Mario Ghibellini

La sesión del de este jueves terminó de una forma quedita y apagada que contrastaba dramáticamente con el tono estentóreo en el que había sido convocada. Como se sabe, la reunión tenía por propósito del presidente del Consejo de Ministros sobre su reciente incitación a la violencia contra quienes se oponen al Gobierno, y la actitud general de los parlamentarios que impulsaron su comparecencia ante el pleno fue la de “ya va a ver este cascarrabias con quiénes se ha metido”. Lo que sucedió, sin embargo, fue muy distinto. El ministro pronunció sus diatribas de siempre, desafió a los congresistas que se habían untado la cara con pintura de guerra a censurarlo y luego se marchó conteniendo la risa. Fingió quizás por momentos estar compensadito y dispuesto al diálogo y la colaboración fraterna con sus críticos más acerbos, pero hasta eso, en realidad, formó parte de la faena de escarnio que lo vimos protagonizar ese día. Y a los escarnecidos, lógicamente, no les quedó más que cortar sus pérdidas y acabar a la rápida con la humillación que ellos mismos se habían procurado.


–Practicantes y teloneros–

El razonamiento que tiene que haber seguido el premier antes de acudir a la plaza Bolívar –y que cualquier persona con dos dedos de frente podía anticipar– es muy sencillo: los parlamentarios de oposición nunca iban a gastar una de sus dos “balas de plata” censurándolo, porque eso los pondría a un paso de la disolución. En consecuencia, bien podía él ejecutar el baile de San Vito en el hemiciclo, aderezándolo con gestos de pitorreo desembozado, y a sus frustrados detractores no les iba a quedar más que encajar la bofetada tosiendo incómodos. Los más aterrados ante la perspectiva de ser desterrados de su curul podían, incluso, sentirse tentados a aplaudir.

Por eso Torres se dio el lujo de llevar a los ministros Salas y Chero de teloneros: para que degustaran ellos también el sabor de la befa. Un probable premio consuelo a la circunstancia de que no hubieran podido heredar su puesto con ocasión del último remezón en el Gabinete.

Lo máximo a lo que podían aspirar los que arrastraron al presidente del Consejo de Ministros al pleno del jueves, efectivamente, era a someterlo a la recitación de algunas piezas de retórica inflamada que, en el fondo, serían solo un poco más de lo que ya mil veces le han dicho. Si ya se sabía que lo habían dejado donde estaba para que hiciera lo que está haciendo y suscitase en los incautos la impresión de que el Ejecutivo conseguía al menos algunos empates, ¿qué sentido tenía convocarlo al Congreso? ¿Permitirle que usara ese recinto como caja de resonancia de sus destemplanzas, llevando de yapa a sus practicantes para que se divirtieran escuchando los ecos de su chapurreo? ¿No han aprendido acaso los representantes de la oposición que, contrariamente a lo que aconseja el decir popular, a las personas que se comportan como el jefe del equipo ministerial no hay que seguirles la cuerda?

Lo peor de todo, además, es que, avergonzados por el previsible papelón, desde la Mesa Directiva decidieron suspender la sesión antes de que se abordara la moción de interpelación al ministro de Transportes y Comunicaciones: una medida de control político que sí tenía posibilidades de prosperar. Ahora el debate sobre lo que deberá ocurrir con , investigado por el Ministerio Público por presunto delito de organización criminal, tendrá que esperar por lo menos hasta el 1 de setiembre, pues este lunes empieza la llamada “semana de representación”. Una postergación que, en opinión de la titular del Legislativo, , no constituye una dilación... A lo mejor la señora se cree que se trata más bien de un recurso para generar intriga.

Lo cierto, de cualquier forma, es que hemos visto una vez más a esta oposición de fogueo pretender que se apresta a ajustarle las clavijas al Gobierno para terminar murmurando aquello de “con permisito dijo Fonchito” y escurrirse por una salida lateral del Parlamento. Dos intentos fallidos de ir a una vacancia presidencial les ha tomado aprender que no tiene sentido avanzar hacia ella si no se cuenta con los votos para conseguirla y algo similar parece que sucederá pronto con la denuncia constitucional por traición a la patria con la que, en sus sueños diurnos, esos mismos personajes se figuran que removerán al actual jefe del Estado del cargo.


–Matiné dominguera–

Entre el Capitán de Mar y Tierra que blande la espada sin filo, la abejita naranja de aguijón endulzado, la Lady en apuros que suspende sesiones porque le da cosa, el vocero de los Niños Perdidos que se disfraza de Peter Pan para pasar piola y el león ronronero que ya aprendió a dar la pata, la verdad es que, más que una hueste en pie de combate por la democracia, lo que tenemos en el Congreso semeja el elenco de alguna obra digna de una matiné dominguera.

Con esa imagen en mente, habría que reconsiderar, pues, lo que se entiende habitualmente bajo el concepto de “semana de representación”. En esta pequeña columna por lo menos, tenemos claro que la representación en el hemiciclo es en realidad permanente y que lo que sucederá esta semana es simplemente que los actores saldrán de gira.

Mario Ghibellini es periodista

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