“Apenas se desocupe, por ejemplo, a don Aníbal Torres habrá que pedirle su receta”. (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
“Apenas se desocupe, por ejemplo, a don Aníbal Torres habrá que pedirle su receta”. (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
/ Víctor Aguilar Rúa
Mario Ghibellini

La semana que acaba ha estado signada por el maltrato de diversos representantes del Ejecutivo a la prensa independiente. Empezó el lunes con el presidente Castillo sobre las contradicciones entre lo que le dijo a CNN y a la fiscalía acerca de sus reuniones con Karelim López y terminó algunos días después con la denuncia de un presunto intento del premier Torres de administrar la publicidad del Estado de premio o castigo a los medios, según cuál sea su actitud hacia el gobierno.

Entre esos dos episodios, sin embargo, hubo otros que apuntaban en la misma dirección: a los reporteros que el martes trataron de acercarse al jefe del Estado en San Juan de Lurigancho para preguntarle por el exabrupto del día anterior y la “culminación de la orden de servicio” que le permitía al conducir las entrevistas políticas en el programa “Cara a cara” de TV Perú: una salida que, casualmente, la barra brava y ‘trolera’ de Perú Libre reclamaba desde hacía tiempo en las redes.

El cuadro general da para varias interpretaciones pero, en síntesis, podría decirse que los principales rostros de este gobierno parecen no desear que la prensa se ocupe de ellos. Y quizás habría que darles gusto.


–Pedro y los subterráneos–

Los ministros y el presidente, efectivamente, solo quieren que se les pregunte por los asuntos de los que a ellos les conviene hablar. Y si no es así, pues que las cámaras y los micrófonos ni se acerquen. El actual mandatario, en particular, ha cultivado desde el principio de su gestión una reticencia hacia los medios que, en clave rústica, evoca las de J.D. Salinger o Greta Garbo. Una reticencia, es cierto, que ha conocido excepciones, pero no todas ellas honrosas.

Sea como fuere, si al profesor Castillo y sus subterráneos no les apetece que el periodismo les dedique su atención, en esta pequeña columna vamos a concederles la gracia y por esta semana nos concentraremos en alguna materia alejada de la política. Como, por ejemplo, la mermelada. ¿No puede resultar acaso de interés para nuestros lectores una revisión de las distintas maneras de preparar esa rica confitura de fruta cocida? Nosotros pensamos que sí y con esa inquietud en mente, hemos consultado viejos recetarios y tratados culinarios que lindan con la hechicería.

No ignoramos, por supuesto, que la palabra en cuestión tiene otras acepciones. Sobre todo, en el habla coloquial peruana. Con frecuencia se ha recordado que Martha Hildebrandt, en su libro “1.000 palabras y frases peruanas”, anota que ‘mermelada’ es una forma local de aludir a un negocio ilícito, a la coima o a la publicidad a cambio de favores. Pero no es ese el sentido de la expresión del que quisiéramos hacernos cargo en esta oportunidad, pues sería una forma de regresar al tema del que precisamente estamos procurando escapar. Cuando ese intercambio de publicidad por favores se da, por ejemplo, entre un gobierno y determinados medios de comunicación, es obvio que estamos en el terreno de la política.

De hecho, durante la campaña que lo llevó a la presidencia, el actual jefe del Estado usó con profusión la palabreja en un sentido claramente político. La esparció, en efecto, por calles y plazas para calificar a la prensa que andaba exponiendo sus contradicciones y carencias. Un uso que, en honor a la verdad, dejaba la sensación de que intuía el potencial ofensivo del término, pero no conocía bien sus alcances. Es evidente, no obstante, que desde que llegó al poder ha superado esa limitación con largueza. Lo demuestra, entre otras cosas, aquella en la que, en alusión a los medios que habían reportado los gritos a favor de la vacancia que lo habían recibido a la salida de un restaurante de Arequipa, sentenció: “no me voy a permitir darles ni un centavo a aquellos que tergiversan la realidad”. Se entiende que a los que fueran buenitos y maquillasen las cosas a su gusto, les daría billete del año que le pidiesen…

Pero, en fin, habíamos dicho que, por esta vez, queríamos evitar el tópico vil de la política, así que mejor volvamos a lo nuestro: los secretos de la mermelada.


–De Apicio a don Aníbal–

Se considera que la más antigua de las referencias librescas a esta sabroso arrope es aquella que aparece en la obra “De re coquinaria” (De asuntos culinarios), atribuida al gastrónomo romano del siglo I DC, Marco Gavio Apicio, pero probablemente retocada y convertida en la versión que conocemos hoy hacia el siglo V de nuestra era. Modernas o añejas, sin embargo, todas las recetas que hemos tenido a la vista indican que la mermelada se consigue cociendo frutas. La diferencia fundamental, eso sí, está en las proporciones a utilizar en materia de azúcar, fruta y agua; y desde luego, en los tiempos de cocción.

Lamentablemente, el espacio para profundizar en esos detalles nos va quedando corto, así que bástenos decir por ahora que, de las muchas maneras que existen de preparar la mermelada, las mejores son siempre las tradicionales. Las recetas del abuelo, digamos. Así que, con mucho respeto, apresurémonos a recoger las de aquellas personas mayores que nos rodean. Apenas se desocupe, por ejemplo, a don Aníbal Torres, habrá que pedirle la suya. Estamos seguros de que tiene una.

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