Ian Vásquez


Revelar la corrupción en los más altos niveles de poder es uno de los métodos más eficaces para deslegitimar, tumbar o eventualmente reemplazar a un gobierno. Eso lo sabía el disidente ruso de mayor prominencia entre los muchos opositores de su país.

Esto lo sabía también el régimen de que anunció el viernes la muerte del disidente. Navalni falleció a los 47 años en un campamento penitenciario debido, según las autoridades, al síndrome de muerte súbita. No debe caber ninguna duda de que el Estado Ruso lo mató. Para empezar, Navalni nunca debió estar encarcelado.

El célebre disidente llegó a ser el opositor más importante de Putin durante los últimos 15 años. Él exponía instancias de corrupción, primero en las empresas estatales y luego en otros ámbitos del sistema político, hasta enfocarse en el mismo Putin y en su grupo más cercano.

De esta manera, Navalni tildó al partido de Putin de ser un “partido de delincuentes y ladrones”, un lema que se volvió popular. Sus revelaciones acerca de lo corrompido que estaba el régimen le permitió al disidente hacer críticas de fondo al autoritarismo del Kremlin. Inicialmente expresó algunas posturas nacionalistas, pero las dejó años atrás por perspectivas que eran cada vez más liberales. Terminó oponiéndose fuertemente a la guerra en Ucrania, por ejemplo.

Durante años, fue acosado por el régimen. Entró y salió de las cárceles rusas, su actividad política y la de sus seguidores fue restringida y el Kremlin empezó a ejercer mayor control sobre el proceso electoral. En el 2020, fue envenenado en Rusia por los agentes de Putin, algo que casi lo mató durante un vuelo. Se salvó gracias a un aterrizaje de emergencia que no fue previsto por los asesinos. Bajo presión internacional, lo trasladaron a Berlín, donde le salvaron la vida.

Aun así, decidió volver a Rusia en el 2021 sabiendo muy bien que su arresto estaba casi asegurado. Y así fue como desde su vuelta a Rusia hasta el día de su muerte estuvo encarcelado. Pero, en lo que fue toda una muestra de que no le temía al Kremlin, siguió con sus críticas y su activismo desde su celda.

Cuando ya estaba camino a Rusia en el 2021, por ejemplo, soltó un documental asombroso llamado “El palacio de Putin: La historia de la coima más grande del mundo”. En él reveló videos (grabados con drones) de una villa extravagante del dictador ruso, que costó US$1.300 millones. Para vergüenza del Kremlin, el video se volvió viral y ha sido visto más de 100 millones de veces.

En el 2022, mientras Navalni seguía en el calabozo, se publicó un documental investigativo sobre su envenenamiento. Filmado en buena parte antes de su arresto, Navalni obtuvo en este una confesión no intencionada de parte de un agente estatal que pensó que estaba hablando con otro agente. En realidad, estaba hablando con Navalni, quien imitaba ser un colega. El documental ganó prestigiosos premios internacionales. Este fue otro episodio bochornoso para el Kremlin.

La muerte de Alexéi Navalni resalta la cobardía y paranoia de Putin y, a la vez, fortalece cierta solidaridad internacional. Rosa María Payá, cuyo padre fue asesinado por el régimen cubano, resumió bien ese sentimiento: “Con el corazón roto por la noticia del asesinato de Alexéi Navalni. La tragedia que mi familia vivió en Cuba hace 11 años se repite en Rusia porque estos dictadores actúan con impunidad. La comunidad internacional debe actuar para proteger a José Daniel Ferrer en Cuba y a los presos políticos que corren gran peligro desde Siberia a La Habana, y desde Minsk a Caracas”.

En ese sentido, Navalni dejó palabras esperanzadoras para una audiencia global: “Si decidieron matarme, significa que somos increíblemente fuertes. Necesitamos utilizar este poder para no rendirnos”.

Ian Vásquez Instituto Cato

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