Diccionario de la RAE: “Lagarto: reptil terrestre del orden de los saurios, de 50 a 80 centímetros de largo […]. Persona pícara, taimada”. He ahí las dos acepciones del sobrenombre atribuido al expresidente Martín Vizcarra. Se puede suponer que la segunda de ellas tiene una relación más directa con su conducta personal y su trayectoria política. No sé qué tanto la primera.
Vizcarra es uno de esos personajes, de los tantos en nuestra historia y fauna política, a los que uno quisiera desterrar rápidamente al olvido. Haber liderado la gestión en plena pandemia del COVID-19 con resultados dantescos por la cantidad de muertes, parálisis económica y la desesperanza creada lo ubica en el ‘top ten’ de nuestros indeseables.
El haber cerrado el Congreso inconstitucionalmente (con la comparsa ingenua de muchos) y ponerse a la cabeza de la fila de los que se vacunaron primero en un país sin vacunas son la cereza de la torta.
Lamentablemente, lo anterior no fue el final de la película. Los casos de corrupción que vienen destapándose en el sector Transportes y Comunicaciones y que trazan una ruta hacia él, sumados a las denuncias de la época en la que fue gobernador regional de Moquegua y los escándalos durante su gestión en Palacio de Gobierno, hacen que el exmandatario de chapa reptiliana aparezca constantemente en medios que le dan tribuna, por no hablar de sus huachaferías en TikTok, que, como patada al hígado, a veces terminan en cadenas de WhatsApp.
Vizcarra es una pesadilla recurrente que uno quisiera evitar. Una suerte de omnipresencia malévola que ocurre porque la lucha anticorrupción no puede parar.
Ahora resulta que el fiscal José Luis Quispe, quien lideraba la investigación contra el expresidente y la presunta organización criminal de Los Intocables de la Corrupción, ha sido removido del puesto y reemplazado por el fiscal Pedro Nicho, muy cercano a Sandra Castro, quien visitó a Vizcarra cuando se investigaba el caso de Los Cuellos Blancos del Puerto.
Todo esto, a pocos días de que se probara que uno de los esbirros del moqueguano, César Figueredo, estuvo tras el complot para gatillar la salida del expresidente del Consejo de Ministros Alberto Otárola, gracias a su estrecha vinculación con la hoy famosa Yaziré Pinedo.
¿Cómo se puede denominar esta obra? ¿”La resaca del lagarto”? ¿”El que no se quería ir”? Quizá solo un fallo condenatorio traiga consigo el final de la pesadilla.