Aunque la política peruana tiene la predictibilidad de las evacuaciones de un recién nacido, el intento de vacancia del presidente Martín Vizcarra parece –a la hora en que se escribe esta columna– conjurado. El fuego que se inició el último jueves se ha extinguido más por torpeza de los vacadores que por aciertos del potencial vacado.
PARA SUSCRIPTORES: Defensa de Vizcarra, por Federico Salazar
Martín Vizcarra, hasta el momento, no ha explicado con verosimilitud la naturaleza de su relación con Richard Cisneros, y ni siquiera ha intentado desembrollar el contenido de las conversaciones con sus asesores Karem Roca, Miriam Morales y Óscar Vásquez, que podrían constituir indicios de una obstrucción a la justicia, que amerita una investigación fiscal. Su mensaje de respuesta en la que se presentaba como la inocente víctima de un ‘complot montesinista’ será suficiente para quienes la comodidad del poder efímero les masajea el cuello mientras esquivan la mirada, pero no para los que solemos sospechar de los cuentos de mártires.
Por cierto que no es descabellada la hipótesis de una conchabanza entre el vengativo Edgar Alarcón y el trepador Manuel Merino, para que este último se ciña una banda presidencial al menos por unos meses. Pero los pecados de los advenedizos parlamentarios no exorcizan los demonios que rondan la llamada muralla moqueguana que, a estas alturas, más asemeja un antepecho de material noble.
Del lado de los congresistas individualmente considerados, queda poco por analizar. Alarcón ya ha demostrado que, culminada su experiencia legislativa, le espera un prominente futuro como técnico sonidista. Mientras que Merino, “calmadamente”, podría aprovechar el ‘boom’ de la aplicación Only Fans y reinventarse cobrando por sus llamadas “tranquilizantes”. Queda claro que si no fuera por la “confianza” que inspira ese dueto dorado, el globo de la vacancia no se hubiera desinflado tan rápido.
Si miramos, en cambio, un poquito más lejos en el horizonte, encontraremos que las cuentas de la última crisis política podrían ser bastante onerosas para algunos partidos. No sorprendía, por ejemplo, que Podemos –una organización fachada para los intereses de los Luna– y Unión por el Perú– impulsada, en gran parte, por el radicalismo del reo Antauro Humala– optaran por la posición más extrema de adelantar un recambio presidencial, sin importar los límites constitucionales o de la prudencia. En cambio, Acción Popular y Alianza por el Progreso, acostumbradamente más moderados, se emborracharon en una ambición cortoplacista, y fueron al ‘all in’ con un par de cuatros en la mano.
La apuesta era mala por donde se le mire. Si les salía bien, iban a tener que compartir los reflectores con los más populistas Podemos y UPP. Y si no resultaba, dilapidaban todas sus fichas de convertirse en una alternativa responsable en las elecciones del 2021. Así, los Merino, Burga, Chehade, Omonte y compañía acometieron con éxito la difícil tarea de empeorar la imagen partidaria que ya habían garabateado Alfredo Barnechea y César Acuña en los últimos años. Siempre se puede estar peor.
A fin de cuentas, quienes deben estar más agradecidos con el emprendimiento fallido son los partidos que se alejaron de ese extremo de la mesa. Encontrarán más espacio para ocupar el centro el Partido Morado y Somos Perú, aunque este último sin mayor dirección. Mientras que Fuerza Popular, el Frente Amplio y Frepap, desde sus respectivas esquinas, cuando menos, podrían alegar mayor madurez en tiempos de apremio.
Como diría Máximo Gorki, no hay gente inútil, solo perjudicial.