La obra se presentó dentro del festival Sala de Parto, que terminó ayer, pero solo tuvo dos funciones. Quizá por eso pasó algo desapercibida. Se llama “Jérôme Bel” y es una creación del propio Jérôme Bel (Montpellier, 1964), bailarín y coreógrafo francés reconocido por una serie de trabajos de naturaleza experimental, rupturista, iconoclasta, o como uno prefiera llamarlos. En realidad, ningún adjetivo parece hacerles suficiente justicia.
Consiste en un largo monólogo, en este caso presentado por la bailarina Naaminn Timoyco, fulgurante estrella local desde los años 80. La puesta en escena es austera: un escritorio iluminado por una lámpara y el relato de la vida y obra de Bel a través de sus creaciones, que se nos van presentando mediante breves videos proyectados sobre un écran. El texto es de una simpleza y claridad fantásticas –”como para que lo entienda un adolescente”, en palabras del autor–, pero su sencillez es también engañosa: el acto de exhibir las vísceras de su proceso creativo tiene que haber requerido una introspección tan exigente como reveladora. Mostrarlo y confesarlo todo.
Así vemos fragmentos de sus primeras piezas: cuerpos desnudos que renuncian a la danza (o a lo que tradicionalmente entendemos por ella), y que apenas si recurren a movimientos catatónicos (“Jérôme Bel”, de 1995); coreografías basadas en famosas canciones pop, pero devenidas críticas a la sociedad del consumo (“The Show Must Go On”); un unipersonal de ballet despojado de su fastuosidad, que nos confronta con el sistema cruel y jerárquico de los zapatos de punta (“Véronique Doisneau”); o espectáculos de danza que apuestan por la libertad del amateurismo o de ejecutantes neurodivergentes (“Gala”, “Disabled Theater”).
Podrá decirse que son obras provocadoras (en una de ellas hay un tipo que orina sobre el escenario, causando que algunas personas se vayan de la sala), pero sería muy estrecho reducirlas a ello. Lo verdaderamente fascinante de Jérôme Bel son sus tensiones y contradicciones, y la manera en que las expone: el discurso social y político que termina siendo íntimo y autorreferencial; la búsqueda de originalidad que luego se asume como inevitable robo y apropiación; o el repudio al efectismo y al espectáculo, que deriva en un espectáculo en sí.
Hace unos años, agobiado por el acelerado calentamiento global, Jérôme Bel decidió que ni él ni su compañía de danza volverían a viajar en avión. Es su manera de resistir el afán contaminante de nuestra especie. Allí otra tensión: ¿llevar su mensaje ambiental por el mundo o apostar por la inmovilidad? Mientras lidia con el dilema, ha optado por dejar que otras personas pongan en escena sus obras en los más diversos países. Y algunas también se pueden encontrar en YouTube. Vale la pena buscarlas, no tienen pierde.