Omar Awapara

En estos días, la Asociación de Bibliotecas Estadounidenses conmemora la Semana de Prohibidos, y en su reporte anual sobre intentos de censura bibliográfica identifica hasta 1.651 casos, el número más alto en los últimos 20 años desde que se lleva el registro. Es una muestra más de la creciente intolerancia y división que se vive en el mundo y que es transversal a corrientes ideológicas.

En una nota al respecto publicada por el “”, se destaca que, aunque los esfuerzos por censurar libros vienen de ambos lados, la escalada más reciente es responsabilidad de grupos conservadores que atacan libros de temática LGBTQ o de Critical Race Theory (CRT), su nuevo “hombre de paja”. En el Perú, ya son varios los casos donde grupos de esa tendencia intentan interrumpir y violentar presentaciones de libros.

También es cierto que desde orillas progresistas (‘woke’) hay casos, sobre todo, de linchamiento digital, en los que la libertad de expresión y de pensamiento se puede ver (y se ha visto) restringida. Ello fue motivo para que un nutrido grupo de intelectuales, académicos y escritores firmara un célebre pronunciamiento hace un par de años condenando el clima de intolerancia en la sociedad, sin duda exacerbado por la democratización de la opinión que ha supuesto el auge de las redes sociales.

¿Por qué le damos tanta importancia y magnificamos lo que hace una multitud anónima o individuos en busca de la dopamina de los ‘likes’ y la acumulación de seguidores virtuales? Hay muchas aristas en esta discusión, y aspectos positivos que han facilitado la denuncia de delitos, abusos o excesos. Pero a mí me sorprende también lo rápido que se reacciona y se sucumbe a lapidar en respuesta a un post o un tuit.

Y sin dejar de poner las cosas en proporción, también. No pondría, por ejemplo, en el papel de víctimas del progresismo a Javier Marías, a Mario Vargas Llosa o a Arturo Pérez-Reverte, como hizo un columnista español hace poco, a raíz de la muerte del primero. En sus columnas, o en sus intervenciones, desde su rol como líderes de opinión, es inevitable que hombres (y mujeres) sostengan argumentos que no sean del agrado de todos, y hasta barbaridades que en ocasiones reflejen tal vez una brecha generacional profunda o una simple ignorancia frente a ciertos temas.

El obituario de Marías en el “New York Times” recordaba precisamente una columna publicada por el escritor en sus páginas en el 2006, en el que denunciaba una campaña antitabaco de Madrid como más acorde con los tiempos de Franco que con la democracia. Una columna que quizás sea un buen ejemplo de lo que Mario Vargas Llosa rememoraba el domingo como la tendencia a “propasarse” que el escritor madrileño tenía en sus notas de actualidad. Y cosas peores ha dicho.

Pero el gran error, como el propio Pérez-Reverte lo sabe (aunque no siempre sea consecuente con ello), es igualar la crítica de un usuario o una mancha en Twitter con el poder que puedan tener los prestigiosos escritores. Hay casos de presentaciones canceladas o, peor, en los que una denuncia ha sido respondida sin el debido proceso y desembocado en el ostracismo, y ello también es responsabilidad del pánico de empresas, universidades y otros a terminar siendo tendencia en redes.

La clave, sin embargo, está en el mismo párrafo donde Vargas Llosa dice que la costumbre de Marías a propasarse “le ganara muchas críticas y no pocos enemigos, de los que él ni siquiera se daba cuenta”. Parafraseando a Dickens, redes sociales como Twitter son reflejo de “lo mejor de los tiempos y del peor de los tiempos, de la edad de la sabiduría y también de la locura”.

Omar Awapara es director de la carrera de Ciencias Políticas de la UPC

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