Cuando Susana Villarán anunció durante la campaña contra la revocatoria que no postularía a la Alcaldía de Lima para un período más, pareció que había entendido el mensaje: era más importante salvar su gestión que ceder a los naturales apetitos políticos que llevan a las autoridades a buscar quedarse en el cargo un tiempo más. Villarán, con esa oferta, no solo aseguraba su permanencia en el cargo sino que actuaba con la responsabilidad de quien ha entendido que un funcionario público está llamado a hacer lo que le toca hacer y no lo que le provoca o lo que desearía.
La ciudadanía le creyó y Susana Villarán logró llevar adelante las reformas, como la del transporte, que estaban pendientes. ¿Qué ocurrió entre esa oferta, que en su momento creímos sincera, y el anuncio de su postulación? ¿Quién asesoró a Villarán para que se lanzara a unas elecciones que difícilmente ganará? Ella sostiene que “cambió de opinión” porque los cambios que están implementándose en su gestión no deben quedar a medias, y tiene razón. Nadie quiere que los comerciantes regresen a La Parada o que la reforma del transporte se frustre. Sin embargo, no sé en qué momento la alcaldesa perdió de vista que, justamente, su condición de candidata iba a ser el principal enemigo de aquello que buscaba proteger.
Me explico. Actualmente Susana Villarán intenta liderar una complicadísima reforma del transporte que ha empezado con el famoso corredor azul. Como era de esperarse, hay descontento. Los nuevos hábitos de desplazamiento, los tiempos de espera y los ensayos en las rutas son parte de una implementación que se ha vivido en otros lugares del mundo con la misma impaciencia y el mismo reclamo. El ciudadano se queja porque su vida se ha visto trastocada y es el alcalde el llamado a poner orden, buscar la calma y convencernos a todos que con un poco de paciencia todo mejorará.
Sí. El alcalde, escucharon bien, no el candidato. Y ahí radica el error más grande de Villarán: al insistir en ser candidata en lugar de terminar de ser alcaldesa ha empañado un proceso complejísimo, para una ciudad como la nuestra, que merecía que se hiciera sin interferencias de ningún tipo. En lugar de buscar consensos para que el transporte mejore, le ha buscado al corredor azul los peores enemigos: candidatos angurrientos capaces de bajárselo y boicotearlo por subir unos puntos en las encuestas. En lugar de obligar a los candidatos a mostrar un compromiso con una reforma que le está costando horas sudor y lágrimas al ciudadano, ha hecho del corredor azul un tema controversial y ‘petardeable’. En lugar de concentrarse en administrar la ciudad sin distracciones hasta el último día de su mandato, como se lo exigió la ciudadanía al no revocarla, hoy el corredor azul corre solo mientras Villarán corre por calles y plazas haciendo campaña electoral.
En conclusión, no tenemos una reforma de transporte mediocre que le está restando puntos a una buena candidata. Lo que hemos conseguido es una candidata mediocre que ha puesto en jaque, ella misma, una reforma que ya de por sí era difícil. Y todo porque ella cree que es la única que se atreve. Todo porque el apetito personal sigue siendo la principal característica de nuestros políticos. Una pena.