Cuando hablamos de los salarios del resto es una buena idea ser desconfiado. Los adjetivos usados –salarios justicieros, mínimos o consensuados– deben ser pensados sin apasionamiento. En estos días (cercanos a las próximas elecciones generales, marcados por acusaciones de corrupción y por el decaimiento de nuestra economía), la pareja presidencial evalúa elevar la remuneración mínima vital.
Hace poco, la Comisión Nacional del Trabajo no alcanzó un acuerdo. Esto no significa un fracaso, pues los consensos no son garantía de lucidez.
Volteemos el pastel: ¿cuál debería ser un supersalario que permita vivir decorosamente, comprar un buen paquete de salud, ahorrar para tener una casa propia y una jubilación adecuada? Eso sumaría unos cinco mil dólares al mes. “¡Una barbaridad!”, podría vociferar un tacaño enfermizo.
Pero esto –alguien retrucaría– es lo que cuesta vivir hoy. Otra persona, con buen juicio, ridiculizaría la idea de este salario obligatorio. Nos recordaría que el salario es un dato técnico. Que refleja la productividad del trabajador. Y es que contadas empresas les podrían pagar estos cinco mil dólares al mes a sus trabajadores. Así, millones de peruanos quedarían en la informalidad.
Lo que sí es aceptable para la mayoría, y que es etiquetado como algo justo, romántico y hasta reactivador, es un clon maquillado del salario que alcanza para vivir dignamente: el salario mínimo. Esta vez, en lugar de hacerse obligatorio un salario que alcance, se propone un salario más bajito, que solo deje a una minoría afuera. Finalmente, el salario mínimo no es más que un control de precios, se haga en grande o en chico.
Algo así como: reventemos en la informalidad a quienes producen por debajo de dos mil soles. Como es obligatorio que el empleador pague el salario recibido por el trabajador, más los descuentos, los aportes y los impuestos, el puesto formal se hace inviable y el trabajador –en el mejor de los casos– pasaría a la informalidad.
El presidente Ollanta Humala y su esposa han recibido un regalo venenoso. Y como todas las pócimas, esta tiene un sabor dulce. ¿A quién no le gusta que unos justicieros le eleven la paga, por decreto? Desdichadamente, si elevan la remuneración mínima vital a unos 1.200 soles, por ejemplo, cientos de miles de familias peruanas pasarán a la informalidad en forma silente, con las desgracias que ella trae.
Aquí hay que hacer algo. Sin embargo, optar por lo fácil y popular, repitiendo las torpezas de siempre, no ayuda a nadie.