"Hay más de 500 millones de tuits publicados diariamente. En las redes sociales, como en el fútbol, viene bien una pausita de vez en cuando".  (Foto: Twitter)
"Hay más de 500 millones de tuits publicados diariamente. En las redes sociales, como en el fútbol, viene bien una pausita de vez en cuando". (Foto: Twitter)
Andrés Calderón

¿Está censurando algunas publicaciones? ¿Ya no se puede retuitear? ¿Quiere interferir la red social en las elecciones norteamericanas? ¿Qué hay de las peruanas?

Bastante confusión y no poca molestia causó, la semana pasada, un cambio de reglas en la red social. En la tuitósfera local, por ejemplo, el antropólogo y columnista Jaime De Althaus se quejó: “Twitter censurando mi columna? Es increíble”. Luego, ante la explicación de otro usuario, porfió: “Twitter no tiene derecho a calificar mi columna ni a sugerir que hay algo que no es cierto o recomendar que no se retuitee si no se la han leído Integra. No tiene derecho a Intervenir. Atenta contra la libertad de expresión [sic]”.

Pero la verdad es que no hubo censura ni calificación. Y, contrariamente a lo que puedan creer Jaime o Donald Trump –para citar al crítico más ferviente del pajarito azul–, Twitter sí tiene derecho a intervenir y, hacerlo, no atenta contra la libertad de expresión. Vamos por partes.

Twitter modificó algunas normas operativas. Primero, respecto del retuiteo: Cualquier usuario de Twitter puede compartir el tuit de otra persona sin agregar nada (llamémosle “retuiteo simple”) o puede compartirlo sumando algún comentario (“citado de tuit”). Ambas posibilidades ya existían y se mantienen disponibles. Ahora, sin embargo, la opción por defecto es la segunda (el citado). Si alguien quiere simplemente retuitear sin añadir algo, deberá dar un click adicional en el botón azul de ‘retuitear’, y ya está.

La segunda gran modificación es la exhibición de una advertencia: “Los titulares no cuentan toda la historia. Puedes leer el artículo antes de retuitearlo”. Esta aparece cuando alguien intenta retuitear un artículo sin haberlo leído (sin darle click previamente en Twitter). No es una calificación ni una alerta sobre la falsedad de un contenido (que sí existe, pero para casos excepcionales). Quien lo desea, aún puede compartir el artículo dando un segundo clic, pero el mensaje busca incentivar la lectura antes de difundir masivamente un contenido basándose únicamente en el empaque.

A algunos les parecerá incómodo, pero Twitter es una plataforma privada y tiene todo el derecho de poner sus propias reglas a sus usuarios –y que ellos decidan aceptarlas o no– sin que esto califique como “censura”. Por el contrario, prohibir a una empresa de comunicación que configure las acciones de moderación o los parámetros de interacción que juzgue apropiados sí podría atentar contra su libertad de expresión.

Nos encontramos, más bien, ante un interesante experimento –probablemente insuficiente, por cierto– que nos conmina a pensar más. Imagínense cuánto contenido “basura” nos hubiéramos ahorrado si todos se esforzaran 30 segundos más en leer un artículo antes de compartirlo. O 10 segundos más en reflexionar si apoyan o critican aquello que divulgan.

Algunos investigadores en el mundo vienen haciendo llamados a introducir más “fricción” en las redes sociales. Medidas como las que acaba de probar Twitter (no sabemos si subsistirán después de las elecciones en EE.UU. o aplicarán durante la campaña peruana, por ejemplo) ralentizan nuestras comunicaciones, pero a lo mejor nos hacen más conscientes de ellas y de su impacto en miles o millones de personas.

Uno de los estudios más interesantes de los últimos años sobre desinformación y ‘fake news’ (Pennycook y Rand, 2018) evidencia que las personas caen en noticias falsas no tanto por sesgos políticos sino porque no desarrollan un pensamiento analítico. Somos más flojos que ideologizados, por expresarlo de una forma.

Hay más de 500 millones de tuits publicados diariamente. En las redes sociales, como en el fútbol, viene bien una pausita de vez en cuando.

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