Todos lo días nos sentamos a escuchar al presidente de la República. La ansiedad se dispara y la interrogante más agobiante es cuándo podremos salir de casa. Y frente a esa fundamental pregunta, ya estamos acostumbrándonos a que las oraciones del presidente terminen en puntos suspensivos, que no sean determinantes, que le escabullan al punto final. “Son solo diez días más”, “hagamos un último esfuerzo” es lo que ya sabemos que vamos a escuchar. Porque el martillazo no aplana la curva y porque, sin ser dramáticos los números de enfermos y muertos, ya tenemos problemas de atención, diagnóstico y cremación de cuerpos.
El esfuerzo es enorme, pero no le estamos ganando la batalla al monstruo. Solo nos queda escondernos de él. Nos hemos convertido, como tantos otros, en un país cuya población sufre una prisión preventiva. Un país en donde la gente se mantiene confinada para no dañar a otros. Cruel metáfora la que nos regala la realidad.
Circulan, sin embargo, en redes sociales, en las portadas de los diarios y en los noticieros de televisión imágenes de cientos de personas que salen todos los días a comprar. Las localidades preferidas de estas notas son los barrios populares, los distritos más poblados. “¿Por qué no acatan las reglas?”, les increpa un desubicado reportero. “¿Por qué no se organizan y compran para toda la semana?”, se suma un ingenuo presidente Vizcarra.
El mercado tiene el doble de personas, efectivamente, pero la respuesta es más compleja de lo que queremos aceptar. Resulta que muchos, que antes se dedicaban a hacer taxis, lavar ropa o lo que sea, están aprovechando vender cualquier cosa para tener qué comer. Una mujer que vendía zapatos le contestó indignada al periodista que prefería morir de coronavirus antes que morir de hambre. Un hombre que vendía chicha respondió: “Yo no tengo canasta, no tengo bono, no tengo AFP; solo tengo dos hijos que alimentar”.
Solo el distanciamiento social y la cuarentena parecen detener este virus, pero ¿cómo hacemos con gente a la que le dijeron que se apretara el cinturón 15 días y aguantó, a la que le pidieron 13 más y trató de arreglárselas, y a la que ahora le piden 13 días extras cuando ya rompieron todos los chanchos?
Esos peruanos a los que muchos califican de irresponsables salen a la calle porque el hambre los puede matar antes que el coronavirus; porque si se enferman, ya están acostumbrados a que para ellos nunca hay cama en el hospital. Salen a la calle porque no tienen una refrigeradora donde almacenar sus productos una semana, presidente. Salen a la calle porque si no los ha matado su propio país, ya no los mata nadie.
La cuarentena es indispensable. El presidente Vizcarra está haciendo lo correcto. Pero antes de juzgar y condenar a otros, recuerda que no todos los peruanos vivimos en el mismo país.
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