Desesperados ante la crudeza de las enfermedades, los médicos en la historia recurrieron a métodos que muchas veces empeoraban al enfermo. Algo así podría suceder con la nueva ley universitaria que, por el clamor público y la desesperación de los legisladores ante la mala situación del sector, plantea algunas medidas claramente inapropiadas.
Durante muchos siglos se sospechó que la causa de las fiebres altas eran los “malos humores” y para curarlas se sangraba al enfermo, buscando eliminar así los elementos nocivos. El paciente con frecuencia moría por la debilidad que le sobrevenía. Cuando vemos, por ejemplo, que la ley obliga al retiro de los supuestamente obsoletos profesores mayores de 70 años, no podemos dejar de pensar en ese antiguo método médico.
Además, las sangrías se utilizaban para casi todos los pacientes y todas las enfermedades. ¿Depresión? Sangría por supuesto. ¿Fiebres altas? Una sangría ayudaría. ¿Taquicardia y males del corazón? Evidentemente sangría. Y así para el reumatismo, la gota y el cólera, en niños, adultos, mayores, mujeres y hombres. ¿No aplica la ley el mismo remedio a todas las universidades pensando que todas ellas tienen las mismas deficiencias y problemas?
En otra época se trató de curar el enanismo estirando a los pacientes con poleas, creyendo que se les podía hacer crecer por la fuerza. ¿Exigencia de dos tesis a los estudiantes que hoy no pueden hacer siquiera una buena? Y hasta hace poco se usaba el electroshock para “calmar las neuronas” de los pacientes hiperactivos. Por cierto, el método cumplía con calmarlos, pero paralelamente condenaba al paciente a un atontamiento casi permanente. ¿No generará el ‘shock’ de esta ley, aplicable de inmediato, algo similar en el sistema universitario?
¿Se puede justificar la existencia de esos y otros métodos en la historia médica? Quizá sí, pues en ellos se juntaban la desesperación por evitar la muerte del enfermo con el desconocimiento de métodos para lograrlo.
¿Y de la misma manera se puede justificar toda esta ley universitaria? Se puede entender la intervención de los legisladores al ver que el sistema universitario no ha sido capaz de autorregularse y que muchos de sus miembros no solo no hacen lo que se espera de ellos sino que incluso son nocivos para la sociedad. Pero eso no justifica que, por querer mejorar a la educación superior, apliquen métodos que pueden ser más dañinos que la enfermedad.
No podemos dejar de recordar que en la Edad Media, cuando se pensaba que alguna enfermedad era causada por brujería, para curarla se quemaba vivo a algún sospechoso de ejercerla (muchas veces al curandero del pueblo). La prueba de su culpabilidad era que Dios no venía a salvarlo. Eso nos hace pensar en quienes señalan a la inversión privada como la gran culpable de la mala educación superior, y que constatan que toda la ley universitaria es buena, solo porque la opinión pública también está de acuerdo.
En fin, ante la próxima implementación de esta nueva ley universitaria quizá los decisores debieran escuchar a los expertos que sugieren cambiar parte de la receta. Al aceptar que se equivocaron en una prescripción u otra no condenarán a todo el sistema universitario, a los malos y a los buenos, a un estancamiento indeseable. Hoy existen antibióticos que evitan las amputaciones.