La discriminación implica un trato desigual basado en la raza, origen, género u otras razones. En el contexto peruano, carecemos de herramientas adecuadas para identificarla y abordarla, lo que ha acarreado su normalización. El origen de la discriminación, primordialmente, no se debe a nuestras diferencias biológicas o nuestra diversidad, sino al uso que hacemos de estas para darles un significado negativo. Cuando la sociedad continuamente sigue dándole este aspecto a nuestras diferencias, creamos condiciones que obstaculizan nuestro progreso, tanto en el ámbito social como en el económico.
A pesar de los sólidos logros macroeconómicos del Perú, estos no se reflejan en el bienestar social. Según el Ministerio de Justicia, el 81% de los peruanos coincide en que la discriminación es una realidad constante y que no se toman medidas al respecto. En consecuencia, la discriminación alimenta la persistencia de desigualdades. De esta manera se convierte en un factor que limita el acceso a educación de calidad, recursos básicos, empleo formal, etc. Por lo tanto, estamos construyendo un mundo intolerante a las diferencias en lugar de valorarlas de manera positiva.
Pensemos en lo siguiente: en nuestra sociedad ya prevalecen ideas, valores y actitudes sostenidas socialmente; actitutes que, obviamente, han sido interiorizadas por las personas que trabajan en nuestras instituciones públicas. Estas son las personas que contribuyen a la creación de nuevas leyes y normas juridicas; normas que refuerzan nuestras ideas, pensamientos y estilos de vida. Este es el círculo vicioso de la discriminación. Como consecuencia, todo sigue en la misma dirección y nos encontramos atrapados en algo que parece no tener fin.
Como estudiante de economía, he tenido la oportunidad de explorar la diversidad que abarca esta disciplina. Dentro de este campo, es posible sumergirse en el complejo mundo de los cálculos econométricos o de proyecciones del PBI y la inflación. Me parece importante, sin embargo, observar el gran sentido crítico que nos brinda hacia nuestro entorno social y económico. Es esencial que reflexionemos sobre cómo podemos contribuir desde nuestra posición para generar un cambio positivo en la sociedad. Desde la perspectiva económica, considero que una de nuestras responsabilidades más importantes consiste en influir en la formulación de políticas y leyes que tengan el potencial de interrumpir el ciclo de discriminación y propiciar transformaciones que se enfoquen en la reducción de las disparidades existentes, asegurando un acceso equitativo al empleo digno, la educación, la vivienda, los recursos públicos y la representación política para todos los sectores discriminados en nuestra sociedad.
Finalmente, no olvidemos que las personas son primero personas y después están su identidad, su estrato económico, su religión, etc. De esta forma, los invito a reflexionar, educarse y ser más conscientes sobre cómo nuestras acciones generan situaciones de desigualdad y quitan oportunidades a otros. A veces hacer una autoevaluación o hablar sobre temas que no van con nuestra forma de pensar genera incomodidad. Sin embargo, convivir con esa incomodidad y comprenderla es señal de crecimiento y aprendizaje.