"Richard Swing mantuvo el enganche con el Gobierno que le permitió venderle a ese sector servicios de dudosa necesidad". (Ilustración: Rolando Pinillos)
"Richard Swing mantuvo el enganche con el Gobierno que le permitió venderle a ese sector servicios de dudosa necesidad". (Ilustración: Rolando Pinillos)
Mario Ghibellini

El asunto de los contratos de Richard Swing con el Estado es un escándalo que, mal que le pese al presidente Vizcarra, no ha llegado todavía a su meseta. Podrán sacar del Gabinete a la señora Sonia Guillén, que por ser la responsable política de la cartera comprometida en el enjuague (y por algunas otras hazañas que sus críticos han señalado en estos días) parece tenérselo bien merecido, pero eso debería ser solo el aperitivo. Si a pesar de los cinco cambios de titular por los que pasó el Ministerio de Cultura entre marzo del 2018 y la actualidad, Swing mantuvo el enganche con el Gobierno que le permitió venderle a ese sector servicios de dudosa necesidad, es obvio que el enganche no fue ninguno de ellos. Hay que rascar, en consecuencia, la superficie de lo que nos ha pretendido vender hasta ahora el Ejecutivo como explicación de este feo intríngulis para llegar al origen de tanta generosidad con los dineros de nuestros impuestos. Y, desde luego, sancionarla.

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