El presidente Castillo no es un hombre elocuente, pero sus Gabinetes hablan por él. Expresan su manera de ver la tarea de gobierno y la impresión que tiene de la correlación de fuerzas que existe en determinado momento entre quienes lo apoyan y quienes se le oponen. Seis meses atrás, al poner a Guido Bellido de presidente del Consejo de Ministros, a Héctor Béjar de canciller y a Iber Maraví de ministro de Trabajo manifestó, por ejemplo, su desdén hacia cualquier gestión que pudiera significar algo distinto que la distribución del botín de la victoria electoral y dio señas de no percibir los límites reales del poder que había adquirido. Como se recuerda, pronto se topó con un muro que, aunque con la morosidad que lo caracteriza, lo obligó a retroceder.
Vino entonces el Gabinete encabezado por Mirtha Vásquez: un claro síntoma de que se había persuadido de que bastaría con colocar a una persona más comedida en el premierato para poder seguir haciendo de las suyas. Digamos, tener a Luis Barranzuela en el ministerio del Interior o a Walter Ayala en la cartera de Defensa. La ingrata realidad, desde luego, se encargó de hacerle saber nuevamente que estaba equivocado. Pero él trató de salvar la situación con un tinglado de parches y silencios, que al final, igual se vino abajo.
–El regreso del “Doctor Anemia”–
Cayó, pues, el Gabinete Vásquez, con ministros que salían por la ventana dando de alaridos como si hubieran pasado una noche en la Casa Matusita y sin aclarar por qué no emitieron esas mismas voces de alarma sobre corrupción e ineptitud en el Ejecutivo cuando todavía formaban parte de él.
Sea como fuere, a continuación, vimos pasar, veloz como una bala, al Gabinete Valer frente a nuestros ojos. Una bravuconada elucubrada, según parece, con la intención de intimidar a un Congreso que ya les había cortado las alas a los sueños presidenciales de usar la cuestión de confianza y el referéndum como instrumentos para someterlo. Como es de conocimiento público, la torpe maquinación les explotó a los luminosos estrategas de Palacio en la cara y el profesor tuvo que borrar la pizarra con el sombrero.
Llegamos así a la alineación ministerial que el jefe de Estado nos ha regalado esta semana. Antes de que conociéramos los nombres y hazañas de quienes la habrían de componer, algunos observadores optimistas sostuvieron que era la última oportunidad del mandatario para enfrentar la responsabilidad que le tocaba con seriedad. Divulgada la lista de los integrantes del flamante elenco de enfajinados, no obstante, hasta los que trataban de aferrarse a esas pastillas para levantar la moral que algún epígono de Belmont había distribuido comprendieron que el presidente no había escarmentado.
Encabezado por un jurisconsulto que parece haber sido mordido por un ‘zombie’ avinagrado, el actual Gabinete, en efecto, no solo repitió la mayoría de los despropósitos que hicieron repudiable al anterior, sino que agregó algunos nuevos. Particularmente, en el sector Salud: poner a un médico brujo al frente de ese portafolio jamás habría sido un acierto, pero hacerlo en medio de una pandemia que ya cobró más de 200 mil víctimas en el país tiene ribetes de experimento macabro.
A esos pequeños problemas de ‘casting’, además, se han sumado otros que revelan que el profesor Castillo ha sucumbido a las presiones de su dinámico sociopolítico, el “Doctor Anemia”. La repartición de premios entre militantes de Perú Libre le ha hecho efectivamente esta vez la competencia a la Chota Nostra y, de acuerdo con una interpretación muy extendida, sería una jugada que buscaría asegurar la cantidad suficiente de votos en el Congreso para bloquear cualquier iniciativa de vacancia. Una tesis, en alguna medida, atendible.
Junto a ella, sin embargo, se ha venido postulando en estos días otra, que ya no se nos antoja tan ajustada a la realidad. A saber, la de que este es un Gabinete de guerra con el que el jefe de Estado quiere lanzar una ofensiva contra el Congreso y los medios que le andan enrostrando sus miserias.
Pero en esta pequeña columna, insistimos, tenemos una impresión diferente. Coincidimos en el juicio de que el recién estrenado equipo ministerial supone una exhibición de armas de distinto calibre, pero disentimos en cuanto a la utilidad de las mismas. Uno, después de todo, no siempre se arma para ir al ataque.
–Ejércitos y medallas–
A pesar de sus limitaciones, Castillo ha comprendido que el oxígeno político del que dispone comienza a escasear. Sabe que el cuento de que él es un hombre del campo al que los poderosos de siempre no quieren dejar gobernar ya solo convence a unos pocos y, más bien, irrita a muchos. De ahí que se haya deshecho del sombrero.
Con eso en mente, opinamos que lo que el mandatario ha hecho en realidad con este Gabinete es acuartelarse en un búnker. Un búnker en el que, a la manera de lo que ocurría en otro que recuerda la historia, moverá sobre el tablero ejércitos que ya no existen y repartirá medallas para tratar de mantener en alto la moral de quienes lo defienden... Pero todo será en vano. Encerrarse en un fortín subterráneo, como se sabe, nunca ha servido para ganar una guerra. A lo más, para demorar una derrota.
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