A 3.900 m.s.n.m, los vecinos de la provincia de Lampa, a 20 minutos de la ciudad de Juliaca (Puno), están orgullosos de que las réplicas de la escultura La Piedad, dos de sus joyas artísticas, hayan acrecentado su fama y número de visitantes. Sin embargo, el reconocimiento por ser copias certificadas de la obra de Miguel Ángel no ha repercutido en un aumento de fondos para su protección y cuidado.
“Llevo 15 años en esta tierra, he conversado con cuatro alcaldes y dos presidentes regionales, pero a ninguno les ha importado”, se lamenta Víctor Domínguez, párroco de la basílica de Lampa, donde desde 1961 se conserva una réplica de aluminio de la escultura, que representa a la Virgen María sosteniendo el cadáver de Jesús. Otra copia, esta vez de yeso y que sirvió de modelo para la de aluminio, está en el museo del palacio municipal.
Ambas esculturas, gestionadas por el diputado y senador lampeño Enrique Torres Belón (1887-1969) ante el Papa Juan XXIII, se hicieron conocidas en 1972. En mayo de ese año, La Piedad original que está la Basílica de San Pedro (Roma) sufrió un atentado, por lo que especialistas italianos llegaron a Puno para tomar fotos y medidas de las copias.
Agentes de la comisaría de Lampa informaron a El Comercio que la basílica, monumento nacional desde el 20 de febrero de 1941, ha sufrido dos robos graves: uno en el 2004, cuando hurtaron el sagrario de plata del altar mayor, y el último en el 2012, cuando se llevaron piezas del mismo mineral de las andas de la Virgen de la Inmaculada Concepción.
“Hubo cuatro intentos más, uno contra la capilla de La Piedad, pero los delincuentes se fueron con las manos vacías porque no cedieron las chapas o por temor a ser descubiertos”, contó uno de agentes.
Comparadas con las casi 30 denuncias diarias por asaltos que se registran en Juliaca, dos robos sacrílegos en una década parecen una cifra ínfima. No obstante, como explica Óscar Frisancho, del Patronato de Lampa, los 2.000 turistas que cada mes visitan la ciudad podrían reavivar la codicia por el patrimonio.
Esta posibilidad obliga a la comunidad y al clero, responsable de salvaguardar los atractivos de la basílica, a coordinar acciones de su seguridad y conservación. Lamentablemente, agrega Frisancho, no ha habido consenso. “Esperamos que haya un entendimiento antes de lamentar un descuido”, comentó.