No estamos solos. O, en cualquier caso, no lo estábamos hace mil años. Eso, por lo menos, es lo que se desprende de la presentación que hizo esta semana el ufólogo Jaime Maussan en el Congreso Mexicano de los pequeños cuerpos de dos supuestos “seres no humanos” hallados en nuestro país y cuya antigüedad sería la mencionada. Extraterrestres, sin duda, a los que la muerte sorprendió durante una visita a las líneas de Nazca –maravilla turística local de fama intergaláctica– y que habrían sido sepultados bajo unas algas fosilizadas que impidieron su descomposición. Por supuesto, la sensación de que aquello era un fraude se desató de inmediato. Los mini alien semejaban un sospechoso cruce entre ET y Yoda, y alguien recordó que ya una puesta en escena similar había sido desbaratada en Lima. En el 2020, en efecto, el arqueólogo forense Flavio Estrada, que estudió el dizque “hallazgo” en nombre del Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses del Perú, concluyó que: “los restos de presuntos alienígenas son creaciones fabricadas con huesos de animales y humanos unidos con pegamento sintético”. Un baldazo de agua fría para los responsables del montaje en cualquiera de sus dos ediciones.
–I want to belive–
Maussan quiso aprovechar aparentemente el revuelo desatado por la reciente admisión de la NASA de la existencia de Fenómenos Aéreos No Identificados y el anuncio de la creación en Estados Unidos de un departamento especializado en su estudio para impulsar una eventual legislación ‘ovni’ en México. Algo que, dicho sea de paso, aquí no haría falta, porque tenemos leyes marcianas a pasto.
Sea como fuere, el ufólogo fue por lana y salió trasquilado, pues hasta el Instituto de Física de la Universidad Nacional Autónoma de México, cuya autoridad él había invocado para validar su fabulación, lo dejó sin piso al día siguiente. La pregunta, sin embrago, es: ¿liquida eso la posibilidad de vida extraterrestre? Ciertamente, no. Y, en esa medida, tampoco la tesis que muchos cultores del “I want to belive” postulan a propósito de las periódicas visitas que harían a nuestro plantea alienígenas de distinta procedencia. A lo mejor, David Vincent, el protagonista de la mítica serie sesentera “Los invasores”, tenía razón y los habitantes de mundos lejanos ya están aquí, mimetizados como terrícolas y circulando entre nosotros, aunque no necesariamente con intenciones perversas. O no en todos los casos, por lo menos.
En esta pequeña columna, nos hemos tomado el trabajo de consultar a diversos entendidos en la materia y, en apretada síntesis, lo que nos han dicho es que hay de todo: desde los ET curiosos y partidarios de la no intervención en los asuntos humanos, hasta los “reptilianos” que nos quieren someter y los “seres de luz”, decididos a impedírselo. A los primeros solo los detectamos cuando están distraídos tomando fotos de nuestras costumbres más desconcertantes –el baile del reggaetón, la persistente demanda de la “pizza hawaiana”, la concurrencia de los votantes del Partido Morado a las urnas, etc.– para mostrarles a sus amigos cuando estén de regreso en Melmac. A los otros dos, en cambio, nos los cruzamos de manera cotidiana; solo que rara vez lo advertimos. Son, en general, los responsables de las desapariciones temporales (seguidas de una amnesia selectiva) de algunas personas y de los comportamientos inexplicables de otras: circunstancias ambas que, si bien pueden suponer un drama familiar, en el contexto de la vasta población pasan desapercibidas. La excepción a esa regla se produce, no obstante, cuando tales episodios les ocurren a individuos que están bajo el escrutinio público. Es decir, cuando sus protagonistas son personajes de la farándula o políticos. Nadie habría notado, por ejemplo, las abducciones de las que fue objeto constantemente Alejandro Toledo a principios de este siglo, de no ser porque era candidato a la presidencia. Y a nadie tampoco le habría llamado la atención el discurso golpista que alguna mente alienígena puso en boca de Pedro Castillo el 7 de diciembre del año pasado, si él no lo hubiera pronunciado en cadena nacional y desde Palacio de Gobierno. Lo que está en discusión todavía es si esa mente extraterrestre nos quiso perjudicar sin conseguirlo, o nos quiso hacer un bien… pero dejó el trabajo a medias (porque después vino la señora Boluarte).
Lo cierto es que hay suficientes indicios de que los alien existen. Y por eso, habida cuenta de su evidente superioridad tecnológica, la tentación de trasladarles el poder, por lo menos en el Perú, es grande. Correríamos, claro, el riesgo de que no nos toquen los “seres de luz”, sino los “reptilianos”. Pero, bueno, presidentes lagartos ya hemos tenido y acá estamos.
–Huachito de la suerte–
Cuando uno piensa, además, en las asignaciones a dedo de los pozos petroleros a Petro-Perú, en el reciente relevo en la cartera de Justicia o en lo que ha hecho el Congreso con la meritocracia en la educación, por citar solo algunos ejemplos, tiende a encogerse de hombros y pensar: “Total, peor no nos puede ir”.
Lo que queremos decir es que entregarles las riendas del país a los alien es un huachito que nos podríamos jugar, porque, como señalábamos al principio, no estamos solos, sino rodeados de incompetentes y truhanes.