"Somos una manada que no ayuda a preservar a las crías. Que no acompaña a las madres en la tarea que implica sacar adelante a los más débiles".
"Somos una manada que no ayuda a preservar a las crías. Que no acompaña a las madres en la tarea que implica sacar adelante a los más débiles".
Patricia del Río

Es extraña la sensación de dar vida. Obviemos por un momento las consideraciones afectivas que implican traer un hijo al mundo y los invito a reflexionar sobre el hecho biológico y elemental de gestar una criatura, de experimentar que todo tu cuerpo deja de ser tuyo para ponerse al servicio de alguien que se te aloja, te invade. No entremos en la bizantina discusión de si la espera es dulce o amarga. Solo intentemos evocar esos días en los que el vientre se abultaba para hacerle espacio a una criatura de tres kilos, en los que la sangre circulaba más rápido, en los que de pronto la silueta de un pie diminuto empujaba la piel tensa de una gran panza anunciando que ahí estaba el pequeño pasajero.

No es un milagro. Es la naturaleza haciendo su trabajo. Son nuestras capacidades llevadas al límite para que continuemos como especie en este mundo. Es nuestro organismo contándonos que la perfección existe. Que ese nuevo ser humano, que pujará y empujará por salir de nuestro cuerpo, se inaugurará en este mundo con un respiro profundo, y con un alarido heroico, de posicionamiento, de anuncio, de “acá estoy”.

Y es ese “acá estoy” al que le estamos dando la espalda. Es esa ráfaga de energía la que despreciamos en cada acto criminal contra la vida de un . A se la llevó un desadaptado de 15 años y la violó y la mató. A dos hermanitas de 2 y 4 años las asesinó su padre para vengarse de su pareja. El mismo día murió una bebe de un año y medio porque su madre, que sufría de depresión, la ahorcó. No soportaba su llanto. A Brunella de 1 año y 5 meses la encontraron ahogada en una acequia. Llevaba 21 días desaparecida.

Los casos comparten una constatación espeluznante: somos una manada que no ayuda a preservar a las crías. Que no acompaña a las madres en la tarea que implica sacar adelante a los más débiles. Que ataca en lugar de proteger. La mamá de Camilita llevará el luto su vida entera por haberse ido a una fiesta, mientras un grupo de hienas intenta devorársela también a ella. La de Brunella sufrirá por haberla perdido de vista unos minutos, la de las hermanitas Auris por haberse casado con un hombre violento, la de la bebe cajamarquina por no haber podido soportar un poco más… Y las madres, padres, abuelos y hermanos de los 464 niños que fueron violados y en lo que va del año también se torturarán: por qué lo dejé con su tío, por qué confié en el profesor, por qué no le pregunté cómo se sentía…

Pero afrontémoslo: por más que tratemos de estar atentos las 24 horas, los niños no estarán a salvo. Porque la vida, esa que se abrió paso entre líquidos y placentas y alaridos, parece no valer nada para una sociedad enferma. Para un Estado indolente incapaz de invertir en cunas seguras, en casas de acogida, en sistemas eficaces de protección al menor, en sus niñas, en sus niños.

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