“Una vieja historia cuenta que cuando le preguntaron a un psicoanalista: ‘¿Por qué los de su profesión siempre responden a una pregunta con otra?’, este respondió: ‘¿Y a usted qué le parece?’”.
Este es un fragmento de un texto que escribió Moisés Lemlij en el libro “El umbral de los dioses”, editado junto a Luis Millones. Lo que el destacado psicoanalista plantea es simple y a la vez complejo: no dejar de formular preguntas a lo que sucede alrededor.
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Él está ahora en Londres desde donde, diferencias horarias de por medio, soporta un nuevo embate de la crisis sanitaria del coronavirus mientras sigue con entusiasmo y a la vez decepción lo que sucede en el Perú, acorralado por los problemas de siempre.
—El Perú fue arrasado en las dos primeras olas, más de 200 mil muertos, la economía golpeada. Luego llegaron las vacunas y hubo un entusiasmo, una pulsión de vida. Pero ahora asoma ómicron, como si fuera el castigo a Sísifo. ¿En algún momento un país, o una persona, suelta la piedra y dice: ya no empujo nada?
Hay una perplejidad, nadie tiene la menor idea de qué va a pasar y te aferras a alguna teoría de conspiración, son procesos absolutamente inconscientes. Algunos tiran la toalla, la mayoría no. Es el viejo cuento de la cajita de Pandora: la esperanza es lo último que sale. Y quizá sea el peor de los pecados, de todos los vicios, pero me da la impresión de que la mayoría la tiene. La esperanza es el autoengaño. Carlos Augusto Salaverry, poeta peruano, tiene un versito: “¡Oh recuerdos! ¡Mentiras del pasado! ¡Oh esperanzas! ¡Mentiras venideras!”.
—O Martín Adán: “Límpiate de entusiasmos los ojos”.
Bueno, por ahí vamos los peruanos. Me da la impresión de que la esperanza es lo que nos salva y lo que nos arruina. Hasta en los campos de concentración en la época de los nazis había unos cuantos que tocaban su violín y escribían sus poemas. Eso no les garantizó supervivencia, pero sobrevivió el recuerdo de ellos. Siempre hay algún espíritu de lucha.
—Mientras hablamos, hay largas filas de personas que buscan desesperadas su tercera dosis. Salen del vacunatorio y unos días después irán a fiestas por fin de año, donde el virus los espera con ansias. ¿Qué nos está pasando?
De alguna forma todos tenemos lo que en mi jerga se llama una escisión: por un lado tienes a uno que se vacuna y hace todo lo posible para salvarse, pero por otro lado eres un idiota que se va a la discoteca. En la mente no hay contradicción entre los opuestos. En la naturaleza humana, todo el mundo busca cojudear al vecino. El problema es que tú eres el vecino del otro. No importa cuán vivo creas ser; es como las películas del oeste, donde hay uno que dispara más rápido.
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—¿En qué momento la pérdida de un ser querido deja de causar miedo y genera algo así como resignación? Borges decía: “La vida es una muerte que viene”. Se puede traducir al idioma criollo: “Igual todos vamos a morir de algo”.
Uno tiene las ganas de conquistar a una mujer, y al mismo tiempo está aterrado de que ella le pase el COVID-19. Eso no impide que el deseo te gane. Todos somos más o menos así. Unos dirán: “No, me abstengo”. Otros dirán: “Al diablo todo”. ¿Recuerdas a esas chicas que se iban a bailar entre las tumbas, sobre el cadáver de las amigas que se habían muerto? Me pareció extraordinario ese coraje, la metáfora de la vida y la muerte.
—Si hablamos de las postales que nos deja la pandemia, igual de metafórica fue aquella frase de la excanciller Astete: “No podía darme el lujo de caer enferma”.
Pero el pecado no fue vacunarse, sino querer cojudear a los otros. Quizá haya otra palabra: engañar. Ella quería pasar piola, pero la gente no se la traga.
— Ya tenemos seis meses de gobierno. ¿Por qué sentimos que el presidente se autoflagela a diario? Antes de la segunda vuelta usted dijo que el Perú iba camino a “un suicidio a plazos”.
Y no sé si terminará de pagar las cuotas. Un país no muere, simplemente hay catástrofes espantosas. Cada cosa que está haciendo cada grupo político, cada uno con sus contradicciones. Cada uno tiene un punto fijo a costa de absolutamente todo lo demás. Pensaba en quienes ven con esperanza que Boric desde Chile pueda rescatarlo, pero míralos a los dos, no tienen nada que ver. No es un problema de izquierdas o derechas. Yo no sé cuál será el destino de Chile, pero este muchacho de 35 años ha leído libros, ha hecho política, tiene su experiencia vital. El nuestro está en la calle. Lo terrible es no tener idea de las cosas.
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—Caen ministros, cada semana un escándalo, ningún inicio de reformas. Carmen McEvoy hablaba hace poco de “un Estado en fase demencial, un Estado que no responde”.
Hace un tiempo escribí sobre la locura de las naciones. Cada cierto tiempo, alguna nación se chifla. Por un terremoto o un volcán, un conflicto de intereses políticos, una peste. Estaba pensando en la Alemania de los nazis o la Yugoslavia posterior a Tito. En el Perú, con Sendero, de pronto se desarticularon todas las estructuras sociales y políticas y eso se refleja en cada persona. Por alguna razón, el Perú nunca ha terminado de articularse. Se ha escrito sobre eso, con optimismo, como Basadre, o con pesimismo, como Macera. Esta falta de articulación tiene de vez en cuando un equilibrio, a veces inestable, pero que puede durar 20 años, y de pronto pasa alguna tontería y de nuevo aparecen los conflictos más absurdos. Cómo es posible que un ex primer ministro (Guido Bellido) dijera un día: “¿Qué tienes tú contra Sendero?”.
—¿Qué sucede en la mente de alguien que, de pronto y sin haberlo buscado, tiene poder?
El viejo cuento de Lord Acton: “El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Castillo creyó que el huachito que ganó le permitía comprar cualquier cosa, pero no tiene idea del control del poder desde otros poderes, no tiene idea de cómo funciona una democracia, o cree que democracia es que lo obedezcan por haber ganado las elecciones.
—Decía Luis Jochamowitz que “Montesinos puede sentirse el padre político del Perú de los últimos 20 años”. Que se encontraran US$20 mil en el baño de Palacio, además de metafórico, y además de los memes, ¿no es lo más grotesco del mundo?
Esa es la fantasía de la omnipotencia, porque el poder te corrompe, pero también te engaña. Eres un empleado en una oficina que puede decir sí o no al pedido de una cita médica; eres el empleado de la oficina que tiene que entregar la lista para que te den tu brevete… Quien sea que tiene poder, y puede aprovecharlo cobrando S/5 de coima, o medio millón de soles, va a ejercerlo salvo que se le controle. Tú dirás: qué mala opinión de la especie humana. Pero es simplemente la manera en que Maquiavelo nos describió.
—Alfonso Quiroz, nuestro corruptólogo, sostenía que lo normal es no sentir vergüenza por no pagar impuestos, saltarse un semáforo en rojo o darle S/500 a un juez. Más bien, el que cumple mucho las reglas es visto con extrañeza. Imagino a los amigos del exasesor Pacheco diciendo: la hizo linda.
O quizá dirán: qué estúpido por dejarse atrapar. No sé si recuerdas a Bermejo cuando dijo que, una vez que la izquierda tome el poder, no lo soltará. ¿Tú crees que él siente que está mal decir que la democracia es una pelotudez? Unos pueden ser seducidos por el dinero, por el poder, quizá por el sexo, pero no todos son seducibles por la misma cosa. Ahora, que te pillen con esos US$20 mil... para eso hay que ser, además de corrupto, bruto.
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—¿Por qué calla un hombre con poder? Estábamos acostumbrados a presidentes que mentían, pero no a uno que simplemente no dice nada. ¿Castillo no rinde cuentas porque se cree todopoderoso, o porque no entiende su rol?
Bellido lo describió bien: es un sindicalista elemental. Es una gran definición. Y cada uno está buscando aprovecharse de esta debilidad para sacar su tajada, por ejemplo ampliando la licencia para sus universidades. Entonces la crisis es porque los enemigos usan estas peculiaridades para su provecho y ahí viene esa desarticulación del país que nunca termina. El Perú está todavía haciéndose. Uno quisiera un líder no brillante, pero sensato. Hay un librito titulado “Técnica del golpe de Estado”, de Curzio Malaparte; allí dice que a veces el poder está en un vacío tan absoluto, que cualquier audaz que se atreva lo puede tomar. De pronto hubo un vacío de poder y, entre tener que escoger a Keiko Fujimori o a cualquiera, uno escogió a cualquiera. Castillo es un hijo del azar. Andamos en la desesperada búsqueda de alguien que tenga cierto tipo de sensatez. El problema es que, en estas épocas, la no sensatez tiende a ganar.
—”Firme y feliz por la unión” era uno de los lemas iniciáticos del Perú independiente. Terminamos el año del bicentenario sin ninguna firmeza, infelices y desunidos.
Estamos teniendo un cierre catastrófico. Pero pienso cuando llegué a Ayacucho en los 80 y estaba Sendero, o la época de la guerra con Chile, o los años 30 con Sánchez Cerro. Hemos tenido épocas bien bravas, esta no es la peor. El Perú no ha terminado de cuajar, es un territorio que no se termina de construir como nación.
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“Nos hemos engañado”
—Usted está en Londres, donde esta nueva ola del coronavirus avanza con furia, algo que en esta parte del mundo sucederá pronto. Es decir, nos habla desde el futuro. ¿Cómo es un día en el epicentro de la pandemia?
Boris Johnson está enfrentado a sus propios ministros, porque el dilema es: o sueltas un poco el riesgo de la pandemia para beneficiar a la economía, o hay que sacrificar a la economía para salvar las vidas. Tal es la división que, dentro de su propio Gabinete se están peleando. Nadie es un sabio ni un profeta. Al final es como te sale de las tripas. En pocas palabras, nadie tiene la menor idea, es un cara o sello que demuestra que los seres humanos nos hemos engañado creyendo que ya tenemos la perfección. Todos creen que la ciencia está triunfando, pero la ciencia es como la economía o cualquiera de esas disciplinas mixtas.
—¿Ese desconcierto se refleja en la calle?
Yo tenía entradas para el ballet el domingo, iba a llevar a mis nietas a ver “Cascanueces”. Una hora antes de la función, llega un correo que dice: “Mire, como estamos con estos problemas de salud, y como hay problemas en algunos bailarines, hemos suspendido la función”. Hasta unos días, cuando yo llegué, todo el mundo estaba sin mascarilla, se iba a todos lados, teatros, cines. De pronto viene esta variante y agarró a todos con los pantalones abajo, violentísima, multiplicando el número de contagiados.
—Ahora uno mira al vecino con desconfianza y eso se ha vuelto la norma. Das la mano a alguien y luego te echas alcohol.
La gente no entiende, esto ya debería haber terminado. El virus nos ha estafado. Pensábamos que estábamos saliendo de a poquitos, hemos pagado un precio, se nos han muerto los amigos, el negocio está fregado, pero ya habíamos cancelado la cuota. Tienes el grupo de gente empeñosa que dice hay que luchar, vamos a vacunarnos. Hay otros que dicen que las vacunas son chips que te está poniendo Bill Gates. El mundo está como el Perú en la política: todos peleados y cada uno peor que el otro
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