ERNESTO SUÁREZ
“Es muy lejos, no van a llegar”, nos dice una anciana cuando nos ve partir a pie desde la comunidad campesina de Vilavilani, distrito de Palca, provincia de Tacna, hacia los sectores llamados Canastón y Llanto. Allí se ubican algunas de las más de cincuenta cuevas que albergan las pinturas rupestres de Vilavilani, orgullo del pueblo, hasta hoy muy poco conocidas y que aún no han sido estudiadas a profundidad.
Estas cuevas, situadas sobre los 3.500 m.s.n.m., son desconocidas incluso para algunos de los pobladores de Vilavilani, quienes escucharon a los ancianos referirse a ellas y fueron inculcados sobre la necesidad de preservar las pinturas rupestres cuya antigüedad aún no se conoce con exactitud.
El arqueólogo Jesús Gordillo señala que, a pesar de no haber sido fechadas, “podemos estar hablando de pinturas que datan de 7.000 años a.C., dado que tienen características muy similares a las pinturas rupestres que se encuentran en las cuevas de Toquepala”. “Podemos deducir que serían de esa época”, indica.
En el agreste camino desde Vilavilani, que toma poco más de dos horas para llegar a Canastón, nos acompañan dos comuneros quienes hacen la labor de guías, Wilfredo Cabrera y Zacarías Flores. Con ellos avanzamos por el circuito que los pobladores hicieron ocho años atrás en una faena comunal, con la intención de atraer turistas a esta zona.
A pesar de haber pasado muchas veces con sus animales por Canastón, Zacarías nunca había tenido la oportunidad de apreciar estas pinturas, por lo que queda impresionado al verlas por primera vez. “Es muy bonito, nunca había visto tantas pinturas juntas”, exclama.
El arqueólogo Óscar Ayca, ex director del Instituto Nacional de Cultura en Tacna, resalta la gran variedad iconográfica existente en los diversos lugares situados alrededor de Vilavilani y que lo convierte en el sitio de arte rupestre más importante de Tacna y, posiblemente, del sur del Perú.
La cantidad de pinturas es enorme. En los pictogramas, donde destacan las representaciones de animales, se utilizaron siete colores predominantes: negro, rojo, amarillo, verde, marrón, naranja y blanco. Las representaciones fueron hechas con algún tipo de pincel y, probablemente, se utilizaron pinturas de origen mineral, además se utilizó la sangre de los camélidos de la zona para su elaboración.
Según el estudioso del sitio, el lugar fue hábitat de cazadores y recolectores, los que habrían utilizado las cuevas como refugio. En la actualidad, en la zona hay camélidos y vizcachas, y algunas de estas cuevas son utilizadas como corral.
Ayca destaca la necesidad de que las autoridades regionales y locales inviertan en la preservación de este patrimonio. “Es urgente restaurar muchas de las pinturas que vienen siendo destruidas por las lluvias y los fuertes vientos que las erosionan. También debemos darles seguridad y cuidar que el acceso se haga acompañado por comuneros de Vilavilani”, indica.
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