Lo verdaderamente alarmante de lo dicho esta semana por Abugattás no es que –tácitamente– haya comparado a sus distinguidos ex compañeros de bancada Pari, Delgado, Comeoro y/o Coari con vulgares roedores miomorfos sino que, sin decirlo, le ha lanzado al país una grave advertencia: si las ratas están saltando es porque el barco se hunde. ¿Qué diablos importa quienes son las ratas? Si el barco, qué duda cabe, es el país. Pronto. Todos a los botes salvavidas. Las amigas de Nadine y sus hijos, primero. Hizo muy bien Daniel en no disculparse, total, nos estaba salvando la vida. Total, a nuestros políticos les perdonamos todo. Que den por muerto al que está vivo o que te encuentren hijos donde no hay. Nada le pasó a Vitocho cuando anunció, desde su escaño, que el buen Chaparrón Paniagua había muerto cuando aún estaba vivo. Tampoco a Yehude Simon que, hambriento de portada pero haciendo gala de un impecable uso del condicional nos advirtió que “en las primeras horas o días podría producirse una bomba política.” (Y encima lo dijo pronunciando una de las palabras prohibidas de su vocabulario: bomba). Según él, el Presidente de la República estaba al borde del divorcio a causa de un oculto bebito extramatrimonial aunque después resultó que no, que no había bebito, ni divorcio, ni nada, que todo había sido una tremenda patinada que lo convirtió en un paria primero y en peruposibilista después.
Cuando era ministro del Interior, el general Octavio Salazar aterrorizó al país anunciando la pavorosa invasión de los pishtacos: asesinos sedientos de sebo que habían matado a sesenta –sí, sesenta– personas para utilizarlas como insumo para fabricar jabones y productos cosméticos diversos. En macabra conferencia de prensa en la que exhibió numerosas botellas plastilitro rebosantes de improbable grasa humana, Félix Murga, su diligente jefe de la Dinincri de entonces, explicó el funcionamiento de la compleja maquinaria que era utilizada por los industriosos criminales para colocar a la víctima de cabeza antes de sacrificarla con limpieza a fin de garantizar el óptimo aprovechamiento de la materia prima. Al final, resultó que los sesenta muertos no aparecieron por ningún lado ni los pishtacos tampoco pero el pueblo, en su infinita sabiduría, castigó a Salazar convirtiéndolo en congresista como Josué Gutiérrez, el adulón de las gigantografías o, sin ir más lejos, como Johnny Cárdenas de Gana Perú que, esta semana, quiso rendirle un conmovedor homenaje a los payasos del Perú regalándoles un desopilante espectáculo protagonizado por los más ocurrentes parlamentarios. O viceversa. Créanme. Nada le va a pasar al candelejón de Juanjo Díaz Dios por haber denunciado los correos electrónicos imaginarios que un ficticio René Cornejo intercambiaba con una Anita Jara de fantasía. A cualquiera le pasa. Él dice que alguien le alcanzó una fotocopia, que ni siquiera alcanzó a leerla del todo, que él no tenía manera de saber que se trataba de la torreja sección humorística de una revista pero que lo poco que leyó le pareció gravísimo y tan urgente que dejó de lado los avances de la investigación de la Comisión López Meneses que él preside y prefirió hacerle pasar un rato agradable a este pobre país que sufre tanto.