Soy testigo de la brillantez de mis amigos, pero también he visto cómo han caído en las garras de Guty y Milett. Por si usted vive aislado de los medios, me refiero a esa pareja de la farándula que alcanzó gran audiencia cuando se presentó con Magaly Medina hace unas semanas.
Qué caray. Confieso que yo también le eché vistazos al televisor aquella noche en esa sala a la que fuimos invitados, y en los días posteriores descubrí que la razón de tanta novelería podría rastrearse estudiando a los chimpancés.
El ser humano es una más de las especies que buscaron asegurarse por todos los medios la supervivencia en este mundo. Una de las herramientas que usó y que sigue utilizando para tal fin es su inteligencia social. Para sobrevivir en una tribu, y para asegurarse el apareamiento que conlleva la transmisión genética, nuestros ancestros –y claro, nosotros mismos– aprendimos los códigos sutiles que alcanzan su máximo refinamiento en las cortes. Uno de ellos es el chisme. Con la intriga y el chisme podemos orquestar alianzas y disputas que eventualmente pueden darnos una mejor posición con respecto al poder.
Esteban Magnani, en su artículo “Arqueología de los comportamientos sociales”, refiere estudios hechos con chimpancés, esos primos tan cercanos –recordemos que su ADN es 99% similar al nuestro–, que indican cómo esta especie le dedica buena parte del tiempo a sus vínculos, con el fin de alcanzar un mejor lugar en el podio social. Magnani cita al estudioso de primates Frans de Waal para concluir que los chimpancés pueden llegar a sutilezas maquiavélicas cuando se trata de adueñarse de la jefatura del clan. De Waal relata el caso de una comunidad donde Luit, un aspirante a líder, trataba de ganarse el favor de las hembras a la hora del despiojamiento, mientras el macho dominante estaba ausente. Luit también alentaba a otro macho aspirante a que compitiera abiertamente con el macho dominante, esperando el desgaste de ambos. Y, cuando las hembras copulaban con un aspirante, se callaban los gritos fervorosos que sí solían emitir cuando lo hacían con el jerarca oficial. ¿No parece esto la trama de una novela humana? ¿La Magaly de los primates no habría invitado a Luit a su programa de televisión?
Quizá este sistema de paparazzi, programas chismosos y prensa sentimental sea el residuo visible de una estrategia de supervivencia que empezó en nuestras mentes hace millones de años. Y es posible que los actuales buscadores de escándalo retraten traiciones paradigmáticas y las expongan a todo el mundo a cambio de dinero, sin saber conscientemente que explotan el reflejo evolutivo de interesarse por los demás y de adquirir una guía del propio comportamiento en nuestro propio clan. La psicóloga belga Charlotte de Backer tiene la hipótesis de que los adolescentes se interesan por el comportamiento de, digamos, Justin Bieber, de la misma forma en que nuestros ancestros se interesaban en la conducta de los líderes de sus tribus.
Y aunque todo lo aquí reseñado pueda ser verdad científica y quizá explique por qué mis amigos brillantes se interesaron en Milett y Guty, también es necesario enfatizar que los chimpancés no le dedican las 24 horas del día al quehacer del chisme. Los humanos tampoco, aunque los zares de la prensa de espectáculos nos hagan sentir lo contrario. Si no, usted estaría leyendo una revista del corazón en estos momentos.