Tengo un grupo de amigos estrafalarios de derecha dura que está fascinado con César Acuña. Como detestan la democracia y las libertades públicas, lo consideran el candidato ideal para acabar con ellas. No es que vaya a poner mano dura ni a sacar los tanques a la calle como el “salvador” que ellos están esperando, no. Ese ya vendrá después, cuando la descomposición de la democracia que –según ellos– Acuña representa le dé la estocada final al sistema, con él a la cabeza del gobierno y del Estado. Estos amigos locos votarán por Acuña no porque sea el mejor (en ideas, en programa, en visión de futuro, en integridad y liderazgo), sino, por el contrario, porque es el peor de todos: aquel para el que todo tiene un precio que vale su peso en oro.
Esta metáfora de la plutocracia, el gobierno del dinero, corresponde a lo que los clásicos Tucídides y Jenofonte clasificaron como una de las degradaciones de la democracia, acaso la peor por ser la más corrupta. Para los clásicos estaba claro que si el valor más preciado del ser humano (esto es, la conciencia) podía ser comprado en oro en vez de persuadido en razón o espíritu, entonces la democracia habría perecido, pues el voto ya no representaría la soberanía de la voluntad popular sino la del dinero como amo absoluto. El moralista Séneca pronosticaba tal hecatombe del espíritu humano que veía inevitable que la consecuencia política de la plutocracia fuese una revolución y, luego, la paz monárquica. En cualquier caso, el fin de la democracia y la libertad.
No fue difícil no poner a Acuña como parte central de la metáfora de la plutocracia, pues es público y notorio que la actitud con la que el multimillonario candidato enfrenta la campaña es digna de una genuina preocupación democrática. Hay hechos que son tan increíbles como el de quebrar abiertamente el espíritu de la ley electoral que prohíbe la propaganda política hasta 60 días antes de las elecciones y que Acuña evade con el cuento de que la millonaria propaganda expuesta con su nombre y cara es la de su universidad. ¿Alguien cree realmente que esa propaganda no tiene fines electorales? Y si es así, ¿cuántas conciencias habrán sido sacrificadas en el altar del becerro de oro de don Dinero?
Tampoco es para estar tranquilo como demócratas el hecho de cómo actúa el candidato que expone ante su gente más cercana la forma en que concibe la acción política. El 18 de marzo del 2010 Acuña decía en la campaña para su reelección a la Alcaldía de Trujillo: “Vamos a llegar a 10.000 familias una vez al mes a darle un paquete de ayuda. Tendríamos 10.000 familias durante 6 meses atendidos. Diez mil familias por cinco votos ahí tengo 50.000 votos. Si fuera diez, allí están los 100.000 votos: esa es la estrategia”. O sea, para Acuña la política parece ser un “aquí vale todo” (lo dice explícitamente en el audio) y si tengo “plata como cancha” (también es explícito) para comprar lo que quiera, mejor. Y hasta hoy no hay hechos que corroboren que Acuña haya cambiado su forma de actuar o manera de pensar respecto a cómo se obtienen los votos en una democracia. Para él, el voto es una transacción comercial.
La ambición y el dinero al asalto del voto cívico serán siempre nocivos para el espíritu y el sistema democrático. El gobierno del dinero nunca será un buen gobierno porque corrompe la conciencia humana, degrada la libertad y subyuga la igualdad. La candidatura de la plutocracia nunca es estrafalaria; es muy peligrosa. Lo dicen los clásicos. Ellos saben.
Libertad para los presos políticos en Venezuela esta Navidad.