No son oficiales como bandera, escudo e himno, ni tampoco unánimes; pero nos identifican. Nos gusten o no. La mayoría viene del milenio que pasó, pero han adquirido cualidad simbólica a partir del 2000: los mentamos para reconocernos, para enorgullecernos, enervarnos, acomplejarnos, insultarnos, medirnos, calmarnos, proyectarnos al futuro.
1) La cola del mono: Es el más conceptual de todos. Es gráfico pero también discursivo, si repites el rollo de Promperú sobre la obligación de cada peruano de ser un embajador de su patria para atraer turismo e inversiones. Bah, puro floro. Si llevas la marca país estampada en el pecho es, en primer lugar, porque te da la gana; en segundo lugar, para que te reconozcan otros como tú; en tercer lugar, por eso que dicen los tecnócratas. La colita recogida del mono -¡qué importante que sea un simio en reposo y no en plan de bronca!- es una marquita de identidad, caquita de bicho que camina en círculos, chisguete de chantilly sobre la torta de chocolate con lúcuma, el piercing de tu pareja, lo que se te ocurra que te ubica en este lugar del planeta.
(Foto: Archivo El Comercio)
2) Pollo a la brasa: Pasaron algunas décadas para que reparáramos que el plato peruano por antonomasia no es el ceviche, ni el ají de gallina, ni el cau cau. Esos platos de bandera flamean, con mucho esfuerzo, desde el milenio pasado, y han padecido reingenierías, fusiones y recalentadas, que a veces los malogran. El pollo a la brasa, en cambio, sigue dorándose sin mayores afeites ni menjunjes. Es tan familiar, tan popular, tan similar a primera vista a los pollos que se asan en otros lares (pero el sabor local es inconfundible) y tan difundido en todos los estratos, que no pensamos que fuera tan especial. Pero nos estamos dando cuenta de que sí lo es: ya tiene una efeméride -el 3er. domingo de cada julio-, y nuevas cadenas que exploran y explotan guarniciones. Acepten, Gastón y chefs de colección, que el pollo les pasó volando por las narices. Ahora quieren atraparlo y, con socios capitalistas, vender hornitos para cocinarlo en casa. No será lo mismo: el ritual de compartirlo a buen precio de combo, chuparse los huesitos y tragarse el pellejito colesteroso, es una acción de gracias en sociedad.
(Foto: Félix Ingaruca/ Archivo El Comercio)
3) Gamarra: Emprendedurismo y MYPES, claro que sí; formalidad en laboriosa construcción. Claro que Gamarra es un símbolo de progreso, pero también de precariedad. De tradición, porque se imbrican viejas habilidades textiles, y de modernidad porque hay productores buscando desesperadamente mercados. Por todo eso es caótico, congestionado y vulnerable a las extorsiones. Si la gran empresa pide permisología ágil; Gamarra, conmovedoramente, pide protección en un vecindario que es viejo símbolo de cosas feas: La Parada. Cuando se trasladó el mercado mayorista a Santa Anita, fantaseé con un traslado de Gamarra. Es más que un lugar, es un símbolo; por lo tanto, puede ser trasplantado. Cada región y ciudad pujante, tiene sus gamarras.
(Foto: Víctor Idrogo/ Archivo El Comercio)
4) Polvos Azules: No podía faltar en esta lista personal. Junto a la formalidad y la informalidad, la cultura navega con bandera de corsario. Es una buena coartada para recalar en Polvos, como no lo es la 'robinhoodesca' (robar a los ricos para darle a los pobres), que eso es delincuencia pura. Lo que quiero decir es que Polvos Azules, en sus rubros audiovisuales, ofrece lo que no ofrece el mercado formal. No hablo de precios, sino de catálogo. Exquisitez y especialización no ofrecida por los intermediarios legales, sino por los piratas. Y, además, indesligable de la modernidad. Polvos no es El Hueco, que lo tapas con un operativo de Urresti; sino un mall con puestos formales, etiquetas firmes y bambas separadas por un estante, pago con boleta o factura y hasta agencia bancaria. Junto a cada gamarrita regional, hay un polvito.
(Foto: Miguel Bellido/ Archivo El Comercio)
5) La primera dama: Así, en mayúscula, porque no le pongo nombre ni DNI. Ellas pasan, el puesto queda. Es cierto que hay un par que nos ha marcado, Nadine y Eliane, mediando entre ellas la discreta Pilar; pero lo que han conseguido es que la condición de esposa del presidente nos defina como a pocas naciones: debatimos en ellas lo público y lo privado, el poder de los afectos y lo afectos al poder que pueden ser, por igual, hombres y mujeres. Cuando nos toque una mujer presidenta no será gran noticia porque ya hemos visto su empoderamiento extremo.
(Foto: Giancarlo Shibayama/ Archivo El Comercio)
(Foto: Miguel Bellido/ Archivo El Comercio)