“Camino a la victoria” es literatura electoral, un filón donde no manda la posteridad, sino un deadline más preciso, en nuestro caso, el domingo 11 de abril del 2021, día de las elecciones generales. Para empezar, es una autobiografía temprana –George tiene 38 años, dos más que Alan García cuando llegó a su primera presidencia en 1985- con aliento de temporada, aunque incluya una recapitulación de su vida.
Con ese fin electoral y ese deadline, el propósito principal es que el propio personaje se presente a sí mismo, sin recurrir a intermediarios (si un escriba profesional tradujo sus palabras y las editó, eso no es muy relevante en la literatura de personalidades) y se asocie a una hazaña edificante. Como reza Dick Morris, el legendario marketero político, el candidato presidencial debe tener una epopeya personal.
No sabes por dónde viene
George Forsyth tiene su épica. Es conocida y la declama en el título: Camino a La Victoria, en mayúsculas, porque, en su caso, el distrito de La Victoria es la locación de su relato. Lo era ya antes de su arribo a la política. Llegó a ese territorio a fines de los 90, cuando aún jugaba fútbol en el colegio Humboldt, a un amistoso con la selección juvenil de Alianza Lima cuyo estadio y sede queda en el barrio de Matute, y lo jalaron del gran club.
El ‘blanquito’ Forsyth pasó por los rituales del club enraizado en la afroperuanidad: el bautizo a punta de golpes que le moretearon los brazos, la pasión del Comando Sur tan entusiasta en la victoria como severo con el jugador que falla, el afecto del matriarcado pelotero (recuerden de qué equipo es ‘Doña Peta’), el ají de gallina como menú tradicional antes de un clásico.
Pero ello está apenas esbozado. Esta no es la autobiografía de un jugador; el fútbol es una primera escala para subrayar algunos detalles de personalidad que, en la lógica de Forsyth, sirven para la política, que es a lo que promete consagrarse. Del fútbol queda el subrayado de que siempre estuvo en el arco, lo que le daba una condición especial entre los 11: “el arquero es quien experimenta la mayor presión porque es el único diferente” (pág. 19). Mientras los demás se esfuerzan para acertar, el arquero “(concibe) la vida como una continua preparación para no fallar, para hacer siempre lo correcto” (pág. 20).
Mira: Forsyth, aunque ha bajado puntos, sigue siendo el favorito en la última encuesta de Datum.
La ex primera ministra Beatriz Merino, que prologa el libro, también subraya el antecedente pelotero. No piensa en el arco, sino en el jugador en abstracto y cita a Albert Camus cuando jugaba en Argelia: “Aprendí que la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Eso me ayudó mucho en la vida” (pág 13). Valga esa humilde lección de alguien menos ambicioso, pues Camus no se propuso ganar el Nobel de literatura mientras que Forsyth quiere ser presidente tras haber sido alcalde distrital.
La entrada al ‘nunca sabes por donde viene’ de ‘la política es como el fútbol’, se dio en el 2010, cuando Lourdes Flores, que era amiga de su padre, el embajador Harold Forsyth, lo invitó a encabezar la lista de regidores del candidato del PPC a La Victoria, Alberto Sánchez Aizcorbe. “¿Te gustaría participar de esto?, es interesante tener gente joven líder en la opinión pública, y tú eres un referente del Alianza Lima” (pág. 52), dice George que le dijo Lourdes.
En este punto, el fútbol es una digresión de la política y al revés. En este relato no lineal, por no decir desordenado, George ensaya rizar el rizo: “Aunque mi papá diga que era el mejor arquero y que yo soy su reflejo, lo cierto es que nunca lo vi pateando una pelota en una cancha de fútbol, sino siempre vestido de terno, trabajando en embajadas. Esa es la imagen con la que me formé. Yo no soñaba con ser jugador de fútbol, mi destino estaba relacionado con la ingeniería o la política desde un inicio” (pág. 27).
El joven Forsyth vivió las vicisitudes, provechosas según él, de ser hijo de un diplomático que muda de países. Por eso nació en Caracas el 20 de junio de 1982 y fue inscrito en el consulado (trámite que cierra el debate sobre su nacionalidad, pues cumplido ese requisito la Constitución garantiza la peruanidad). A su madre, María Verónica Sommer Mayer, ex miss Chile 1976, está dedicado el libro (“mi incomparable madre, a quien todo le debo”); aunque su padre, Harold, tiene más figuración animándolo y aconsejándolo en su ruta hacia la política.
George se dedicó al fútbol profesional desde el 2001 en Alianza Lima hasta el 2016, cuando se despidió del mismo club; tras haber tenido temporadas en otros equipos nacionales como el Sport Boys y extranjeros como el Borussia Dortmund II de Alemania y el Atalanta de Italia. En realidad, el vínculo con Alianza había dejado de ser solamente deportivo, para ser administrativo: Forsyth se volvió el representante de los acreedores en el proceso concursal montado por Indecopi. Eso lo llevó constantemente a la sede del club en su estadio victoriano.
Vicky sí, Vanessa no
Su debut en la real politik municipal lo tuvo en la segunda sesión del consejo municipal, pues se perdió la primera por jugar un partido de Alianza. Lo cuenta de este modo: “Tuve que juramentar solo y, al término de esto, le dije alcalde Alberto Sánchez Aizcorbe: ‘explícame un poco cómo es la dinámica’, y él me respondió bastante suelto de huesos: ‘mira, vamos a ir abajo y a la hora de votar, tu levantas la manito’” (pág. 54).
Forsyth confiesa que en esa primera vez no le quedó más remedio que ‘levantar la manito’, pero al poco tiempo empezó a hacer críticas y propuestas y acabó encabezando un grupo de trabajo para estudiar el proyecto de hacer parqueos subterráneos municipales. Era, según su relato, un saludo a la bandera pues la mafia del parqueo callejero, entre tantas otras mafias, tenían paralizada la planificación en La Victoria.
Sánchez Aizcorbe se lanzó como candidato fujimorista a Lima y la pelota vino por dónde Forsyth no la esperaba cuando se hizo regidor: el alcalde renunció unas semanas antes de la elección y el primer regidor tuvo que asumir como alcalde interino. Fue una temporada muy corta, apenas unas semanas, en las que Forsyth cuenta que pidió ayuda a amigos y asesores.
Poco pudo hacer en ese interinato victoriano y al terminar, se apartó de la política un periodo entero. Se concentró en su faceta de empresario, otra escala en su ruta de ambición presidencial. Manejó G&F, marca de ropa, zapatillas y un perfume con sus iniciales; V02, un gimnasio y spa; un restaurante; y 300, una empresa de seguridad. Sobre esta última cuenta que la firma incurrió en deudas y llegó a tener pérdidas por S/. 180.000 (pág. 98). Se apartó y dejó el negocio a sus socios. Ya conoceremos el detalle cuando lo espulguemos más adelante en la campaña.
En el 2018 decidió volver y, aunque no lo dice en el libro –es mucho lo que calla o cuenta a media voz-, casi se adivina que estaba buscando la épica que le permitiera tentar la presidencia. La Victoria era un medio y no un fin para perseguir ‘la victoria’. Lo delata en la desordenada recopilación de ideas en las últimas páginas del libro: “Me ofrecieron otros distritos como Surco y Magdalena, pero yo buscaba un verdadero reto. Yo no quería ser alcalde por el título, mi intención siempre ha sido generar un cambio real en la vida de los ciudadanos de a pie (…) Por eso yo decidí por La Victoria (…) Yo pienso en La Victoria como una especie de Perú en chiquito” (pág. 133).
Su campaña a la alcaldía del distrito en el 2016 fue ‘austera’ y ‘creativa’, como lo subraya repetidas veces. En verdad, la narrativa de muchos candidatos es evitar a toda costa lucirse dispendiosos. Pero sí podemos concederle que fue creativo. Sus paneles con medio rostro, aportando un misterio donde casi no lo había; son un buen ejemplo. Lo demás, caminatas para repartir sanguches de sangrecita de pollo y hablar con los vecinos, se queda en La Victoria.
La pequeña épica empezó, atolondrada, en el 2019, cuando se sentó, por segunda vez, en el despacho municipal, y fichó de gerenta de fiscalización a Susel Paredes. Aprovechó lo mediático que se había vuelto, para emplazar a Martín Vizcarra para que le prometa, para comenzar, apoyo policial para poner a Gamarra en orden. El célebre complejo textil es su símbolo preferido de La Victoria y al que le dedica más esfuerzo y más páginas, contándonos cómo concibió intervenirlo, limpiarlo de ambulantes (en su gran mayoría, dependientes de tiendas ubicadas en los pisos altos), peatonalizarlo y formalizarlo.
“Nos mentaban la madre literalmente a Susel y a mi” (pág. 112), cuenta y discretamente cuenta que tenía que invertir en seguridad y, durante los primeros días de intervención, antes de reabrir al público, “prácticamente vivía en una tienda de una galería en Gamarra. Me quedaba allí, dormía entre sacos de tela” (pág. 115). A ese episodio, se sumaron otros enfrentamientos, irresueltos, con los estaciones de buses interprovinciales que caotizan al distrito, el Parque del Migrante que es terreno de la Municipalidad Metropolitana y el Mercado de Frutas que pende de un litigio imposible de resumir en un párrafo.
George cuenta los sacrificios pero no los miedos; valga el pudor de candidato que no quiere confesar humanas y compresibles debilidades. Todos recordamos reportajes donde se contaban de amenazas e intervenciones policiales, pero Forsyth prefiere hablar de insultos y de la magnitud del reto. Cuenta que cuando, recién electo, lo entrevistaron junto al alcalde de un distrito acomodado que habló de construir una piscina, a lo que él replicó: “Dame tus problemas, por favor (…).En mi distrito están matando a mujeres en los cerros, los niños tienen tuberculosis, no tengo ni media pista, de qué me estás hablando” (pág. 89).
En esa misión confusa como todo donde se mezcla lo formal e informal y está atravesado por la corrupción, es difícil determinar dónde está la victoria, donde está el triunfo. Quizá por eso, Forsyth escoge Gamarra, para tener donde agarrarse cuando las cámaras y los rivales ponchen el estado actual del distrito cuya gestión tuvo que abandonar para postular a la presidencia. Se cebarán en cualquier montículo de basura, aglomeración de ambulantes o flagrancia delictiva. De ese abandono no habla, prefiere presentar su candidatura presidencial como una continuidad.
Tampoco habla de Vanessa Terkes, la actriz, ex presentadora de reality, con la que flirteó y se casó en plena campaña. Fue el lado B, farandulero, de la épica edificante. No hay una sola línea dedicada a ella y menos a su anunciada candidatura al Congreso en la lista de APP. La única mujer mencionada con cariño y diminutivo es ‘la rica Vicky’. Un pequeño periódico llamado ‘La Vicky’ fue repartido en su campaña del 2018 con noticias del distrito. La supresión total de Vanessa y el final abrupto de su matrimonio, tiene un antecedente en este filón literario: cuando Alejandro Toledo publicó, en su campaña de 1995, su autobiografía “Las cartas sobre la mesa”, suprimió por completo el nombre de Eliane Karp. Ni siquiera la menciona como madre de su hija Chantal. Estaban separados y se volvieron a casar en la campaña del 2001.
Para los historiadores y periodistas de la política, el libro de Forsyth es apenas un file, un falso expediente (en el sentido procesal de documentación de parte, no lo estamos acusando de mentir) que nos proporciona el candidato con algunos pasajes escogidos de su vida. Nos presenta algunas de sus preocupaciones y reacciones comunes –los violadores que vayan a cárceles de altura, que haya multas coactivas, la educación ante todo- a los males comunes de la patria, acelerando sus argumentos hasta llegar a una conclusión abierta. Como Ricardo Belmont, el primero de los outsiders en los 80, en esa parte apela a la analogía futbolera: “Decidimos dejar de estar en la tribuna y jugar nosotros el partido que el Perú requiere” (pág. 141).
La Victoria y, en particular, Gamarra, es una locación abigarrada en texturas, retos y soluciones. Pero la cancha de fútbol donde ‘Forzay’ –aunque no lo menciona, destaquemos al publicista Abel Aguilar por difundir estas ideas marketeras que juegan con la identidad‘- ha sido futbolista profesional a diferencia de Belmont; es mayor fuente de significados, metáforas y analogías que el distrito. Miren esta, que le va a ser muy útil en la campaña, cuando reciba fuego cruzado: “Me han insultado estadios enteros, Monumental, en Sao Paulo, en Chile, etcétera, y me voy a molestar porque me insultan en un chat de WhatsApp, ¡no hay modo¡ (…) Sé arquero y párate en el estadio de la U, y ahí me vas a decir qué son insultos. El fútbol me dio experiencia, un cuero de chancho, yo ya pasé por eso, ya no es nuevo, y uno no le tiene miedo a lo nuevo, está curtido”.
Quizá lo nuevo para ‘Forzay’ no sea la grita intimidante de un estadio, sino tener que demostrar, ante la vara con la que el electorado querrá medirlo, sus condiciones para pararse en un debate y lanzar un argumento, una réplica, afirmar una convicción que le salga del forro. Eso no está en su libro, no está en ningún libro.
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