Veo a Estados Unidos bajo la iluminación de una película que me marcó de niño. Cierro esto sin saber la suerte de Trump, pero recuerdo la historia más que nunca. Martin Ritt, gran cineasta liberal, copió la idea y el título, “The Great White Hope” (“La gran esperanza blanca”, 1970), de la pieza teatral homónima de 1967. El propio autor, Howard Sackler, escribió el guion.
Sackler contó la historia de Jack Johnson, primer afroamericano campeón mundial de pesos pesados. El racismo llegó a tal punto que el Congreso, en 1912, legisló para restringir la difusión de imágenes de negros golpeando a blancos en el ring. ‘The great white hope’ es una expresión que se usó para aludir a los boxeadores blancos que disputaban el título a Johnson.
Cuentan que cuando Muhammad Ali vio la película, dijo, “¡Esa es mi historia!”, delatando que las cosas no cambiaron mucho en medio siglo. Pero en las siguientes décadas, sí cambiaron bastante, y un hombre negro como Obama fue elegido presidente en el 2008.
Acúsenme de simplista por llamar a Trump ‘great white hope’ republicana; pero en los últimos días han abundado ensayos sobre su núcleo duro de votantes blancos, ya sea empobrecidos o que, sin estarlo, se sienten amenazados por las migraciones y los derechos de las minorías.
Extrapolando ideas y equiparando dilemas, la misma masa conservadora de raigambre nacionalista, xenófoba y patriarcal que aplaude a Trump, votó por el ‘brexit’ en Gran Bretaña, rechazando la apertura al mundo que la Unión Europea exige a sus socios.
En ocasiones polarizadas como la que vive EE.UU, y vivió Gran Bretaña, se alinean las fobias a todo lo que amenaza a los fundamentos del sistema. Quizá Hillary Clinton esté, socialmente, igual de cerca que Trump de las élites empresariales blancas, pero postula como sucesora de Obama y su agenda liberal. Eso y su ideología de género son suficiente amenaza como para crispar al conservadurismo.
La gran esperanza blanca es una resistencia al cambio que ya se da o que está en el menú adaptativo de los liberales. Entonces, la mirada puritana del adulto sin futuro acaba decidiendo contra el futuro de sus hijos, el macho nacionalista que ha perdido la exclusividad de su territorio y podría vivir en armonía con la diversidad que ya lo rodea la rechaza desesperadamente con discursos violentos. Y, claro, la actitud conservadora también puede seducir al otro, al discriminado, y ganar votos entre sus filas.
Quizá en el extremo liberal del voto hay otras ilusiones y esperanzas igual de inciertas; pero, al menos, yo las creo justas.