¿De dónde obtienen sus ideas los candidatos? Pues, en la mayoría de los casos, parece que de alguna fuente bibliográfica. Verónika Mendoza, por ejemplo, daría la impresión de haber conseguido las suyas leyendo las Obras Escogidas de Enver Hohxa. En el caso de Rafael López Aliaga, en cambio, se diría que el libro consultado fue el “Malleus maleficarum” de los monjes dominicos Enrique Kramer y Jacob Sprenger. Y en lo que concierne a Hernando de Soto, los volúmenes que revisó para redondear su plan de gobierno tienen que haber sido numerosos y selectos, pero probablemente él no los recuerda.
Existen también, sin embargo, aspirantes a la presidencia que encuentran su fuente de inspiración en otro lado. El más notorio de ellos, el tambaleante puntero de las encuestas George Forsyth, quien no ha tratado de ocultar que los más afiebrados de los proyectos que tiene en mente para poner en marcha si llega a Palacio se originan en las matinés que compartió con sus amigos de muchacho.
Como se recuerda, al principio de esta campaña y frente a un puñado de entusiastas, el postulante por Victoria Nacional proclamó: “En cada juicio de corrupción, tiene que haber un jurado de ciudadanos, así como vemos en las películas”. Y si sus adláteres no lo hubieran sacado del lugar a paso de polca, de seguro nos habría dado detalles también de lo útil que resultaría contar con un superhéroe tipo Hombre Araña en cada ciudad importante del país para que luche contra el crimen. Como en las películas.
–Reformas bravazas–
Con espíritu aguafiestas, abogados penalistas de toda procedencia se apresuraron a hacer notar que la idea enfrentaba ciertos inconvenientes de orden legal y hasta constitucional para ser adaptada a nuestro sistema de justicia (“despropósito”, “descabellada” y tiene que ser tomada “con muchas pinzas” fueron algunos de los comentarios que recogió de parte de los especialistas en este Diario): una circunstancia que quizás explique por qué el ex alcalde de La Victoria no ha vuelto a mencionar la iniciativa o a utilizar el recurso descriptivo del que se valió para promocionarla… Pero una cosa es que se abstenga de traer a colación sus escenas favoritas de “Transformers” o “Jurassic Park” para ilustrar las reformas en 3D que le parecerían ‘bravazas’ para el Perú, y otra, que haya renunciado a la tentación de ver su aventura política como una producción de esas que lo dejaban sin aliento cuando era adolescente.
Es por eso que en esta pequeña columna nos parece detectar una punta de ironía en lo previsible de la forma en que su candidatura ha ido perdiendo vuelo en las últimas semanas y en el desenlace que no es difícil anticipar para ella. Es verdad que Forsyth se ha topado en pocos días con exclusiones de la carrera electoral y destapes sobre su gestión en la Municipalidad de La Victoria que lo ponen en un trance que no podía preverse. Pero igualmente cierto es que, salvo algunos sahumadores que soñaban con pellizcar las migajas de su poder, nadie se creía que la ventaja que ostentaba en los sondeos cuando las elecciones eran todavía un evento remoto pudiera sostenerse. No solo porque esa ha sido, casi sin excepciones, la historia de los punteros en los procesos electorales de este siglo en el país (de hecho, el candidato de Victoria Nacional podría asistir con provecho a un grupo de terapia conformado por Lourdes Flores, Luis Castañeda Lossio y Keiko Fujimori), sino, sobre todo, por lo escaso de los atributos necesarios para el rol de gobernante que lo adornaban o lo adornan.
Si se piensa en los inquilinos de Palacio de los últimos 20 años, podría dar la impresión de que estamos pidiéndole a un novel postulante virtudes de las que ninguno de ellos podría envanecerse. Pero, vamos, el nivel de dificultades que exhibe este candidato para expresarse, para asociarse a un empeño particular o para convencernos de que realmente manda en sus predios es algo inédito.
Mes a mes, entonces, los testigos de su inverosímil liderazgo se fueron asomando a cada nueva encuesta con la sospecha de que por fin encontrarían las primeras señas de su declive. Y en honor a la verdad, algunas fueron apareciendo. Pero hasta hace muy poco nadie amenazaba su posición de privilegio.
Ahora, no obstante, esa situación parece haber cambiado. Insurrectos segundos y terceros se han puesto a una distancia suya que puede ser fácilmente confundida con el margen de error y se disponen a superarlo mientras usted lee estas líneas. Forsyth, pues, ha empezado a desbarrancarse (desde un promontorio que nunca fue muy elevado, hay que decirlo) en cámara lenta. Y los paralelos que esa circunstancia sugiere con los dramas del celuloide son evidentes.
–Cinema para misios–
Aclaremos que no todo filme tiene un fin previsible. De hecho, algunas personas, cuando les preguntan cómo va su vida, tienden a responder: “como película francesa... ya va por la mitad y hasta ahora no entiendo nada”. Pero ese ciertamente no es el caso de las producciones taquilleras que uno imagina cautivando al joven Forsyth.
En esas historias de espadachines, gángsters o vaqueros, el destino del protagonista es fácilmente adivinable desde el principio. No para el propio personaje, por supuesto, que está demasiado enredado en su peripecia como para darse cuenta del rumbo inexorable que el argumento ha ido tomando. Pero sí para los espectadores avisados, que por eso mismo se salen a veces del cine antes que el resto. Esto es, sin esperar a que allí también las cosas terminen, simplemente, como en las películas.
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