Josué Gutiérrez es mucho más que el nuevo defensor del Pueblo: es, sobre todo, la demostración de lo que este Congreso es capaz de hacer cuando se lo propone. Hace poco más de una semana, en efecto, 88 parlamentarios de las más diversas bancadas ungieron con su voto al personaje que nos ocupa como la autoridad encargada de garantizar los derechos de los ciudadanos ante los eventuales abusos de los poderes políticos del Estado y, con ello, sorprendieron, en más de un sentido, a la opinión pública.
La designación, en realidad, fue objeto de una gran controversia. Más de un reputado jurista y varios de los predecesores de Gutiérrez en el cargo cuestionaron sus calidades éticas y profesionales para asumir la responsabilidad señalada, mientras la tesis de que su elección había sido posible por una suerte de arreglo bajo la mesa entre grupos antagónicos iba cobrando fuerza. La intención de tales sectores políticos, decía esa teoría, sería beneficiarse del rol que el nuevo defensor del Pueblo tendrá en la elección de los futuros integrantes de la Junta Nacional de Justicia (JNJ). Y la verdad es que la especulación no puede descartarse por descabellada.
–Cloaca y honor–
Llegados a este punto, quizás valga la pena hacer un breve recuento de las principales objeciones que se han hecho al nombramiento de Gutiérrez. Están, por un lado, sus modestos cartones académicos (es bachiller en Derecho) y su nula experiencia en materias relacionadas con los derechos humanos. Y, por el otro, su identificación acérrima con determinadas opciones políticas. Todos lo recordamos practicando el culto a una gigantografía de Nadine, cuando era congresista del humalismo, y prorrumpiendo en exaltaciones gozosas de Pedro Castillo tras su llegada al poder. Manifestaciones devotas a las que todo ciudadano tiene derecho, desde luego, pero que no se avienen de la mejor manera con el talante imparcial que se espera de quien ejerce la alta tarea que se le ha encomendado.
A esas características generales hay que añadirles algunas declaraciones memorables, pronunciadas, al parecer, para complacer a personas de las que, por distintos motivos y en distintos momentos, dependía su suerte. Interrogado, por ejemplo, por el legislador Alejandro Muñante en la comisión que evaluaba su idoneidad para la función a la que aspiraba, tuvo un arrebato ultramontano. A la pregunta de qué opinaba sobre el hecho de que la Defensoría –entonces a cargo de la señora Eliana Revollar– se hubiese preocupado por el Día de la Visibilidad Lésbica y no por el Día del Niño por Nacer, sentenció: “Son deformidades que hay que corregir”. Y por si la condena no le hubiese quedado clara a su ultramontano evaluador, agregó: “Son libertinajes [que] no contribuyen a hacer institucionalidad”.
Con ese mismo espíritu de barrista con la cara pintada, secundó en el 2014 el florido apunte del entonces presidente Humala sobre el partido fujimorista y sus orígenes de “cloaca”. Una caracterización difícil de conciliar con su reciente afirmación de que recibir el apoyo de Fuerza Popular para llegar a la posición ansiada “sería un honor”… Pero, quién sabe, tal vez con buena voluntad se consiga.
Hay que decir, no obstante, que no todo en la hoja de vida de Gutiérrez cuenta como puntos en contra para ostentar el cargo que hoy ostenta. Se trata, por ejemplo, de un hombre de mundo (conoció Rusia con Alexis Humala en el 2011) y con experiencia en la tarea de ejercer defensas (fue abogado de Vladimir Cerrón en la investigación que se le sigue por lavado de activos). Pero, en general, la cosa no luce bien, y por eso no es de extrañar que, por el momento, el nuevo defensor del Pueblo esté ocupado defendiéndose a sí mismo.
Son elocuentes, en ese sentido, los comentarios que, tras la andanada de críticas recibidas, algunos de los congresistas que votaron por él han deslizado en los últimos días. “Así como lo hemos puesto, lo podemos revocar”, ha dicho la parlamentaria de Acción Popular Maricarmen Alva, mientras que Hernando Guerra García, uno de los más encendidos defensores del respaldo fujimorista a la postulación de Gutiérrez, ha proclamado: “A la primera que detectemos que se está politizando la Defensoría, vamos a ir a la acusación constitucional”. Menuda forma de infundir confianza en la comunidad hacia la gestión que acaba de comenzar bajo sus auspicios.
–La defensa es colosal–
En honor a la verdad, la sensación que deja la llegada de este azaroso personaje a tan delicada posición es de angustia. Por promesas públicas de defender con denuedo nuestros derechos frente a quien haga falta, Gutiérrez no se ha quedado. Pero a los memoriosos, sus aspavientos han de recordarles la vieja fórmula que el doctor Smith recitaba en todos los episodios de “Perdidos en el espacio” antes de poner pies en polvorosa. “No temáis, Smith está aquí”, alardeaba el doctorcito, y luego se escondía detrás del robot para quitarle el cuerpo a la amenaza de ocasión.
El desempeño de Gutiérrez, sospechamos, no hará otra cosa que reafirmarnos en la convicción de que el único defensor del pueblo que los peruanos realmente hemos tenido es Héctor Chumpitaz.