La vigencia de la poesía de José María Eguren nunca deja de sorprender. Su poema “Los reyes rojos” se publicó en 1911, hace más de un siglo, y, sin embargo, invita a interpretaciones de gran actualidad. En esta pequeña columna, por ejemplo, tenemos la impresión de que puede ser leído como una representación simbólica del enfrentamiento que, casi desde el principio de este Gobierno, protagonizan Vladimir Cerrón y el presidente Castillo.
Como se recuerda, el poema presenta a dos reyes rojos que combaten desde la aurora y que, cuando cae la noche, siguen combatiendo, firmes y foscos. Aunque el texto no lo diga, queda la sensación de que la lid continuará a la mañana y a la noche siguientes; y en realidad, de que se extenderá hasta el infinito. Se entiende que hay en esa lucha algo de ritual y que probablemente ninguno de los dos contendores esté interesado en infligirle una derrota total a su oponente.
Pues bien, ocurre que esa es también una buena descripción de la situación en la que están envueltos el secretario general de Perú Libre y el jefe de Estado. Quizá lo de “reyes” resulte excesivo para ilustrar el tipo de poder que ostentan, pero, vamos, lo de “rojos” les viene de perillas.
–Socios de la conquista–
En lo que concierne al mentado color y las connotaciones políticas o ideológicas asociadas a él, no existe, en efecto, mayor diferencia entre uno y otro personaje. Los que creen distinguir en los recientes cambios en el Gabinete un gesto de moderación del mandatario respecto de las ínfulas revolucionarias con las que inauguró su Gobierno tienen que revisar la marca de cigarrillos que están fumando.
Por si proclamas como “acá no hay métete al centro, métete a la derecha”, lanzada recientemente por el profesor Castillo en San Martín, no fueran suficientes para apagar los fuegos fatuos de esa ilusión, ahí tenemos la inclusión de Carlos Gallardo en el equipo ministerial –un guiño a los sectores cercanos al Movadef del magisterio que pudieran haber resentido la remoción de Iber Maraví– para extinguir cualquier chispita que pudiera subsistir.
Las diferencias existen, pero tienen que ver esencialmente con el grado del sacrificio de la imagen de presunto cruzado contra la corrupción que el presidente está dispuesto a hacer para que su socio de la conquista del poder duerma sin sobresaltos. Por eso es que la presencia de su ex abogado Luis Barranzuela en el Ministerio del Interior resulta tan importante. A Cerrón, sin duda, la salida de ‘Puka’ de la presidencia del Consejo de Ministros le ha disgustado… pero no tanto como para romper definitivamente con el presidente y arriesgarse a que le cancelen el seguro. De ahí que en el comunicado de Perú Libre divulgado el jueves, después de anunciar que no le darán el voto de confianza al Gabinete Vásquez y que habrá una recomposición de la bancada, se diga que “esto no implica una colisión política, sino un reordenamiento estratégico, para mantener las buenas relaciones y el respeto mutuo”.
Castillo, por su parte, presenta ciertamente síntomas de estar harto de los torpedos de su dinámico compañero de aventuras, pero también de temer la posibilidad de que lo deje solo frente a las quimeras que se agigantan en sus propias horas de insomnio –la derecha que lo quiere golpear porque es un hijo del pueblo, los monopolios que hacen subir el precio del dólar– y de que la bancada oficialista termine de rompérsele. De ahí que ensaye solo respuestas oblicuas a las lanzas que Cerrón le clava un día sí y el otro también. Frases como “todos los días no podemos estar respondiendo a situaciones mezquinas” u “hoy hasta piensan que con un tuit se cambia el país”, pronunciadas esta semana en la plaza pública, lo muestran un tanto contrariado con su socio, pero no constituyen precisamente cargas de profundidad destinadas a liquidarlo.
Así, como los reyes del poema de Eguren, nuestros personajes empiezan el día trenzándose en batalla y cuando el sol se pone, todavía están dándose de arañazos. Pero como ellos también, no dan señas de querer asestarle la estocada final a su oponente.
Su combate, pues, promete ser infinito y, por eso mismo, inconducente. Esto es, incapaz de proveer una solución a la circunstancia supuestamente “insostenible” de tener a una persona de las características de Barranzuela en la cartera de Interior. Y es allí donde la intervención de la nueva premier, Mirtha Vásquez, podría resultar providencial. Todo parece indicar, sin embargo, que estamos a punto de comprobar que en octubre, efectivamente, no hay milagros.
–Infantil y melodiosa–
Si bien es claro que la flamante presidente del Consejo de Ministros ha comprendido la dimensión del problema al que aludimos, igualmente claro es que no piensa utilizar el peso de su reciente arribo al Gobierno para forzar el cambio. “Estamos pidiendo los descargos y en base a eso se hará una evaluación sobre el tema”, fue lo que, con voz infantil y melodiosa, respondió el miércoles cuando la prensa le preguntó cómo iba a lidiar con el asunto. Y a todos los presentes, aquello les supo a mágico sueño de Estambul. Porque si Cerrón y Castillo son un mal remedo de los reyes rojos, la primera ministra amenaza con convertirse pronto en una crecidita versión de la niña de la lámpara azul.
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