Alan García está últimamente de malas en materia de imagen; o mejor dicho, de imágenes. A nadie puede ocurrírsele que, al tomarse el famoso ‘selfie’ al lado de una ex burrier canadiense, lo hiciera a sabiendas de la historia de la joven. Y sin embargo, esa fotografía le prestó un ícono a la idea que ya existía sobre su largueza frente al inquietante giro profesional de tantos reos indultados o con pena conmutada durante el gobierno pasado.
Tampoco es razonable postular que el tinte de pelo que le imprimió un toque vikingo al lanzamiento de su candidatura en el estadio Chamochumbi fuera una opción minuciosamente calculada por sus asesores estéticos. Pero una malhadada luz cenital provocó que las fotos del evento publicadas por los diarios lo mostrasen como recién peinado por la Antorcha Humana (el más joven de los Cuatro Fantásticos).
La más ingrata de las imágenes cuya divulgación ha padecido recientemente el líder aprista, no obstante, es la que han aportado las encuestas.
Presente imperfecto
En los sondeos de opinión publicados esta semana, efectivamente, García no solo aparece con un magro 7% de intención de voto, sino también arrimado al cuarto lugar por César Acuña, un candidato cuyas carencias verbales son solo equiparables a sus recursos financieros. Y eso tiene que doler.
Frente a estas cifras, Alan y sus mozos de estoques han querido exhibir una actitud del tipo ‘al cabo que ni me importa’ y han rememorado las campañas presidenciales en las que empezaron con poco y al final llegaron a la segunda vuelta o incluso se hicieron con la victoria. Pero hay que recordar también la invalorable ayuda que supuso para ello el hecho de que la competidora a desplazar fuera en ambos casos Lourdes Flores. A su manera, la lideresa pepecista ha sido una aliada de García desde hace tiempo.
Además, aun cuando esta vez pudiesen remontar nuevamente este resultado adverso conforme se acerque la jornada electoral, eso formaría parte del brumoso futuro. Y en el alma de aquellos que comparten ciertos rasgos con el hijo de Cefiso y la ninfa Liríope –o sea, Narciso- solo existe el presente.
Las encuestas, pues, son como el espejo embrujado del cuento al que el picado por la vanidad interroga, ansioso por obtener un reflejo a la anchura de sus expectativas. Y en este caso, lo que Alan está obteniendo es una imagen disminuida de sí mismo y la notificación de que allá en el corazón de algún bosque trujillano de algarrobos, habita un postulante que se ha empinado de pronto sobre los siete enanos con los que hasta antes de ayer competía y, de paso, lo ha convertido a él mismo en uno de ellos. ¡Cómo estarán soplando sobre la herida en Alfonso Ugarte para que no arda tanto!
En lo que concierne a la estrategia electoral, por otra parte, el crecimiento de Acuña supone también algún problema para los apristas, pues si para jugar la final con Keiko antes solo tenían que esperar a que PPK termine de equivocarse –jugando a ¿Dónde escondí el pasaporte?, adiestrando a su perro ‘Perú’ para que le traiga las pantuflas o cambiando sus opiniones económicas cuando cae la nieve en Nueva York-, ahora necesitan fumigar primero al sublevado trepón.
¡Agua va!
En el 2006, cuando César Acuña ganó la alcaldía de Trujillo por primera vez, Alan García dijo que había llorado porque jamás pensó que el Apra pudiera perder “la cuna y la tumba de Haya de la Torre”. Pero aquello sonó a faramalla, porque la afrenta finalmente la había encajado todo el partido. En esta ocasión, en cambio, la cosa es personal, así que la próxima vez que saque el pañuelo blanco, habrá que retroceder a prisa.
(Publicado en la revista Somos el sábado 14 de noviembre del 2015)