¿Por qué ha viajado la señora Boluarte a Europa? Esa es la pregunta que muchos compatriotas se hacen en estos días. Las respuestas oficiales –”impulsar el intercambio comercial” y “estrechar las relaciones entre el Perú y la Santa Sede”– se pueden, desde luego, descartar sumariamente. De manera que hay que buscar la explicación de su afán paseandero en otro lado. Al decir de algunos observadores, lo que ella estaría intentando es legitimar su gobierno internacionalmente. Otros, en cambio, piensan que se trata de una peregrinación en pos de cierta bendición papal que le sirva de antídoto contra la ojeriza que concita ‘urbi et orbi’ su ejercicio desmañado del poder. No se pueden desdeñar, sin embargo, las hipótesis mundanas que también circulan entre los intérpretes de las motivaciones de la gira. Esto es, aquellas que postulan que la mandataria simplemente está aprovechando la oportunidad que el cargo le ofrece de conocer lugares exóticos y armar un bonito álbum de fotos finteras para el recuerdo. Viajando, después de todo, se conoce gente.
–Oktoberfest–
Estaba visto, no obstante, que, una vez allá, la presidente tendría que echarse algunos discursos. Y eso es precisamente lo que ella hizo esta semana con ocasión de la celebración del Día de América Latina en Alemania. Allí, delante de un auditorio probablemente más preocupado por lidiar con la resaca del ‘Oktoberfest’ que por escuchar sus narraciones extraordinarias, la señora Boluarte declaró que los peruanos hemos sabido superar, “con estricto apego a nuestra Constitución”, la crisis política que vivimos tras el golpe de Pedro Castillo y, sobre todo, que desde entonces su gobierno “le ha dado estabilidad al país”.
Esta última afirmación, por supuesto, es un tanto temeraria, pero no por ello merece ser desestimada a priori. Lo serio, en realidad, es someterla a un análisis que revele cuánto de cierto y cuánto de falso podría haber en ella. ¿Vivimos en efecto los peruanos un período en el que los sobresaltos políticos son la excepción y no la regla? ¿Transcurren para nosotros los días entre la molicie y el desahogo en lo que concierne a los asuntos públicos? ¿Somos felices y no nos hemos dado cuenta? Quién sabe. A lo mejor. Existen, por lo menos, algunos indicios que lo sugieren.
Este jueves, por ejemplo, hubo marchas en varios lugares del territorio nacional para exigir la renuncia de la jefe del Estado y la celebración de elecciones generales adelantadas, y pasaron más bien desapercibidas. Quizás los estrategas del CUL (Comando Unitario de Lucha) subestimaron el hecho de que su jornada de protesta coincidiría con el partido entre nuestra selección de fútbol y la de Chile, pero lo cierto es que ahora, para la próxima ocasión, deben estar considerando incluir la reposición de Gareca entre sus demandas. Al mismo tiempo, Vladimir Cerrón, quizás el más ruidoso de los alentadores de la zozobra por estos lares, ha optado por desaparecer del mundo sensible, y nada hace pensar que volverá a materializarse en el futuro cercano.
En el Congreso, por otro lado, las cosas parecen también estar adormecidas. A la bancada mayoritaria –la de Fuerza Popular– se la ha dado por votar en abstención las materias que se le antojan espinosas, en la Comisión de Ética las causas más escandalosas provocan bostezos y la legisladora Rosselli Amuruz ha prometido cortar el meneíto. Es verdad que en la zona izquierdista del hemiciclo se cocina una moción para vacar a la actual mandataria, pero, según refiere el parlamentario Álex Flores, se necesita todavía “socializarla”. Y con la señora Amuruz fuera de combate, no hay socialización que pueda prosperar en la Plaza Bolívar.
Gracias a la declaración de emergencia decretada por el Ejecutivo en los distritos más peligrosos de la capital, por último, nos han dicho que el Tren de Aragua ha ralentizado su marcha (sus granadas explotan ahora frente a locales en los que no queda ni el gato, porque han tenido que cerrar a las 12 p.m. y a la menor detección de un acento veneco en el barrio, los soldados desplegados por la ciudad rastrillan sus armas recelosos). Hasta la economía del país, que desde hace tiempo venía ya mostrando un comportamiento moroso, daría la impresión de haberse detenido por completo, pues el Instituto Peruano de Economía (IPE) acaba de revisar a la baja sus estimaciones anuales: sus pronósticos para el 2023 han pasado de un magro crecimiento del 0,8% al de una contracción del -0,3%. Cuando la presidente pise nuevamente el suelo patrio, en consecuencia, nada habrá cambiado. O, en todo caso, será como si hubiésemos retrocedido en el tiempo.
–Todo sereno–
Lo menos que se puede decir entonces de la prédica de la señora Boluarte en Europa es que está ofreciendo una imagen novedosa del país. Una en la que la inmovilidad, atributo indiscutible de la gestión que encabeza, es presentada como equivalente a la estabilidad de la que seguramente quisieran escuchar hablar los auditorios que enfrenta. “Diez meses de gobierno y todo sereno”, podrá proclamar ella mientras imagina caminar sobre un suelo firme y parejo. ‘Eppur si muove’.