Matilde Ureta de Caplansky nació en Chile y ha pasado la mayor parte de su vida en el Perú, con una presencia ininterrumpida e ilustre en la escena del psicoanálisis. La entrevisto por teléfono y, aunque lo disimula muy profesionalmente, está un poco ansiosa porque va a tomar uno de los últimos vuelos al Norte del país, antes de las rigideces de la cuarentena. Hace votos para que la próxima entrevista sea presencial.
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—Haber pasado ya por una larga cuarentena nos trae el pensamiento tranquilizador de que sobrevivimos a una, y a la vez, el fastidio de tener que pasar por esto de nuevo. ¿Cómo balancear esto?
Estamos con un nivel alto y significativo de enfermedad mental. Sobre la pregunta, la primera cosa que me ha llamado mucho la atención es que hay una gran irritación, y ese es un síntoma de la depresión. ¿En qué consiste? ‘No sé lo que dices, no comprendo, este es un idiota, no sirve para nada’. La irritación pasa por varias fases: el impacto, el desagrado, la desesperanza, la desesperación, la impotencia, todo eso es una secuencia afectiva que se va desarrollando
—¿Y esa irritación demoró más en producirse en la primera cuarentena?
Creo que sí. No estuvo la primera vez. Nos quedamos en el impacto, en la sorpresa y llegamos a lo que yo llamo un trauma, un shock. ¿Y esto qué es? Trauma lo definimos como una cantidad de energía que la mente no puede procesar, esa es la definición más sencilla. El ser humano vive una situación que no puede procesar. Por eso es que no se entienden los mensajes, porque tampoco lo que dice este señor [el presidente] no es tan difícil de entender. No será el maestro como Sócrates, pero es simple, 4 niveles, así y asá y es todo. La primera vez fue traumática y tengo la sensación de que ha sido ya elaborada por la población. Pero estábamos al llegar a diciembre, estábamos en el punto de una explosión o implosión, porque diciembre es un mes muy significativo, es como el ramadán de los musulmanes. Todas las culturas tienen un mes, para nosotros es diciembre, es la apertura del verano, y esto incide sobre el estado de ánimo. Diciembre es el mes en el que recibes más de un sueldo si tienes suerte. Toda la apología de occidente se mueve en diciembre.
—El ramadán es parte de una cultura que celebra con ayuno y privaciones.
Nuestro diciembre es todo lo contrario.Nuestro ramadán es carnavalesco, tenemos un carnaval que empieza en diciembre y termina en febrero.
—Y lo vamos a pasar en cuarentena. Del balance de la cuarentena pasada, ¿qué rescatas?
La gente que tiene un evento traumático en su vida, hace balances, y hay quienes rescatan la cuarentena como un momento de aprendizaje, de darse cuenta de muchas cosas que no veía antes de la cuarentena, a su familia, sus vínculos, su casa, sus desórdenes, su suciedad, su abandono. Todos los pendientes domésticos se pusieron en la fila, y la gente ha considerado eso como un aprendizaje positivo. Hay una revaloración de vínculos que se tenían un poco abandonados, del encuentro con gente y familiares que no se habían cultivado. Mucha gente rescata haber estado juntos, aprender a cocinar, planchar, lavar, hacer tareas comunitarias. No se reporte un aumento de la criminalidad, pero es como una curva de Gauss, una parte recata esto, otra parte ha golpeado, se ha separado. Hay ansiedades y la gente rescata lo positivo.
—La violencia familiar sí es un problema acuciante.
Y también está el encuentro familiar. Pero no estoy idealizando, ah, soy muy crítica. La gente también te dice ‘estoy conociendo a mi hijo adolescente, me he podido conectar con sus ideas, he conocido a mi hijita’. La gente se ha dado cuenta que ha vivido de una manera que no vivía. La violencia familiar se ha dado con y sin cuarentena, siempre. Hay un aspecto interesante, la especie humana tiene la cualidad importante de la adaptación.
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—Hay aprendizaje concretos de cosas para evitar; por ejemplo, no pegarse a las noticia, salir a caminar.
Absolutamente. Recomiendo caminar aunque sea una cuadra, de esquina a esquina, sin necesidad de un parque. 4 o 5 veces ya es 1 km.—La autoridad ha entendido y permite esto.Claro. Tampoco va a salir el edificio entero, eso ya sería una marcha. Que salga cada uno a la hora que pueda. Hay gente que sale ahora muy temprano.
—Hablemos ahora de las angustias del que no solo está confinado, sino que vio la cara a la muerte, o tiene síntomas.
Ahí la ansiedad es sobrepasada por los eventos. Obvio. En este momentos ninguno de nosotros puede decir que no tenga un conocido que se haya muerto.
—Ahora no solo está el miedo a la enfermedad sino a que nadie te atienda. En octubre o noviembre, solo era el miedo a los síntomas y sabías que podías ir a hospital, ahora la ansiedad es mayor.
¿Pero cuál es el paradigma de todo eso? La muerte. Es que nadie te atienda, es el fin. Salvo que seas muy devoto.
—Hago una pregunta cruda. No se habla mucho de suicidios, de gente que quiera anticipar su fin en medio de esto.
No conozco las cifras, pero sí tengo información clínica de fantasías de suicidarse, sobretodo de jóvenes.
—¿Tus pacientes están más ansiosos, se expresan de forma que no era frecuente?
Sin lugar a dudas. Está la reacción tan mala a la cuarentena. Podrían decir ‘sucede porque no nos hemos cuidado’, pero no se da ese raciocinio. Dicen, ‘están locos, no saben nada, no hay vacunas, son una basura’. Toda la culpa está en el prójimo y uno no ha hecho nada para contribuir a esto.
—El típico, salí, me contagié y le echo la culpa a todos los demás.
No solo los contagiados, sino el que escucha la noticia de la cuarentena y se pone furioso, al punto que se organiza una marcha anticuarentena. ¿De qué estamos hablando? No vas a estar pensando que papá gobierno es el malvado que no te deja tomar chelas en la esquina. No es así, todos tenemos una responsabilidad.
—¿Que sea una tragedia colectiva ayuda más a sobrellevar el duelo?
Creo que teóricamente debiera ayudar pero también se está generando una negación de la muerte: ‘no quiero saber nada, no veo noticias, lo niego’. Y como no hay velorios, no hay evidencias. ¿Qué pasaría si visitáramos los hospitales, seríamos más depresivos. Para bien y para mal, nos hemos librado de tener que ir todos los días a un velorio. Hay una negación del hecho de que estemos hablando de la vida y la muerte, por eso hay una negación de la cuarentena, aunque veas el número de muertos. Y ves a un alcalde con una caja de cervezas, chupando con sus amigos.
—Y hay movimientos contra las mascarillas, exquisiteces de occidente.
No diría exquisiteces, sino na palabra con jota en el medio. Tener una mascarilla y lavarse las manos son gestos menores frente a la asfixia y a la muerte. La reacción de la gente está muy mal. Claro, si ves que alguien empezaba a recuperarse, y ahora se vuelve a quedar en cero; te lleva a una rabia infinita. Para algunos es tan grave como morir.
—¿Qué pedirías al gobierno que haga por la salud mental?
La primera cosa que haría es pedirle clases de respiración y meditación por la TV. En lugar de programas tan malos se pueden hacer programas de salud con consejos ejercicios dirigidos a toda la población, aunque suene ingenuo.
—La salud mental debiera ser cubierta por las aseguradoras.
Sí, por supuesto, este gremio se ha puesto los pantalones y las faldas. Se han abierto varios centros de atención gratuita. Los psicoanalistas, los cognitivos, los conductuales, los lacanianos; todos tienen líneas gratuitas para llamar a cualquier hora del día. Es una iniciativa desde las instituciones, desde abajo. Hay un elemento de solidaridad que se ha movido y es muy importante.
—Me sorprende cómo el miedo al contagio desaparece cuando uno se encuentra a un conocido y se acerca.
Hemos aprendido, pero el impulso de abrazar esta ahí. Y muchos de nosotros no salimos a ninguna parte, entonces el impulso es mayor.
—¿El Zoom y plataformas similares están crenado nuevas conductas, nuevas formas de interactuar?
Generan mucha participación. Tengo un ejemplo muy bonito: siempre he hecho terapias de grupo y tengo un grupo todos los lunes, con personas adultas. Desde marzo del año pasado funcionamos virtualmente. No falta nadie, ha funcionado maravillosamente, y la solidaridad de intercambiar datos de delivery, de médicos, de oxígeno.
—Tus pacientes que hacen teletrabajo, ¿te comentan de la dificultad para establecer su jornada?
Es difícil, porque el orden te viene de afuera, de la oficina. Es un aprendizaje importante, cuidarte a tí mismo. Podrías decir voy a trabajar de 9 a 1 y de 1 a 4 descanso, veo la casa, camino y luego de 5 a 8. Sería el automanagement ideal para cualquier ser humano. Cualquier escandinavo puede tener esa rutina. Ha sido una experiencia, como diría Norbert Elias, ‘pro civilización’.
La verdad por sobre todo
—El presidente se preocupó mucho por el impacto de su último mensaje. ¿Es mejor que un líder diga toda la verdad o conviene maquillarla un poco?
Diría que la forma es fundamental y hay que aprender a medir el timing colectivo, incluso la secuencia de la información, si es de menos a más, si colocas un golpe fuerte a la mitad o dejas un puntillazo para después. La forma para comunicar algo duro tiene un timing. Con la verdad cruda y dura no siempre consigues lo que quieras, aunque tengas éticamente que decirlo.
—Por ejemplo, combinar la cuarentena con la esperanza, que es la información sobre las vacunas.
Exacto y hacer gestos como poner el hombro [el presidente hizo ese gesto para graficar el lema de la campaña de vacunación]. Tampoco se trata de hacerse el payaso. La persona tiene que tener un grado de simpatía y de empatía muy alto. La forma tiene que ser cuidada pero la verdad está por sobre todas las cosas porque es lo único que te permite poder asumir tu responsabilidad y salir adelante.
—Y hoy un discurso empático tiene que ser conmovido y no burocrático.
O cristianoide, como si uno fuera un cura desde el púlpito. Hay que ser directo, sencillo, claro y personal. También tienes pena, te puedes morir y contagiar siendo presidente. Norbert Elias tiene un pequeño libro, “La soledad de los moribundos”, y dice que el miedo a la muerte está profundamente arraigado en la cultura, que ser humano implica la certeza de una existencia finita. Todos sabemos que vamos a morir. Entre la aceptación y la negación, nos organizamos como sociedad.
—La gente se está yendo sin despedirse, hay culpas asociadas a los contagios, eso va a dejar muchas heridas abiertas a la sociedad en general.
Sí, falta una despedida humana. Eso ayuda a la elaboración del duelo. Tendremos mucho de qué hablar y qué analizar cuando pase todo esto.
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