Juan de la Puente conoce la política peruana desde varios ángulos, el de la ciencia social, el derecho y el periodismo. También tuvo una incursión en Palacio, pues trabajó allí en el gobierno de Alejandro Toledo. La entrevista la íbamos a realizar en la tarde del viernes, pero la postergamos sucesivamente hasta que acabó la votación por la vacancia.
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—¿Se puede pasar esta página y Martín Vizcarra seguir gobernando como antes? ¿Imposible, no?
No. Ha cambiado la naturaleza del escenario. Se entró a este período turbulento con un Vizcarra poderoso y con aprobación. Sale con mucho menos legitimidad. A la figura de un presidente solitario se agrega la figura de un presidente abandonando en todo el sentido de la palabra. Abandonado por los poderes públicos, abandonado en Palacio y muy probablemente abandonado por la gente. La aprobación no será necesariamente sinónimo de legitimidad.
—En su ADN está confrontar al Congreso y ahora le es indispensable trabajar con él.
Es muy difícil, pero va a cumplir lo que está obligado a cumplir. Ha enviado el proyecto de presupuesto y el MEF consensuará en la medida de lo posible para no aprobarlo, de modo tal que estorbe la reactivación. Probablemente promulgará normas referidas a la pandemia y la reactivación, pero su capacidad de movimiento para promover facultades se ha debilitado.
—¿Debió ser más conciliador respecto a los temas de las AFP y la ONP?
Creo que sí. Mi impresión es que Vizcarra empezó bien la pandemia. El primer mes, ese microciclo fue ambicioso, pero no pudo construir a partir de allí una relación con otros sectores.
—¿La proximidad de la campaña electoral diluirá la presión sobre Vizcarra?
Lo que ha pasado afecta mucho la campaña electoral, porque el gesto que han tenido Acción Popular y Alianza para el Progreso ha sido el de un centro caníbal: el centro tratando de matar al centro. Tengo la impresión de que de algún modo esto fortalece a los extremos.
—A Vizcarra le hubiera sido fácil convocar a ese centro si cambiaba el chip de la confrontación.
Sí, una parte de este conflicto tiene que ver con que Vizcarra terminó buscando en su relación con el Congreso más riesgos. Pero también es cierto que es un Congreso insospechado, centrista con flancos a la derecha y a la izquierda. No estaba calculada la enorme brecha que se abrió entre las bancadas y sus líderes. Dicen que en una crisis siempre algo tiene que morir, o muere algo y nace algo; creo que lo que ha muerto en esta crisis es el estilo político independiente, pero no para que nazca algo superior, sino para que nazca el político ultraindependiente.
—¿Lo puedes decir con ejemplos?
Por ejemplo, Acción Popular es un ‘catch all’, atrapa todo; es un partido en el que no se reconocen las facciones. Luego, en APP, el líder ha tenido que llamar públicamente a su partido al orden. En el interior de Podemos le han salido competencias ultrarradicales al más radical de los legisladores que es Urresti. Esta cultura política ultraindependiente es una fase superior de la antipolítica. Algunos pensamos incluso que entramos a una etapa de la contrapolítica, donde ya no nos reconocemos con las reglas tradicionales del juego político.
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—Se dice que estos políticos independientes no tienen horizonte de tiempo, pero a siete meses de elecciones, ¿sí pensaron en él, en el 2021, y por eso no lo vacaron?
Probablemente, pero se advierte el peso de la opinión pública. La primera vez fue en julio, cuando el Congreso aprobó esas reformas constitucionales con una ejecución de dos o tres horas. Hubo una movilización virtual, remota, de la opinión pública que hizo retroceder al Congreso, a tal punto que no se ha vuelto a votar y ya nadie las recuerda [una de ellas era la que quitaba inmunidad hasta al presidente]. Esta es la segunda vez que el Congreso retrocede, porque la opinión pública, incluso convencida de que el presidente ha cometido faltas, cree que debe ser procesado cuando termine su mandato.
—Un gran perdedor de la jornada fue Manuel Merino. Su bancada no votó por él, que era vacar a Vizcarra. ¿Le perdieron confianza?
Sí, pero el cambio de voto de muchos de sus legisladores que primero votaron por admitir la vacancia creo que es más una disciplina frente a la opinión pública que frente a su propio partido. AP es un partido que funciona con los ojos vendados. Antes se decía que era una coalición de independientes; ahora es una coalición de ultraindependientes.
—Vimos una coalición para admitir la vacancia, pero al final primó la fragmentación, y quedaron solos el Frepap y UPP, que tienen agendas distintas.
Al final, quedó Antauro Humala abrazado a un pescado [risas], esa es la imagen de la coalición vacadora. Pero es interesante lo que ha pasado en el Congreso desde su instalación: en vez de instalarse una coalición centrista que aísle a los extremos, se ha instalado una coalición de “izquierda y derecha unidas jamás serán vencidas”, más el centro de yapa, y han organizado varias embestidas al gobierno hasta llegar a un momento culminante cuando se propuso vacar a Vizcarra. Pero también es cierto que la dirección de esa coalición se ha ido decantando hacia UPP. Las otras bancadas se dieron cuenta de que solo estaban trabajando para el empoderamiento electoral de Antauro, ni siquiera de Urresti.
—Pensemos en el 2021. Ingenuamente se hablaba de la capacidad de endoso de Vizcarra. ¿Ahora será un lastre?
Tendremos un momento electoral que se va a posar sobre un elemento nuevo, que es una vacancia simbólica de poder. Lo que creo que va a presidir el momento electoral es la certeza de la reactivación. Yo diría que es la certeza más importante, porque en el resto de temas hay una enorme incertidumbre. Se dice que somos un pollo sin cabeza; puede ser, pero es un pollo que sabe adónde va; un pollo extraño que probablemente se orienta de memoria, en gran medida por la resiliencia de la gente, por ese liberalismo político de las masas que no apuestan por una propuesta radical. Una sociedad que es más liberal en lo político y más informal en lo económico.
—La reactivación distará de ser suficiente, el empleo ha caído demasiado y parte de la clase media pasó a ser pobre. ¿Vizcarra cederá a presiones inmediatistas del Congreso?
De hecho, ya ha cedido en temas que había dicho que no se podía. El próximo gobierno va a tener que construir un consenso económico en función del tipo de reactivación que encuentre. Lo ideal sería que encuentre una con protección social. Estamos entrando en una etapa en la que vamos a construir una nueva identidad económica sobre un mercado que es fuerte, que funciona y que hoy día convoca esa enorme resiliencia de la gente. Esa resiliencia experimentada en cada crisis y que se trasmite de generación en generación es la que le está dando contenido y curso a esta idea de que aunque tenemos muchas incertidumbres, tenemos la certidumbre de que vamos a salir de esta crisis .
—¿Un candidato que encarne o se asocie con esa resiliencia tendría chance?
Claro, y es un asunto de identidad. En su discurso, un candidato puede decir yo adhiero a ese simbolismo de la gente que empieza a caminar, pero en una campaña se requieren más instrumentos para encarnar una posición. De hecho, la asociación entre neoliberalismo y derecha no va a ser eficaz en eso, tampoco la asociación entre la izquierda y una indisciplina fiscal. Probablemente sí un modelo capaz de proyectar la idea de que no hay un manejo frío de la economía.
—¿'Reactiva 3′ con alma?
Vizcarra ya no tendrá posibilidad de influir personalmente en el proceso electoral, pero quizá sí podría influir mejorando el programa de la reactivación para que cuando los peruanos voten sientan que esta es cierta y no se sientan tentados a votar por propuestas que sean saltos al vacío.
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—El Congreso tratará de hacer ver que si hay correctivos a la reactivación será por presión suya.
En la última encuesta de Ipsos, el único poder que subía tres o cuatro puntos en un contexto en que todos iban a la baja fue el Congreso, porque la gente los premiaba relativamente por esta preocupación por los fondos de pensiones. No obstante, creo que tras esta crisis de la última semana le va a ser difícil al Congreso recuperar legitimidad.
—Para terminar con algún signo de esperanza bicentenaria, ¿ves la posibilidad de algún candidato que sepa encarnar para bien esas certezas económicas no decretadas por técnicos, esa resiliencia?
Sigo confiando en la racionalidad política de la gente del Perú que se ha expresado positivamente en los últimos años. En el 2018, 15 días antes de las elecciones municipales, el candidato Jorge Muñoz tenía 3% y cosechó 1 millón y medio de votos en 15 días. Claro, ese sistema también puede producir a Urresti, pero hay más posibilidades de que la movilización electoral construya alternativas no rupturistas. Me niego a pensar que el peruano sea, en general, electoralmente populista; me parece que es mucho más racional que su clase política. A pesar de que el centro ha sido golpeado con actos de canibalismo, creo que todavía está en condiciones de producir una oferta mucho más tentadora.
Un presidente descuidado
—Eres un defensor del presidencialismo, ¿esta es una crisis del presidente Vizcarra o también de nuestro presidencialismo?
Es una crisis de ese modelo y en general una crisis de la relación entre los poderes públicos. Ha llegado a un límite concreto el modelo de esta relación que planteó la Constitución del 79 y la del 93. Lo que tenemos es una revuelta parlamentaria que ha fracasado. Es la cuarta revuelta parlamentaria, una de las cuales triunfó y conllevó a la renuncia de PPK. Pero esta relación no da para más, le falta cooperación, le falta partidos, le falta compromiso. Funcionó antes en los 80, en el gobierno de Fujimori, porque era un gobierno autoritario, y de alguna manera en la primera década del milenio. Esto quizá ha horadado más a la presidencia que a todo el Congreso, porque la presidencia es, como decía Montesquieu, “el gobierno de todos los días”.
—Desconfiado de otros actores políticos se refugió en su pequeño círculo moqueguano y de ahí le vino el puñal. ¿Podrá reemplazar ese círculo con otro, tal vez con sus ministros?
No sé si tendrá la voluntad y la capacidad de movimiento para construir un entorno más grande y más eficaz que el que ha tenido. Pero otra cosa que ha muerto en esta crisis es la idea de que es preferible tener un presidente independiente y solitario a uno atado a intereses y facciones y con entorno grande. Vizcarra de algún modo simbolizaba esto: venía de provincia, ingeniero, sin compromisos políticos. Esa presidencia solitaria generó un liderazgo solitario, pero en realidad debajo de esto se escondía una operación quizá inconsciente de construir la presidencia con un círculo y entorno mínimo, que es un lujo que el Perú no se puede dar. Entonces, los libros y perfiles que lo mostraban meticuloso y ordenado tendrían que ser reescritos, porque no incorporaban esta parte de la personalidad de Vizcarra que no solo es desconfiado, sino profundamente descuidado de algunos cánones de la política.
—Hay otro abandono, que es la consigna de la lucha contra la corrupción. Ya no la puede enarbolar.
Efectivamente. Nuestro colega Jonathan Castro escribió un artículo sobre que había llegado a su fin la lucha anticorrupción. Y no llega de parte de los jueces o fiscales, sino de quien la había simbolizado. Vizcarra aparecía como una reserva moral del país. La lucha anticorrupción ya no va a ser con Vizcarra, sino a pesar de Vizcarra.
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