Integrante del Partido Popular, es autora de “Políticamente indeseable”, un libro donde clava las banderas del liberalismo de derecha que defiende con un estilo particular.
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— Mucho se habla de sus críticas directas al populismo, que además lo padecen (o lo ejercen) políticos de todas las esferas y colores. Dijo hace poco en una entrevista: “El populismo es la antipolítica, es el impúdico culto al pueblo con espurios fines antidemocráticos”. ¿Quiénes son los populistas de esta época? Pienso en Trump y, más atrás, Hugo Chávez, pero usted en la lista incluye hasta al papa Francisco.
Yo creo que no hay nada más importante que la política, nada que tenga una influencia más decisiva sobre la vida de las personas. Y el problema que tenemos hoy en día es que hay un ataque sistemático a la política por parte del populismo. El populista busca la destrucción de la política, va erosionando, desgastando, devaluando, banalizando, degradando la política hasta convertirla en una actividad sucia, desprestigiada. El populismo es el atajo de los mediocres, porque es muy fácil hacer política sentimental, puramente visceral, apelar a los sentimientos, a la irracionalidad de la gente, tocar las teclas de las bajas pasiones; eso es algo que puede hacer cualquiera.
— ¿Perpetuarse en el poder es lo único que desea un gobernante populista?
Un denominador común de los populistas de todo signo es que siempre buscan la destrucción del sistema democrático desde dentro. Es decir, son los burros de Troya de la democracia, en cuanto que ejercen y apelan a la ignorancia de la gente, se disfrazan de demócratas para destruir las democracias. Y también buscan, efectivamente, perpetuarse en el poder. Mucho más difícil y meritorio es hacer política en el sentido profundo y digno del término, es decir, apelando a la racionalidad, a la voluntad de pacto, al entendimiento, a la inteligencia, a los ciudadanos.
— Hace poco, usted habló de Latinoamérica, advirtió una “nueva ola de populismo de izquierda”. Pero esos son gobiernos que han sido elegidos en democracia. ¿Por qué gana la izquierda? Andrés Oppenheimer dijo en estas mismas páginas que en realidad quienes ganan son los ‘anti’.
Yo diría que no está ganando la izquierda, sino que está perdiendo el liberalismo. Se está replegando y no está dando la batalla. Efectivamente, estamos viviendo un tsunami autoritario y neocomunista en la región. Se están planteando disyuntivas entre autoritarismo y antipolítica, si quieres, pero todo antidemocrático. Es una involución antidemocrática. ¿Por qué o cómo? Bueno, el comunismo fracasó como ideología de manera estrepitosa, generando miseria, muerte, represión, torturas, campos de concentración, etc. Solzhenitsyn corrió el tupido velo que cubría las obscenidades y los crímenes del comunismo, y luego el Muro de Berlín se derrumbó, o lo derrumbamos, y la libertad dejó ver lo que había detrás. Unos años después, Fukuyama escribió su célebre tratado, “El fin de la historia y el último hombre”, sobre el triunfo del orden liberal. Y luego los liberales se echaron a dormir, se dedicaron a gestionar la economía y hacer muy bien las cuentas, etc., y abandonaron la política y el campo de las ideas. Es decir, el gran derrotado del conflicto ideológico del siglo XX es el comunismo y, sin embargo, por algún extraño motivo, el liberalismo pasó un poco a la defensiva y al repliegue y a tener vergüenza de sus propios logros. En cambio, ese comunismo, en un ejercicio inédito e insólito de travestismo político, se reinventa con nuevos ropajes, con nuevas causas y empieza a ganar la batalla cultural y la batalla moral.
— Y cuando la derecha se despierta y asoma un líder, es un Bolsonaro, un Trump.
Es lo más interesante. Ese repliegue del mundo liberal que no da la batalla cultural, que no reivindica sus ideas y que no se atreve frente a la izquierda, como respuesta a ese nuevo neocomunismo crea esa versión autoritaria, la antipolítica de derechas, es decir, líderes populistas de derechas. Son movimientos pendulares. Y nosotros, ese mundo racional ilustrado, vinculado a las ideas de la modernidad política y el liberalismo, acabamos aplastados por esas dos fuerzas reaccionarias en combate. Eso coloca a nuestros electores, a la gente sensata, ante la terrible disyuntiva de tener que elegir el mal menor cuando llegan las elecciones, entre Biden o Trump, entre Kast y Boric, entre Petro o Hernández, entre Fujimori y Castillo.
— El famoso cáncer o sida, como diría Vargas Llosa.
Vi a Mario Vargas Llosa, que es un referente de tantas cosas, tener que pedir el voto para Keiko Fujimori para evitar la victoria de Castillo; es un paso durísimo para cualquiera. Estamos obligando a nuestros electores y a nuestros países y conciudadanos a votar con la nariz tapada. Y eso no puede ser.
— Cuando Petro ganó, Vargas Llosa dijo, en pocas palabras, que los colombianos votaron mal. Pero, ¿no es esto muy reduccionista? ¿No hay algo más hondo detrás?
La responsabilidad es compartida. En parte de los ciudadanos que consumimos política como consumimos comida basura; también, de las élites económicas y sociales en nuestros países que hacen negocio con la erosión de la democracia. Y, por supuesto, la responsabilidad es de los políticos tradicionales que entran en una desquiciada competencia con los populistas. Entonces empieza la degradación de la propia política, se sustituyen los argumentos, se convierte en una mezcla de circo, espectáculo de televisión y esperpento. Y por eso tenemos que volver a formar políticos, los mejores, los más competentes, los más inteligentes, los más honrados.
— Usted estuvo en Estados Unidos, en calidad de periodista, cuando Trump se hizo del poder. El liberalismo que usted defiende, y que él supuestamente representa, se convirtió en catástrofe.
Que la primera democracia del mundo se coloque ante esa tesitura es una señal de alarma para cualquiera. Y, efectivamente, ¿cómo acabó esa legislatura? En todos trepándose en el Capitolio, una imagen que grafica la crisis de la democracia. Hay que acabar con esta dinámica, hay que empezar a construir alternativas del bien, que la gente quiera ir a votar con entusiasmo, con ilusión democrática y liberal.
— En Argentina ha surgido en estos últimos tiempos una figura descollante y para muchos estrafalaria que es Javier Milei. ¿En qué categoría lo ubica?
Yo no coincido con Javier Milei, con su actitud respecto a la política. Él dice que todos los políticos son iguales, son todos una basura, son todos corruptos. Y esa no es la solución. La regeneración de la política y la defensa de la democracia no van a venir del desprecio y el descrédito de la política. Destruir la política no va a regenerar la política, y esa es mi principal diferencia con él. O sea, la solución al autoritarismo de la izquierda no es la antipolítica de derecha, sino la buena política, racional como una alternativa con batalla cultural de fondo.
— ¿Qué observa usted sobre el Perú? Alguna vez dijo que aquí entrábamos en “parálisis política” con el nuevo gobierno.
El caso del Perú es paradigmático, es el paroxismo de la degradación política. ¿De verdad los peruanos merecen un presidente que une el extravío ideológico a la ignorancia, el autoritarismo y la corrupción? Y lo peor es que detrás de la figura del payaso, del hazmerreír de algunos, hay un proyecto disolvente. Esto va mucho más allá de un presidente que puede resultar esperpéntico. Por eso es muy importante dar esa batalla cultural de defensa y regeneración de la política y de la democracia. Cuando la política se convierte en un espectáculo de ‘reality show’, en un circo de tres pistas, se degrada hasta tal nivel que la gente empieza a decir: ‘Oiga, si la democracia es esto, pues que venga mejor una solución de otro tipo’. Y lo ves en las encuestas en América Latina, en Europa, empiezan a bajar las tasas de aceptación de la democracia y gente que empieza a hablar el modelo chino que me ofrece, digamos, una transacción con Mefistófeles: yo entrego mi libertad a cambio de que tú me des protección y seguridad.
— Hablando del mapa geopolítico actual, lo que se ve es inocultable: a Estados Unidos no le interesa mucho su ‘patrio trasero’ y la Unión Europea tampoco muestra gran interés por Latinoamérica.
América Latina es uno de los teatros de una contienda mundial entre el orden liberal y un orden totalitario. De allí que sea insólita, incomprensible falta de atención, de dedicación y de implicación de Estados Unidos. ¿Cómo ha permitido Estados Unidos que Colombia caiga en manos de este eje de involución antidemocrática? Es una pregunta muy relevante y una responsabilidad que van a acabar pagando de alguna forma. La pieza clave para Estados Unidos era Colombia y Petro ahora se está disfrazando como el hombre del consenso y el acuerdo nacional, el hombre moderado que va a venir a sellar heridas. Y por eso es crucial también en Colombia, como en el Perú, como en Chile, como en España, como en Argentina, que construyamos alternativas políticas. Esa es mi obsesión siempre, más allá de analizar y lamentarnos por el desastre, lo que hay que hacer es pasar a la acción y armarnos intelectualmente, ideológicamente, políticamente.
— Cito una frase de su libro: “Me dediqué a luchar contra lo indeseable en la política hasta que me convirtieron en políticamente indeseable”. ¿Por qué cree que genera cierta ojeriza en un sector, no solo de la izquierda?
En España tenemos un tablero cultural inclinado, igual que en América Latina, y la izquierda está en la parte alta del tablero, junto con los nacionalistas, que son fuerzas realmente reaccionarias y separatistas. Y cuando tú cuestionas la superioridad moral de la izquierda o los nacionalistas, inmediatamente eres catalogado de fascista y de radical. La moderación la deciden los más radicales. En fin, cuando tú ejerces la política en primera línea, eso tiene un coste.
— ¿El más alto coste que sufrió fue perder la vocería del Partido Popular?
Yo estaba en primera línea como portavoz del grupo parlamentario, y eso acabó en un proceso de cancelación y, como en cámara lenta, en mi destitución. El mundo de la derecha, siempre tan acomplejado, tiene una relación difícil con la política. Creen en el fondo que es una actividad sucia y por eso la han dejado en manos de la izquierda, para que la ejerza y batalle con ella. Tendemos a creer también que los votantes son máquinas materialistas a las que solamente les importa el bolsillo, y que entonces hay que gestionar bien la economía y esperar. Y eso no es verdad. La izquierda tiende a detestar a la derecha e intenta destruirla; la derecha tiende a admirar a la izquierda e intenta imitarla. Cuando intentas que este tablero lo nivelemos en una batalla cultural, sufres las consecuencias y eso hace que te acaben llamando políticamente indeseable. En el libro hablo muchas cosas, del victimismo, del apaciguamiento, del feminismo.
— Sobre esto último, incluso Vargas Llosa, quien la admira abiertamente, criticó en un artículo su rechazo a leyes que defiendan a las mujeres. Leí que solo en el 2021 hubo 44 feminicidios en España, que no es poco.
Es un número muy parecido a cuando no había esas leyes que establecen una segregación penal. Hay una manera de abordar los problemas de la violencia contra las mujeres que no pasa por considerar que todos los hombres son, por naturaleza, asesinos y violadores en potencia, ni por convertirnos a las mujeres en víctimas por definición.
— ¿Extraña algo del periodismo, la “política sin responsabilidad”, como le dijo alguna vez su antiguo jefe en “El Mundo”, Pedro J. Ramírez?
La vida es ondulante, como dice esa frase bonita de Montaigne. Dicho esto, entre el placer del periodismo y la vocación política, esta se impone. Soy política antes que periodista. De hecho, extraño la primera línea política, antes que al periodismo.