Renzo Giner Vásquez

Cada vez que pienso en nuestro viaje desde hacia encuentro un nuevo error. Ignoramos la tormenta que había sucedido la noche previa, no reconfirmamos la ruta que nos marcaba el GPS y, sobre todo, ignoramos las incrédulas miradas de quienes nos escuchaban anunciar que manejaríamos hacia la alejada ciudad después del mediodía. Sin embargo, cada vez que lo pienso, también, termino seguro de que lo volvería a hacer sabiendo que al final del camino encontraríamos al pueblo amahuaca.

En el séptimo episodio de , un proyecto auspiciado por Nissan y Verisure en alianza con , condujimos más de diez horas a través de una rústica trocha que comunica a Junín con Ucayali buscando registrar una lengua que parece condenada a desaparecer.

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Según la Base de Datos de Pueblos Indígenas (BDPI) del Ministerio de Cultura, los amahuaca -cuyo nombre podría traducirse al español como hijos de la capibara o ronsoco, como ellos lo conocen- se asentaron en los departamentos de Ucayali y Madre de Dios alrededor del 800 d.C.

Durante más de diez horas recorrimos una accidentada trocha para llegar a Atalaya.
Durante más de diez horas recorrimos una accidentada trocha para llegar a Atalaya.
/ La Ruta

Sin embargo, una serie de factores que incluyeron enfrentamientos con otros pueblos amazónicos, una epidemia de sarampión y los abusos cometidos por los terratenientes durante la denominada fiebre del caucho que se extendió desde finales del siglo XIX hasta inicios del XX, llevó a una dramática reducción de su población.

Con el tiempo, los cada vez menos amahuaca que quedaron se fueron aislando en comunidades cada vez más remotas, en los márgenes de los ríos Ucayali, Yavarí, Purús y Madeira. En la actualidad, el Ministerio de Cultura estima que 4.668 personas viven en las comunidades amahuaca; sin embargo, apenas se han identificado a 328 hablantes de su lengua, perteneciente a la familia Pano.

Conscientes de la condena de muerte que enfrenta esta lengua, los lingüistas Pilar Valenzuela (Universidad Chapman, California) y Roberto Zariquey (PUCP) iniciaron hace unos años un trabajo directo con estas poblaciones. Gracias a su labor, por ejemplo, en el 2023 se pudo realizar el Primer Encuentro Interregional de Hablantes de la Lengua Amahuaca, un evento que congregó en Pucallpa a decenas de representantes de este pueblo ancestral.

Afortunadamente, antes de iniciar La Ruta pude conversar con los doctores Valenzuela y Zariquey. Gracias a ellos hoy nos encontramos recorriendo este difícil camino por las entrañas de la selva ucayalina con la esperanza de que al final del camino podamos conversar con algún miembro del pueblo amahuaca.

Los lingüistas Pilar Valenzuela y Roberto Zariquiey junto a Rosa Ríos y otros miembros del pueblo amahuaca.
Los lingüistas Pilar Valenzuela y Roberto Zariquiey junto a Rosa Ríos y otros miembros del pueblo amahuaca.
/ Archivo personal

Cerca de la una de la madrugada finalmente llegaríamos a Atalaya. Agotados por el viaje entramos al primer hotel que encontramos para descansar. A la mañana siguiente, el calor era sofocante. Mientras el termómetro marcaba más de 30°C intentábamos contactar a Rosa Ríos, un contacto sugerido por nuestros amigos académicos.

Vengan, no hay problema, yo vivo cerca del río, por acá preguntan nomás y me van a encontrar”, nos dijo al teléfono. Unos minutos después estábamos en su humilde casa, construida a pocos metros del río Tambo. La precariedad de su vivienda no solo es el reflejo de que Rosa no tuvo oportunidades académicas a lo largo de su vida, sino que representa el ejemplo perfecto de una preocupante estadística sobre la que alertó hace varios años el Banco Mundial. “La población indígena presenta tasas de pobreza que son en promedio dos veces más altas que para el resto de latinoamericanos”, señala un informe publicado en el 2016 por dicha entidad.

En el caso de Rosa, el casi inexistente acceso a servicios educativos de calidad se sumaron a una tragedia personal. Su hermana, su padre y su hermano fueron asesinados cuando intentaban rescatar a una sobrina de Rosa, de apenas 10 años, que había sido tomada como esposa por el líder de una comunidad que aún no había sido civilizado.

Esta pérdida, sufrida cuando Rosa apenas tenía 13 años, marcó su vida. Su madre la crió lo mejor que pudo junto a sus hermanos; sin embargo, dentro de Rosa se comenzó a gestar un profundo rechazo por su pueblo que la llevó a alejarse durante años de su idioma. Por esta razón, por ejemplo, decidió no enseñarles a hablar amahuaca a sus hijos.

Años más tarde, Rosa se reencontraría con sus raíces. Sin embargo, el tiempo que estuvo distanciada no le permitió aprender más sobre ancestral cosmovisión amahuaca.

De eso saben los antiguos”, nos dice sentada frente a su puerta. Así que decidimos ir a buscarlos, aunque eso implique navegar por siete horas esperando encontrar más historias al desembarcar.

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