Rafael López Aliaga convirtió el “fin de los peajes abusivos” en uno de sus principales estandartes de campaña; sin embargo, ya inmerso en la realidad del cargo, encrucijadas legales que desconocía, minimizaba u omitía han puesto en tela de juicio la fiabilidad de un discurso (el suyo) cada vez más descompuesto. La ligereza con la que se pronuncian promesas políticas pareciese no condecirse con el posterior descontento que supone postergarlas, transformarlas o evadirlas. Efusividad y algarabía, por un lado; desazón y fastidio, por el otro. Un contraste que no solo degrada la credibilidad de quien gobierna, sino también y, sobre todo, el bienestar-estabilidad de quienes son gobernados.
Como si se tratara de piezas de dominó, las vociferaciones del alcalde limeño en contra de la concesionaria Rutas de Lima chocaron con un muro de contratos y cláusulas extraordinarias. Al caerse el muro de contratos y cláusulas extraordinarias, hizo añicos la confianza y la economía de los transportistas. Los añicos de la confianza y la economía de los transportistas, a su vez, levantaron una polvareda que, al día de hoy, ahoga también a los comerciantes del Gran Mercado Mayorista de Lima y, por consiguiente, a los miles de familias que lo visitan. El alza de algunos precios resulta inminente. El malestar se ha generalizado. Un paro indefinido de comerciantes del que constituye el principal mercado mayorista de la ciudad y una postura inquebrantable de Rutas de Lima así lo sugieren.
La figura política de Rafael López Aliaga, por lo tanto, se encuentra en el punto de mira. Después de todo, sus facultades han quedado bastante expuestas, no por el hecho de oponerse tajantemente a contratos impregnados de controversia y opacidad a raíz del caso Odebrecht, sino por haberse aferrado, quizá seducido por el ímpetu de la política, a una promesa refundida entre firmas, plazos, contratos, cláusulas, burocracia y libre mercado. Y es que, para un político, el autosabotaje a causa de su propio discurso corresponde a un accionar temerario, ya que puede encender la mecha de una autodestrucción lenta y progresiva. De pronto, un error ya no es simplemente un error. De pronto, los cuestionamientos son más frecuentes. Entonces, el confort no se siente tan cómodo. Entonces, las decisiones son imprecisas.
Lo más preocupante, tanto para Rafael López Aliaga como para la ciudad de Lima, es que, durante su campaña, más de una promesa fue flameada y más de una promesa se ha postergado. En definitiva, el burgomaestre ha demostrado ser, en sí mismo y a causa de su propio discurso, su mayor adversario político.