Me gustaría decir que me llevé una sorpresa cuando vi que el Instituto Reuters para el Estudio del Periodismo mencionó, en su último reporte, que en el 2023 el 67% de los peruanos no confía en los medios de comunicación.
Me pregunté cuánto daño le ha hecho el periodismo a la sociedad. Inevitablemente, la mala praxis, en cualquier área en la que se desempeñe un profesional, tiene penosas repercusiones. Pero noté que en el periodismo duele más. Trabajamos con información que, actualmente, linda entre el derecho y el privilegio. Desinformar o no informar nos convierte en ladrones de algo que solo debemos transportar. Pero, bien ejecutado, nuestro trabajo es indispensable y trascendente, aunque inevitablemente incómodo.
Siempre será incómodo hacer visible lo que no se ve y, más aún, lo que no se quiere ver. Siempre generará complicaciones descubrir una política corrupta. Siempre será desagradable hacer notar que somos un país clasista, racista, machista… Siempre le molestará al poder ser sacudido. Consecuentemente, siempre querrán silenciarnos.
Si tan solo supieran que la incomodidad es la pieza clave de nuestro trabajo, la muestra de que lo estamos haciendo bien. Además, no hay cambio sin incomodidad, ni cuestionamientos, ni revolución. Por lo tanto, la incomodidad que genera el periodismo es necesaria para cambiar el país.
Un país puede cambiar cuando conoce lo que hacen sus políticos debajo de la mesa, y esto es posible si el periodista trabaja con independencia de intereses personales.
En realidad, existen muchas buenas prácticas en el periodismo, pero raramente son reconocidas. De hecho, incluso con la desconfianza que hay hacia nosotros, no podemos pensar en un país sin periodistas. Somos los periodistas los que damos, en teoría, el buen ejemplo del ejercicio de la libertad de expresión. ¿Acaso a la sociedad no le concierne tanto ese término? Lo usa, con desconocimiento, a cada rato.
Con la desacreditación que enfrentamos, nos es más difícil demostrar que podemos lograr un cambio. El periodismo puede –y debe– cambiar al país cuestionando al poder, combatiendo la ignorancia e incentivando el debate. Somos la alarma del ciudadano dormido, y lo cierto es que a pocos les gusta despertarse.