Quien no fue ajeno a lo que se vivió con Pedro Castillo, la campaña y su gobierno, puede dar fe de lo convulsionado que fue en términos informativos, a raíz de la serie de hechos que el periodismo de investigación denunció. Carlos Basombrío, uno de los primeros en evidenciar a Castillo cuando dirigió el Mininter, publica ‘Pedro de los (casi) 500 días’ (Maquinaciones narrativa, 2024), un libro de reconstrucción bien documentado y de análisis de esa historia en donde la improvisación se mezcló con la corrupción y que se selló con un golpe de Estado.
—En 2017, usted denunció la infiltración del Movadef en la huelga que encabezó como dirigente sindical Pedro Castillo. ¿Cómo surgió la idea de escribir ahora del rol de gobernante?
Esa es una de las razones. Me tocó lidiar con el personaje desde una posición muy confrontacional. Fui el ministro del Interior que tuvo que enfrentar esa huelga, que fue muy violenta. Eso me llevó a conocer al personaje desde sus inicios y él a mí. El libro empieza –en el prefacio– con una amenaza que me hace, con un machete, diciendo ‘que venga Basombrío si se atreve a acusarme de terrorista’; que dicho sea de paso yo nunca lo acusé de terrorista, porque yo no creo que haya pertenecido al MOVADEF, sino que trabajó para ellos porque era el espacio que había encontrado.
—A lo largo de la turbulenta historia del Perú, ¿cómo describir lo que significaron esos casi 500 días del gobierno de Pedro Castillo?
Y que a veces se sintieron más... De alguna manera creo que Castillo es consecuencia de la profunda crisis política que se inicia en el 2016, cuando Keiko Fujimori se resiste a reconocer que por poquito, como el propio Kuczynski decía, pero había perdido las elecciones. Y se produce una cadena de acontecimientos que llevan a tener un montón de presidentes, dos Congresos, a una crisis política que nos deja muy debilitados, a una población muy irritada y a una economía muy golpeada. Ese es el proceso general que permite la llegada de Castillo. La segunda cosa es la gran fragmentación de esa campaña electoral, vivida además con COVID-19, donde no se le prestó mayor atención. Castillo pasó por debajo del radar hasta el final; y donde los dos finalistas eran las opciones a la vez más rechazadas por la ciudadanía.
—Castillo es consecuencia de esa crisis...
Pero, además, se convierte en causa adicional de la continuidad de la crisis. Porque lamentablemente hubiéramos deseado que la experiencia de Castillo nos enseñe a poder pensar políticamente de otra manera, en el sentido de valorar las instituciones, recuperar la gestión pública, en fin, tener menos confrontación, buscando entendimientos y creo que, lamentablemente, ninguna de esas cosas ha sucedido y seguimos cayendo más abajo de lo que ya incluso nos había dejado Castillo.
—Recuerda bien en su libro que Castillo duró menos incluso de lo que usted duró como ministro. ¿Qué reflexión le deja esto?
Lo que quería mostrar era el nivel de inestabilidad que significó. Tuvimos 81 ministros en ese periodo y, en promedio, cada cinco días se cambió un viceministro. Se cambiaban los ministros a cada rato porque o eran pésimas designaciones o eran personajes que generaban crisis rápidamente. O sacaba a buenos ministros para poder poner ministros de cuotas de poder. El caso de Salud, por ejemplo, es muy notorio. Había un buen ministro que había continuado las políticas anteriores y lo sacó para poner a este famoso doctor que vendía el ‘agua racimada’. Y sacó a un ministro de Educación, que era un hombre interesante, correcto, y lo sacó al poco tiempo y a la mala, además, mandándole un WhatsApp, para poner a un señor del FENATEP, del sindicato justamente vinculado al MOVADEF que él apoyó y lo apoyaron a él durante su gobierno.
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—¿Y en qué momento pasamos del ‘No más pobres en un país rico’ a una suerte novela policiaca y de espionaje?
Hay dos momentos de ruptura. Uno, cuando la fiscal lo acusa al Congreso y ahí entra en desesperación y vienen todas estas medidas y el vínculo con ‘El Español’. Primero trata de sacarlos a la buena (al equipo especial PNP), quitarles el apoyo y no puede. Y el segundo momento cuando yo creo que mes y medio antes (del 7 de diciembre) se da cuenta de que ya no había salida y que había que hacer el golpe. El lector, al llegar a esa parte, va a ir viendo los indicios, testimonios de gente, el más llamativo es un audio de un individuo muy cercano a Bermejo donde cuenta que habían comprado celulares para ser repartidos la noche del golpe, cuando él anuncie, y puedan organizar lo que venga. Había una preparación previa. Lo que no queda claro es que si ese día de todas maneras iba a ser. Yo creo que no, que se asustaron con lo de Salatiel Marrufo que dijo explícitamente que tenía pruebas concretas que podían implicar a Castillo, y ahí sí yo creo que él dijo esto ya no va más.
—¿Qué fue lo que caracterizó al gobierno de Castillo?
Diría que improvisación, incapacidad de gestión y la otra es la construcción de estructuras pequeñas criminales que no habían logrado hacer todo lo que hubieran querido, a nivel del entorno regional local chotano, por un lado; y del entorno de los amigos y la familia. Otra cosa en el caso de corrupción es: empezaron desde el primer día. La juramentación del gabinete de Castillo se da un jueves, los ministros todavía no se habían sentado en sus cargos y ya estaba este periodista que ahora está detenido Mauricio Fernandini hablando con Salatiel Marrufo para ver cómo hacían con los temas de Vivienda. No digo que sea el único gobierno corrupto, lamentablemente no es el caso, pero sí es impresionante cómo ya había grupos que llegaron ahí para delinquir. Sobre todo lo hace mucho más chocante de una persona que había convertido en su bandera la defensa de la necesidad de los más pobres.
—Castillo finalmente fue un ‘outsider’. ¿Pero estamos librados de otro personaje similar en el futuro?
Pero para nada. Te pongo solo un ejemplo: muy probablemente vamos a tener más de 30 candidatos presidenciales en el 2026, o sea la fragmentación va a ser mayor. La posibilidad de reducir ese número estaba en las famosas ‘primarias’ y yo no la quiero convertir en la solución a todos los problemas de los partidos –mentira, no lo iba a ser–, pero sí adelantaba seis meses antes y ponía una barrera electoral, lo que lo hace más manejable. Eran mejoras para evitar la fragmentación, para que conozcamos mejor las plataformas políticas, etcétera, y el Congreso (dijo) ‘no va a haber, vamos con lo que estamos’. Y lo que estamos es más fragmentados que entonces.
—¿Estamos ahora más fragmentados que nunca?
Más fragmentados en todo sentido, en pequeños grupos; y más polarizados, enfrentados que nunca. Y en todo país es normal la confrontación, pero también es indispensable el diálogo entre puntos de vista diferentes, que hoy día en el Perú no es posible. No hay forma. Y eso es muy malo para una democracia.
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—¿Qué tan clave fue el periodismo, sobre todo de investigación, para denunciar todos estos hechos?
Quien lea el libro va a encontrar que el 90% de las referencias son a los diarios más importantes que cubrieron e investigaron sobre esto, como El Comercio, y por supuesto a los tres programas televisivos periodísticos de los domingos que también cubrieron, investigaron y que siguen haciéndolo. Hubo muchas quejas de que había una fiscalización exagerada con Castillo. Me atrevería a decir que la fiscalización que ha habido antes de Castillo ha sido también muy severa, y eso es lo que tienen que hacer, y que ahora veo que también hay mucha fiscalización en el gobierno de Dina Boluarte. Y eso está muy bien, porque el rol de la prensa no es apoyar gobiernos ni sacarlos, sino tratar de encontrar la verdad. Y creo que ese es el papel que ha cumplido en términos generales y que sigue cumpliendo.