Tres son las funciones básicas de los congresistas: legislar, fiscalizar y representar. Viajar, no tanto. Y, sin embargo, cómo les gusta. Es comprensible, claro; a quién no. Pero cuando la partida hacia tierras lejanas se cruza con las tareas para las cuales el trotamundos en potencia fue elegido, surge un dilema. ¿Qué debe hacer el parlamentario? ¿Aferrarse a su curul y honrar el compromiso con sus votantes o ceder a su vocación de turista? Tal es el trance por el que ha atravesado en estos días el legislador de Avanza País Diego Bazán y, después de mucho o poco cavilar, ha resuelto hacer maletas.
El representante por La Libertad, en efecto, ha decidido aceptar una invitación –generosa, desinteresada– de la Federación de Jóvenes Políticos de China para visitar ese dilatado rincón del Extremo Oriente, aunque eso lo haya puesto ante la necesidad de renunciar a la comisión que investiga la presunta injerencia de ciertas empresas chinas en las licitaciones del Ministerio de Transportes y Comunicaciones (MTC). Lo hizo, según dijo, para ser “transparente”. Y, en honor a la verdad, lo ha conseguido, pero no precisamente por las razones que él piensa.
–Galleta de la suerte–
En China, como se sabe, existe una dictadura. El sistema que rige allí la vida política y económica es lo que algunos teóricos han denominado un “estalinismo de mercado”, pero estalinismo al fin. La Federación de Jóvenes Políticos que ha convidado al congresista Bazán es una organización ligada al Partido Comunista y al gobierno, tanto como las empresas a las que se acusa de haber introducido sus ‘chopsticks’ en las licitaciones del MTC que él estaba investigando. En consecuencia, sugerir que la relación entre una cosa y la otra es solo una posibilidad, y encima pretender quedar como un héroe del pudor al renunciar a la referida comisión alegando un prurito de asepsia, es una majadería.
Lo adecuado, por supuesto, habría sido declinar la invitación y permanecer en la comisión investigadora, pero el pequeño Marco Polo que habita en el alma del legislador que nos ocupa no se iba a perder la ocasión de poner pie en Catay, así que optó por morder la apetitosa carnada que le habían lanzado. ¿Cuál es la ganancia de los investigados al lograr que uno de los investigadores tire la esponja a la mitad del camino y fuerce su remplazo por otro parlamentario que hasta el momento nada sabe sobre el asunto bajo la lupa? La respuesta es bastante obvia, pero al parecer en Avanza País todavía no se enteran, porque hasta ahora ni la bancada ni el partido han condenado la alegre disposición exploradora de Bazán.
Lo que ocurre, por un lado, es que el tiempo y los recursos invertidos en el congresista que deja la comisión se pierden; y, por otro, que el episodio constituye un retorcido estímulo para otros integrantes del mencionado grupo de trabajo que eventualmente quisieran también hacerse merecedores de una galleta de la suerte: es cuestión de abandonar la tarea que venían cumpliendo hasta el momento y aprender a decir ‘gracias’ en mandarín. La reverencia es opcional.
Cabe destacar también la brusca conciencia de pequeñez que el parlamentario ha sacado a relucir cuando se le ha enrostrado la responsabilidad que está dejando colgada. “No soy pieza fundamental en esa comisión”, ha dicho. Para luego resaltar que el titular de la investigación es su presidente, quien dispone de una comisión técnica “que hace todo el trabajo”... No es que queramos discutir los alcances de la percepción profunda que Bazán pudiera tener de sí mismo, pero si, a excepción del presidente de una comisión investigadora, todos sus miembros son piezas prescindibles y, en el fondo, todo el trabajo lo hacen los asesores ‘técnicos’ contratados para el efecto, ¿qué demonios ha estado haciendo él hasta ahora en ese grupo de pesquisa? Peor aún: ¿qué demonios hacen los parlamentarios que conforman –pero no presiden– todas las otras comisiones investigadoras que existen en el Legislativo? ¿Son solo un costoso adorno que, por añadidura, nadie aprecia demasiado? ¿Cómo conciliar, además, el sentido último de esta afirmación con aquella otra en la que Bazán se postula como “uno de los congresistas que más fiscaliza” y que “más control político hace”? ¿Se puede ser un gran fiscalizador y al mismo tiempo una ficha deleznable en los equipos congresales que llevan adelante semejante empeño? Como decíamos, el parlamentario que nos ocupa es sin duda transparente.
–Conflicto de interés–
Mención aparte merece la especie expresada por él sobre la inexistencia de un conflicto de interés en este asunto. Nosotros creemos que, si se busca con atención, se lo puede hallar. Porque es muy probable que, de ser consultados, sus electores se declarasen más interesados en la continuación de la labor de fiscalización iniciada que en el viaje de su representante a la China. Bazán, en cambio, al poner las dos cosas en su particular balanza ha obtenido un resultado distinto, por la sencilla razón de que sus intereses son otros. Sabe que seguramente enojará a sus votantes con esa decisión, pero, como no hay reelección, parece dispuesto a pagar el precio de un abucheo sin consecuencias inmediatas. Pekín bien vale una pifia, debe estar recitándose para sus adentros. Y después ya se verá.