Los cambios tecnológicos recientes han hecho cambiar un paradigma que tiene miles de años: ese de que los hijos deben aprender de sus padres. Veamos.
A lo largo de la historia les cupo a los padres enseñar todo a sus hijos, y a estos aprender de ellos. La humanidad se aseguraba así que los conocimientos útiles y las buenas costumbres se mantuvieran a lo largo de las generaciones. Con ello también se aseguraba la consideración de los más jóvenes a los de más edad, pues les debían no solo el natural amor filial, sino el respeto por el mayor conocimiento que aportaban.
Pero con la revolución de las computadoras y del Internet en el siglo XXI la situación cambió drásticamente. Eso porque la avalancha de cambios tecnológicos hace que cada día que pase, la ventaja de los mayores disminuya exponencialmente frente a los jóvenes, en algunos aspectos.
Ya habíamos dicho aquí que la variación tecnológica había empezado a cambiar la consideración entre adultos y ancianos, porque quien más tiempo había vivido era cada vez menos útil (EC: 9/6/2014 “Juventud con experiencia”). Por eso en los países tecnológicamente más avanzados se envía a los mayores a casas de reposo (sus conocimientos están más desfasados), mientras que en los menos avanzados estos son jefes o figuras a cuidar, ya que su mayor tiempo de vida significa mayor experiencia (todavía) útil.
Pero si antes eso era un tema solo entre jóvenes y ancianos, hoy el problema se da hasta entre los jóvenes adultos y sus hijos menores. Hoy el papá de 39 años que se creía sumamente “techie” por su manejo de Facebook, ve que sus hijos de 12 o 13 la consideran “una red de viejos”, pues ellos viven en Tik Tok y otras más recientes. Y la mamá de 26 años percibe que su hija de cuatro maneja mejor que ella las complejidades del televisor y que su hijo de siete maneja el Zoom de sus clases a distancia más fácilmente que ella misma. Corresponde entonces a los mayores aceptar esa realidad y cambiar la tendencia: empezar a aprender el uso de la tecnología de los hijos, y no solo enseñarla como estaban acostumbrados.
¿Toda la educación cambia entonces de manos? De ninguna manera, pues como los menores generalmente desconocen los fundamentos de los sistemas que usan, toca ayudarlos a entender las bases que aseguren la continuidad de la ciencia, para no quedarse en la repetición redundante. Y sin liberarlos de la obligación tradicional de enseñar a sus hijos los valores y las normas del buen vivir, les crea la obligación adicional de enseñarles el uso adecuado de esas tecnologías de cuyos límites y consecuencias negativas los jóvenes no siempre son conscientes. Pero eso es tema de un artículo siguiente. Que tengan una gran semana.
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